En los últimos años, el Perú ha sido testigo de una serie de abusos y desmanes por parte del Congreso y el Ejecutivo que han socavado la confianza en las instituciones y deteriorado la calidad de nuestra democracia. Sin embargo, lo más preocupante no es solo la actitud de quienes ostentan el poder, sino la actitud paciente y casi conformista de la ciudadanía, especialmente de los jóvenes, quienes en el pasado fueron protagonistas de las luchas contra la injusticia y la corrupción. ¿Qué ha pasado con esa energía transformadora? ¿Por qué hoy las protestas son tibias y esporádicas, mientras el poder político avanza sin contrapesos?
Un gobierno que opera en conjunto con un Congreso cuestionado
El Congreso de la República, en su mayoría compuesto por políticos mediocres, corruptos y vinculados a grupos delictivos y a la economía ilegal, ha actuado de manera coordinada con el Ejecutivo para controlar las instituciones del Estado. Juntos, han pasado por encima de los principios democráticos, utilizando su fuerza y poder mal habido para imponer una agenda que beneficia a unos pocos y perjudica a la mayoría.
Casos emblemáticos de corrupción, como los vinculados a la contratación de obras públicas, el tráfico de influencias y la connivencia con organizaciones criminales, han salido a la luz. Sin embargo, en lugar de rendir cuentas, estos actores han fortalecido su control sobre las instituciones, utilizando mecanismos legales y judiciales para blindarse y perseguir a quienes osan cuestionarlos. Este clima de impunidad ha generado una profunda desconfianza en las instituciones y ha dejado a la ciudadanía en un estado de indefensión.
La actitud pasiva de la ciudadanía: ¿Miedo, desencanto o falta de liderazgo?
Frente a este panorama, llama la atención la actitud pasiva de la ciudadanía. ¿Por qué no hay una respuesta contundente ante tanto abuso? Las razones son múltiples y complejas. En primer lugar, el miedo ha sido un factor determinante. La persecución judicial y policial contra líderes sociales y juveniles ha creado un clima de terror que desincentiva la protesta. Muchos de quienes antes salían a las calles hoy enfrentan demandas y procesos judiciales por delitos que no cometieron, lo que los mantiene en la picota pública y los obliga a retraerse.
En segundo lugar, el desencanto ha ganado terreno. Las protestas pasadas, aunque masivas, no lograron cambios concretos. Esto ha generado una sensación de impotencia y frustración en la población, que siente que sus esfuerzos son en vano. Finalmente, la falta de liderazgo ha dejado un vacío que dificulta la organización de respuestas contundentes. No hay figuras que aglutinen a la ciudadanía y canalicen su descontento de manera efectiva.
Los jóvenes: De la primera línea de protesta a la desmovilización
Los jóvenes, quienes en el pasado fueron la columna vertebral de las protestas contra la corrupción y los abusos de poder, hoy están ausentes. ¿Dónde están esos jóvenes que salían a las calles ante el mínimo abuso? La respuesta es clara: han sido silenciados. La persecución judicial, las demandas y la criminalización de la protesta han llevado a la desmovilización de las organizaciones juveniles. Muchos de sus líderes están siendo investigados o procesados, lo que ha generado un clima de temor y desánimo.
Además, el régimen ha utilizado métodos dictatoriales para descabezar a las organizaciones sociales y juveniles. Mediante acusaciones falsas y procesos judiciales amañados, han logrado desarticular a los movimientos que antes eran un contrapeso al poder. El mensaje es claro: quien proteste, será perseguido. Este ambiente hostil ha llevado a muchos jóvenes a retirarse de la vida pública y a refugiarse en la indiferencia.
El deterioro de la democracia: Un régimen con rasgos dictatoriales
Lo que estamos viviendo no es solo un gobierno inepto o corrupto, sino un régimen con rasgos dictatoriales. El Congreso y el Ejecutivo han actuado de manera coordinada para controlar las instituciones del Estado, utilizando métodos autoritarios para silenciar a la oposición y mantener su poder. La manipulación de los procesos judiciales, la persecución de líderes sociales y la limitación de la libertad de expresión son solo algunas de las herramientas que han utilizado para consolidar su control.
Este debilitamiento de la democracia tiene consecuencias graves. Sin contrapesos, el poder se concentra en manos de unos pocos, quienes actúan con total impunidad. Las instituciones, que deberían proteger los derechos de los ciudadanos, han sido cooptadas y utilizadas para beneficio de quienes las controlan. El resultado es un Estado cada vez más alejado de las necesidades de la población y más cercano a los intereses de grupos de poder.
La necesidad de romper la inercia: Un llamado a la acción
Frente a este panorama desalentador, es fácil caer en la desesperanza. Sin embargo, la historia nos enseña que los cambios son posibles cuando la ciudadanía se organiza y exige sus derechos. Es hora de romper la inercia y recuperar la voz. Los jóvenes, las organizaciones sociales y la ciudadanía en general deben dejar atrás el miedo y el desencanto para construir una respuesta contundente.
Necesitamos nuevos liderazgos que aglutinen a la sociedad y enfrenten los abusos de poder con propuestas concretas y acciones coordinadas. La democracia no se defiende sola; requiere de la participación activa de todos. Si no actuamos ahora, el deterioro será irreversible.
¿Hasta cuándo permitiremos que el abuso de poder siga avanzando sin respuesta?
El Perú vive un momento crítico en el que la democracia está en juego. La pasividad y el conformismo de la ciudadanía, especialmente de los jóvenes, han permitido que el poder político actúe sin contrapesos y con total impunidad. Sin embargo, la historia nos enseña que los cambios son posibles cuando la sociedad se organiza y exige justicia. Es hora de romper la inercia, recuperar la voz y luchar por un país más justo y democrático.
¿Hasta cuándo permitiremos que el abuso de poder siga avanzando sin respuesta? ¿Qué estamos dispuestos a hacer para defender la democracia y nuestros derechos? La respuesta está en nuestras manos.