Por: Antonio Zapata
“Me pregunto hasta cuándo se va a evitar decir lo que corresponde y pronunciarse por el reemplazo de este gobierno a través de elecciones generales y asamblea constituyente”.
El gobierno de Castillo ha cumplido un año en un estado de total fragilidad y virtual desintegración. Se ve difícil que sobreviva, puesto que las declaraciones de Bruno Pacheco son un misil debajo de la línea de flotación. A la espera del desenlace, cabe revisar la performance de los actores políticos en este año de profunda descomposición de la moral política. Aunque no ha sido protagonista relevante, quisiera enfocar en la izquierda democrática, ya que es mi propio campo y creo que necesita un reposicionamiento si quiere sobrevivir.
El punto de partida era bastante bajo y ciertamente difícil, porque Verónika Mendoza redujo su votación a un tercio del resultado que ella misma había logrado el 2016. Además, en relación a la otra izquierda la situación era más complicada, porque Castillo pasó primero con un quinto de la votación nacional. Solo quedaba apoyarlo porque al frente estaba Keiko y el fantasma del retorno de la dinastía. Pero había dos opciones: apoyar desde fuera o ingresar al entorno de Castillo y empujar desde dentro.
El dilema era complejo porque los signos de alarma estaban encendidos. La gestión de Cerrón había acabado envuelta en acusaciones de corrupción y su grupo exhibía un machismo conservador exacerbado, bastante alejado de los valores que se decía representar.
Pero se decidió hacer lo posible por ingresar al círculo de Castillo. Pesaron dos consideraciones. La primera, sentirse indispensable, pensando que se servía bien al país dándole conducción profesional a ciertos ministerios. La segunda, cierta ingenuidad, creyendo que el presidente se iba a dejar llevar por donde uno quería y además que carecía de agenda y operadores propios. Peor aún, hace un año, Castillo anunció como primer ministro a Guido Bellido, un congresista comprometido con la ofensiva antiderechos civiles que se lleva adelante desde el Parlamento.
Aún así, los líderes de la izquierda democrática decidieron participar y obtuvieron posiciones no desdeñables en los diversos gabinetes, incluso hasta este último. Aquí se presentan dos problemas, el primero de los cuales es: ¿qué han conseguido? ¿Alguna reforma interesante y duradera? Ninguna. Los ministerios bajo responsabilidad de profesionales afines a la izquierda democrática a lo sumo han evitado males peores, que podrían haber sobrevenido con este gobierno.
El segundo problema es el significado de la participación en gabinetes. Es obvio que en estos casos uno integra el gobierno, porque es imposible distinguir, si estás adentro apoyas el paquete completo, caso contrario, tu sitio es afuera. Entonces, la izquierda democrática ha acabado sosteniendo a un gobierno que evidencia malos manejos por todos los poros y luce tan embarrado como cualquiera de los anteriores. Este problema se reduce a un punto: el gobierno del maestro rural ha resultado tan corrupto como los demás.
Como resultado, se ha apuntalado un pésimo gobierno sin hacer nada significativo desde dentro. Puestos ante esta situación, cabría esperar un golpe de conciencia pero desilusiona el último comunicado de partidos de izquierda, que le recuerda a Castillo las promesas que realizó en campaña. Este comunicado está firmado por la mejor gente de izquierda, con quienes me identifico de toda la vida, pero el documento se posiciona como consejero del presidente. Reclama independencia política, pero no plantea una salida de poder, sino que le pide a Castillo volver a sus orígenes.
Mientras que el gobierno se está cayendo a pedazos y debido a sus propios actos. Es cierto que la derecha golpista ha buscado derribarlo desde el primer día, pero Castillo y su entorno quizá no sabían cómo gobernar, pero sí estaban decididos a robar. Por ello, me pregunto hasta cuándo se va a evitar decir lo que corresponde y pronunciarse por el reemplazo de este gobierno a través de elecciones generales y asamblea constituyente.
Fuente: La República