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Opinión

Laura Arroyo Gárate : Democracia: La moneda mas devaluada podría perder su valor

Pronto se cumplirá un año desde que Pedro Castillo asumió la presidencia del Perú y me permito este primer domingo de julio para reflexionar un poco más a fondo sobre lo que este año debería habernos enseñado. Esto suele ser impopular. La pedagogía en política a menudo lo es. Lo que seguramente será popular estos días es decir si eres opositor o no, que debatas horas si este gobierno es de izquierdas o no, o que te posiciones sobre “una salida” a una “crisis” cuyo diagnóstico es impreciso desde los poderes mediáticos que, a la vez, sólo hablan de una salida posible. Por suerte, me importa poco ser popular. ¿Qué podemos aprender de este primer año?
Tal vez la primera reflexión, por más pesimista que esto suene, es que si bien siempre tuvimos oposiciones radicales, negacionistas (miremos el recorrido histórico del fujimorismo), autoritarias e irresponsables, nos encontramos en un momento de evolución de esta oposición. De evolución antidemocrática. El Congreso de la República actual es, de facto, la institución más antidemocrática que hay en el Perú y, sin embargo, los poderes mediáticos hacen silencio en coro sobre esta situación o lo equiparan a otras instituciones como si la situación fuera comparable. Blindaje contra quienes reprimieron asesinamente a jóvenes por protestar contra un presidente ilegítimo como Merino, golpistas confesos presidiendo la mesa directiva o Congresistas arrogándose el poder constituyente que corresponde a un país, para cambiar la Constitución sobre la cual no dejan que todos podamos pronunciarnos, son tres ejemplos concretos del peligro que supone ese Congreso.
Ese Congreso que tiene en sus listas posibles a liderar la próxima legislatura, una mayoría conservadora y reaccionaria cuyo fascismo es ya conocido y que, si continúan su agenda golpista iniciada antes de julio de 2021, podrían ser quienes presidan el país. Tomemos esto en cuenta cuando hablamos de “salidas” a la crisis. En política la mirada siempre debe ser ancha.
La segunda, tiene que ver con la oposición urgente que toca hacerle a Pedro Castillo. El Presidente no hace otra cosa que regalarle abono constante a esta oposición antidemocrática que se está cargando todas las normas de convivencia en nuestra cara y que tiene en muchos que se hacen llamar “institucionalistas” a los mejores cómplices, ya sea desde el silencio vergonzante como desde la equiparación irresponsable. Desde que inició este gobierno hemos oído desde distintos frentes, fórmulas diversas para que el gobierno deje de serlo. Castillo no ha perdido la oportunidad de dar razones, esto es claro. Sus renuncias al programa electoral con el que ganó la segunda vuelta, su incapacidad de entender que la gobernabilidad no pasa por sostenerse en la Presidencia sino por trazar claramente el “para qué” sostenerse, o las sospechas de corrupción que pesan sobre su entorno han sido abono útil para quienes hacen de la palabra democracia un concepto vacío. Y esta es, a mi juicio, la alarma principal de este año turbulento: la democracia se ha quebrado del todo.
La democracia ha sido totalmente fracturada en el momento en que el “todo vale” se normalizó por los poderes económicos, empresariales, políticos y mediáticos. Una democracia precaria como la nuestra ha vivido una de las peores estocadas a lo poco que le daba cimiento con la narrativa del fraude o el vilipendio a las instituciones electorales; pero también, por el periodismo antiprofesional que dejó de informar para politizar. También ha sido herida de muerte por ese golpismo que se instaló como una forma legítima de hacer oposición gracias a la complicidad de esos mismos medios de comunicación que cuando están frente a un oficialista en lugar de debatir lo ridiculizan, pero cuando se trata de un golpista confeso lo consideran un “analista político”. Y esto es crucial para entender cómo el golpismo ha ganado sin gobernar. No gobierna, pero ha ganado bastante terreno este año logrando instalar sus marcos de discusión en la agenda pública e incluso ha hecho que quienes eran “baluartes” de la democracia en el Perú se hayan posicionado siguiendo sus coordenadas, aunque con sus propios matices.
