¿Qué logra Dina Boluarte cada vez que abre la boca? Que la pulsión movilizadora se amplíe y que la indignación crezca. Casi podría pensarse, si lo viéramos en términos maquiavélicos, que Boluarte así lo quiere. Que busca generar la desafección que le impide la gobernabilidad, pero que a la vez, sostiene el pacto de la coalición de poderes que gobierna y que, mientras vea la amenaza de que caiga “la hidra dictatorial” por el poder popular sigue sosteniendo al régimen.
Puede que sea intencional o puede que no. Puede que simplemente busque contentar, siempre que tiene un micrófono al frente, al ala dura de extrema derecha que cogobierna con ella. En cualquier caso, el efecto es el mismo: hacer de la provocación una estrategia política. Y, claro, cuando la provocación se expresa en indignación popular, dispara. Literalmente. Les recuerda desde su perversa autoridad fascista que las instituciones de la fuerza son cómplices y que cuenta con la impunidad que le otorgan los poderes facticos peruanos. Por tanto, puede meter bala como quien se peina en la mañana.
Hablábamos de la “normalización de la barbarie” hace unos días. A propósito , nuevamente, de la primera provocación de Boluarte: “¿cuantos muertos más quieren?”, que podría traducirse en “¿a cuántos más debo matar para que dejen de marchar?”. La segunda provocación no tardó en llegar: “el adelanto electoral está cerrado”. El “nos quedamos todos” que no debería sorprender porque es la única verdad que ha dicho Boluarte desde el día que asumió ilegítimamente la presidencia. Lo dijo diáfanamente en la tribuna del Congreso y, performances e ilusiones ingenuas después, lo repite. Cristalino. El pacto que le permitió ser presidenta siempre fue el mismo: nos quedamos y gobernamos. Ella lo sabía. No viene a cuento sorprenderse, sino movilizarse.
Pero también es verdad que la pulsión movilizadora que sigue siendo el único y principal obstáculo para que la dictadura de poderes logre cerrar su crisis no está exigiendo un adelanto electoral como vía de resolución, sino como una de las varias demandas en la plataforma de lucha. Habría que recordar, entonces, que lo que se exige es la salida de Dina Boluarte (por la vía que sea), pero no por un tema estrictamente personal. Boluarte es rechazada por lo que significa y lo que significa no es “el poder ejecutivo” o incluso el asesinato de nuestros hermanos y hermanas exclusivamente.
Lo que ella significa es ese recurso útil del establishment (o las élites, si prefieren) para revertir el resultado electoral de 2021. Pero no porque simplemente no “sabían perder”, como algunos señalan. Sino porque saben perfectamente lo que “perder” significa realmente. No es el gobierno el que está en juego, sino la arquitectura de poder que les permite sostenerse como establishment, precisamente. Castillo podría no haber hecho mucho en la labor de acabar con esa arquitectura, pero representaba la primera amenaza real que tuvieron de que así fuera. Eso es lo que no podían permitir. Es por eso que necesitaban sacarlo y ponerse a sí mismos a través de un dispositivo útil como es Boluarte. Es la arquitectura en juego, la institucionalidad precaria que sostiene y el modelo económico (y mediático) que fue impuesto a través de esa arquitectura de poder.
Y por eso Boluarte es rechazada, pero no sólo ella. Ese “Fuera Boluarte” se expresa también en el rechazo y desconfianza creciente frente a los medios de comunicación del oligopolio que, en Puno, ya casi nadie lee como muestra de rechazo simbólico. Ese “Fuera Boluarte” se expresa también en el rechazo frente a Benavides no porque no sepa dar un examen (argumento que es válido pero empatiza con los sectores de clases medias pero no populares que la rechazan por otros motivos), sino porque la reconocen como cómplice de Boluarte, Otárola y compañía haciendo de brazo legal de la dictadura.
Ese “Fuera Boluarte” se expresa nítidamente en el pedido de una Nueva Constitución de la que convenientemente algunos defensores del adelanto electoral evitan hablar. Como si valieran sólo algunas de las demandas del Perú movilizado. Se puede estar en contra de esta demanda sin invisibilizarla. Precisamente al sacarla del mapa se vuelve a dar razones para que la medida sea más defendida porque se la ve como una medida realmente incómoda para todos los poderes y, por lo mismo, como más estructural y de mayor alcance real y profundo. El “ladran Sancho” se concreta en esa demanda que si invisibilizan “por algo será” como bien dicen quienes la defienden.
Boluarte provoca porque es su única forma de presentarse “a la ofensiva” de cara a la coalición que debe seguir viéndola útil porque de lo contrario quebraria el pacto. Sus declaraciones son la evidencia que la precariedad de la dictadura se expresa en su incapacidad de acabar con el momento popular en el Perú. Un momento que se expresa tanto en las movilizaciones históricas porque no se detienen hace seis meses, como -y sobre todo- en las demandas de cambio estructural que son hegemónicas en ese Perú movilizado. Es eso lo que quieren borrar. Ya sea con balas, con sangre, con fuego y, ciertos sectores, sacando ciertos pedidos de la agenda pública. Una suerte de llamada a la “moderación” que significa en realidad el retorno a lo que habi. Un retorno que no basta porque los sentidos comunes se han desplazado.
Porque mientras algunos quieren conservar algo, hay un sujeto político que busca transformar algo y construirlo entre todas esas voces y esas manos. El conservadurismo en Perú no es hoy exclusivo de las derechas. Y es, eso sí, cada vez más minoritario. Lo que toca es que esa minoría -válida en sus planteamientos- deje de gobernar pese a su condición minoritaria. La verdadera democracia es aquella que pone en valor lo que la mayoría demanda. La mayoría habló en 2021 y hoy, pese a todo, sigue hablando. Y no hace falta afinar mucho el oído para escuchar lo que plantea.