Una estrategia de las extremas derechas es poner a competir al penúltimo con el último. Al sujeto precario contra alguien todavía más vulnerable. El objetivo es desviar el foco de atención del modelo que genera la desigualdad. Del sistema que perpetua la precariedad y que por ello genera incertidumbres vitales en quienes lo padecen. Esto es exactamente lo que hace RLA al criminalizar a los “limpiaparabrisas” en la ciudad. Una estrategia que tiene bastante más de alarma de lo que se comenta estos días.
La extrema derecha europea, por ejemplo, pone siempre a los migrantes en la diana. La extrema derecha francesa (Le Pen), la española (VOX), la italiana (Meloni), la alemana (AfD), etc. siguen ese mismo guión. Los y las migrantes somos presentados como “el problema” en primera instancia y “el enemigo” en segunda. La intención es fomentar el odio entre las y los trabajadores precarios que, por ejemplo, ven vulnerados sus derechos laborales, recortado sus sistemas de pensiones, quebrados sus ahorros por la inflación, etc. contra ese “enemigo” al que le atribuyen la responsabilidad de todos esos males.
Esto es falso, sin duda, pero miremos con detenimiento una estrategia que lleva una carga muy racista y colonial de fondo, pero que es más amplia que eso.
La intención es confrontar al penúltimo con el último con estos discursos de discriminación racial o de clase. ¿Por qué? Porque así evitan que se hable de las causas de los abusos. De por qué determinadas empresas no cumplen con los derechos laborales y nadie las multa, de por qué el gobierno acepta recortar el sistema de pensiones en lugar de cobrar más impuestos a quienes más ingresos tienen, de por qué está permitido que determinados “jefes” contraten en negro (informal) sin cumplir ni con el salario mínimo a los y las migrantes que muchas veces por su propia vulnerabilidad se ven obligados a trabajar en condiciones de terror. Estas son las preguntas que no nos hacemos mientras nos enfocamos en confrontar con los y las otras que son tan o más vulnerables que nosotros.
Pero diría que la gran clave de fondo es que esta estrategia termina de vaporizar las relaciones comunes entre todos y todas. Apela a construir desconfianza ciudadana. Y, por tanto, quiebra valores de la comunidad como son la solidaridad, el cuidado o el respeto. Con esa desconfianza latente, esta estrategia ultraderechista busca construir un “otro” constante al que hay que “temer” en primera instancia y “sacar” de la foto en segunda.
Esta estrategia no calaría ni tendría efecto si no existiera un caldo de cultivo llamado NEOLIBERALISMO que fomenta precisamente el individualismo absoluto, el “sálvese quien pueda”, el consumismo como idea de éxito y, por lo mismo, rompe los lazos comunitarios. Un individualismo que nos condena a la soledad, pero sobre todo condena a la debilidad del sujeto frente al sistema. Si estamos solos y solas no hay nada que podamos hacer contra semejante poder. Algo que desde los sindicatos, el movimiento obrero, los movimientos sociales históricos y los movimientos por los derechos civiles (feminismo, ecologismo, colectivo LGTBI) saben bien hace mucho: si no somos varios, si no somos muchos, no podremos ampliar ni derechos ni libertades ni construir nuevos proyectos de país desde la justicia e igualdad. El NEOLIBERALISMO también lo sabe. De ahí que no sólo apueste, sino fomente (y construya) sujetos individualistas y desconfiados de sus pares.
La medida de RLA es una medida clasista y racista, pero no sólo eso. Es parte de esta estrategia que busca colocar el foco en lo menos importante. Hay quien dice que la medida es mala porque “no acaba con el problema”. Me preocupa porque quienes lo dicen suelen afirmar que “el problema” es que hay asesinatos o informalidad sin entrar a la cuestión de fondo: ¿por qué existe esa informalidad? ¿A qué responde? ¿Qué modelo la sostiene? ¿Son todas las actividades informales iguales? Y, sobre todo, no se preguntan lo principal: ¿por qué por un caso aislado se está criminalizando la actividad de todo un conjunto de peruanos y peruanas? La medida de RLA lo que hace es plantear un problema inexistente.
La criminalización de los sujetos más vulnerables de la sociedad no es nueva. Y los fascismos históricamente han hecho de esa criminalización una norma. RLA sigue ese mismo camino como representante del postfascismo peruano que lidera junto con otros representantes políticos. Ese es el proyecto de país que nos ofrecen las ultraderechas peruanas (desde Renovación Popular hasta Acción Popular, pasando por Acuña y compañía) donde la criminalización de las mayorías empieza por la parte más débil pero se acrecienta paso a paso. Y no es casual que la excusa sea una mal entendida seguridad ciudadana que no pone el foco en las condiciones de fondo de la inseguridad, sino en los hechos aislados que son útiles para justificar una mano dura innecesaria y violenta. Esto tampoco es nuevo.
Recordemos que alguna vez, Susel Paredes se sintió orgullosa de destruir 200 carritos de huevos de codorniz por su informalidad. Sin considerar que la informalidad muchas veces es una respuesta de supervivencia ante un sistema que no garantiza derechos. Insisto, el refrán que dice “la pita se rompe por el lado más débil” es muy preciso para este tipo de acciones donde toda la fuerza de la ley, la ferocidad del discurso y el despliegue mediático contribuyen a perpetuar medidas clasistas y racistas que se utilizan como fachada.
Hay que decir también que da bastante vergüenza que sea un tremendo deudor de impuestos, Rafael López Aliaga, el que nos diga que va a acabar con la “delincuencia” cuando lo que hace falta es que la ley sea aplicada con toda la fuerza contra gente como él que defraudan al Estado. ¿Apostamos que no dirán nada de Keiko Fujimori como brazo político de un clan ni RLA ni los Alcaldes de los municipios que se han sumado a una medida que dice proteger “la seguridad”? La seguridad sólo les importa cuando ataca a quien es vulnerable. Esto se llama lucha de clases. Repito: Lucha de clases.
Frente a este abuso no basta con responder institucionalmente, sino socialmente. Necesitamos una ciudadanía con conciencia de clase porque eso permitirá acabar con la criminalización injusta de unos y la impunidad eterna de otros. Y, sobre todo, reconstruir los lazos comunes que son los que nos fortalecen y, como vimos en la pandemia, lo que nos salva. Una conciencia de clase ya evidenciada en las redes que se han tejido espontáneamente entre empresarios de Gamarra, por ejemplo, y quienes han llegado a Lima a defender la democracia. Sin duda, las lecciones de la calle hoy son bastante más útiles que las de cierta opinología. Conviene mirar desde ahí para enfrentar como corresponde al fascismo que gobierna no sólo Lima.