Una tercera reflexión es, en realidad, una crítica directa a la incapacidad de las izquierdas de entender este momento como uno en el que les toca asumir una voz cantante, en lugar de un susurro acomplejado. En el último año, la crisis que no empezó hoy sino que lleva treinta años incubándose, ha seguido su camino in crescendo, y en ese camino, como un huayco, se ha llevado por delante a los liberales respetuosos, a los defensores de la institucionalidad, a los republicanos y a las izquierdas constituidas que no hacen otra cosa que responder a todas las trampas discursivas que las derechas plantean. Que si el gobierno es de izquierda o no, que si la salida a la crisis es adelantar elecciones, que si hicieron mal en ser parte del gobierno para garantizar cumplimiento del programa firmado, que si hacen mal ahora al no volver, etc. Las izquierdas entran en todos los debates que las arrinconan en lugar de mirar el momento, el reto y la oportunidad.
Hay mucha más izquierda -y mucho mejor articulada, hay que decirlo- desde los movimientos sociales y organizaciones populares que, con aciertos, errores y matices políticos, están siendo de facto el único movimiento antifascista en un Perú donde el fascismo no es amenaza de futuro, sino de presente. Ojalá las izquierdas aprendieran más de esos movimientos ciudadanos y populares que están mejor representados en iniciativas que reúnen a diversos colectivos como “No al golpismo”, “Iniciativa Constituyente” (por citar dos) con quienes se puede discrepar o matizar en lo político pero que son, en este momento, más acertadas en el diagnóstico de la crisis, su dimensión estructural y también del adversario que tenemos en la vereda del frente.
Algo que deberíamos aprender este año es también eso: que al fascismo no se le discute, se le combate, pero parece no haber nadie dispuesto a hacerlo. Por suerte, desde la ciudadanía, hay mejores vientos en este sentido. Ver la manifestación por la Nueva Constitución -estés de acuerdo o no con ella- y contra el golpismo hace unas semanas fue una evidencia de que el norte trazado es mucho más democrático que quienes llaman todos los meses a marchar por la vacancia con muchos recursos económicos tras sus convocatorias y, aún así, no movilizan más que lo que movilizaron estos colectivos ciudadanos y verdaderamente demócratas. Ojalá más humildad desde los representantes de izquierdas para mirar lo que ya está haciendo parte de la ciudadanía preocupada, como debe ser, por una crisis que excede a Castillo y de la que él es su mejor hijo.
Como cuarta reflexión toca hablar de ese “que se vayan todos”. En las últimas semanas, he oído a colegas y amigos señalar que este sentimiento mayoritario debería ser articulado como salida. En efecto, el “que se vayan todos” es un sentimiento mayoritario y no lo digo solo por las encuestas, sino -y aquí viene de lo que nadie quiere hablar- por conocimiento histórico. El “que se vayan todos” en Perú es una pulsión que lleva existiendo décadas y que no tiene tanto que ver con el color del Gobierno, sino con la lamentable sucesión de gobiernos traicioneros que hemos tenido y, con el hecho de que el problema no es solo el Gobierno sino el sistema. En mayor o menor porcentaje, la desconfianza y consecuente indignación contra los representantes políticos es hace décadas marca Perú. Recordemos la marcha contra el Baguazo en aquel lamentable 2009 en que el grito “que se vayan todos” ya se oía en las calles. Recordemos los diversos editoriales titulados “que se vayan todos” en aquel 2015, o, por supuesto, el “que se vayan todos” de 2018 cuando Vizcarra tenía por delante la tarea de asumir la presidencia sin partido ni bancada ni aliados. Estos tres ejemplos -y podríamos citar muchos más- evidencian que la pulsión del “que se vayan todos” no es una novedad ni es hija de este Gobierno.
Este Gobierno es, en realidad, el hijo de la crisis. Su mediocridad, su corrupción atmosférica, sus acuerdos bajo la mesa con las bancadas de la mafia, su pragmatismo discursivo para estrechar las manos de quien hace falta, etc. no son características que Castillo ha aportado a la política peruana, son características de la política peruana que Castillo replica. No es él el abanderado de la transformación que prometió. Renunció a ello en el momento en que hizo primar su supervivencia por encima de gobernar cambiando las cosas. Hace falta voluntad política para hacerlo, pero también valentía.
Lamentablemente, Castillo, no ha tenido ni de una ni de la otra, como tampoco la tuvieron Humala ni García, por citar dos ejemplos. ¿Qué tiene de distinto Castillo con esos dos mandatarios? Tal vez que tenía más expectativas encima y que su lobbysta se llama Karelim López en lugar de Cecilia Blume, pero fuera de ello, la foto es vergonzosamente parecida, con algunos tintes de otro color. Pero en aquel momento, claro, nadie hablaba de adelantar elecciones. Los que nos opusimos en las calles tampoco lo planteamos así. ¿Ven cómo la democracia es la moneda que más se ha devaluado este año en el Perú?
Castillo es, en realidad, ese continuismo que asusta e indigna. Es un “más de lo mismo” que evidencia que el sistema está podrido y que hace falta algo más que voluntad para limpiarlo todo. Partido, bancada y, sobre todo, apoyo popular. Hacer de la transformación una hegemonía que sea el sentido común de un país que no pide “que se vayan todos”, sino que SIGUE pidiéndolo. Y por eso me preocupa que los colegas del “que se vayan todos” no apunten a un análisis así de complejo.
Me han confesado en privado -y alguno lo ha hecho en público- que es verdad que el adelanto electoral no sirve para nada, pero que es mejor que no hacer nada. Perdonen, no hay nada más irresponsable en la política que decir que hay que moverse sólo por moverse. No hay nada más ingenuo que creer que los movimientos no generan consecuencias, que las acciones no abren puertas que al ser abiertas pueden cambiar las cosas y que creer que basta con moverse para no quedar quemado. Ese razonamiento tan poco cuidadoso en un contexto de crisis hace que me pregunte si están pensando en el país o sólo en cómo quedarán mejor parados en un contexto de implosión política. Sé que es impopular no decir que deben irse todos y que entonces el adelanto electoral es la vía, pero si al mismo tiempo sabemos que esta vía no sirve para nada porque las reglas del juego no van a cambiar, los partidos serán los mismos, la oferta política será la misma y la indignación popular será mayor justificadamente, ¿es realmente una salida o es una trampa? ¿A quién beneficia el “moverse por moverse”? ¿No es una actitud exactamente igual de pragmática e irresponsable que la que utilizan a quienes quieres destituir?
Las reflexiones de fondo son las que mejor nos permitirán delinear no salidas ni alternativas, sino retos concretos que tocan asumir hoy para acabar con la crisis que lo ha tocado todo. Y por eso regreso al inicio porque, a mi juicio, esta es la principal lección de este año de crisis en ebullición: la recuperación de la democracia como concepto que nos congrega en una comunidad de sentido. De ahí que discrepe con quienes apuestan por un adelanto electoral sabiendo que el escenario actual no solo opera en contra de cualquier reforma política mínima, sino que aseguran que no servirá realmente para nada. ¿Ganar tiempo? ¿Para qué? La irresponsabilidad en política siempre cuesta y generalmente más a las mayorías que a los que salen en la tele a brindar propuestas.
Esto no supone evitar construir una oposición fuerte. Sería muy beneficioso para la democracia que esta oposición existiera. Una oposición democrática con cien pies en las calles y algunos pocos en las instituciones. Por otra parte, esto tampoco supone no cobrarle al Presidente cada una de sus fechorías corruptas. Todo lo contrario, poner el acento en las necesarias investigaciones al entorno del Presidente es también una señal democrática que toca defender y enarbolar. Como hicimos con García o con PPK. Como hicimos también con Vizcarra aunque algunos lo olviden. Y no gritábamos vacancia en las calles, pero sí que ocupábamos cualquier trinchera de batalla.
Pero, sobre todo, recuperar la democracia como sentido colectivo supone señalar claramente a los enemigos de la democracia que fracturan la palabra, y por tanto nuestra comunidad de sentido. Y tal vez por aquí podríamos empezar. El golpismo no necesita realizar un golpe para ganar. Basta con que logre que esta forma de hacer política antidemocrática se normalice. Esto ya lo han logrado. Se habla de “vacancia” desde antes que Castillo asumiera el cargo. Se habló de vacancia a 72 horas de que fuera nombrado presidente por analistas que se supone que son baluartes de la democracia y el antifujimorismo en el Perú. Recuerdo a Alberto Vergara señalando que por el nombramiento de ese Gabinete el Presidente ya había sido vacado. Podemos oponernos a Bellido, pero ¿qué clase de cambio de sentido común era el que se estaba instalando con mensajes como el de Vergara en ese momento? De aquellos polvos estos lodos. En la misma línea, si no somos capaces de señalar al golpismo como la principal amenaza antidemocrática del país ahora mismo es que tampoco estamos entendiendo bien el escenario al que nos enfrentamos.
Desde el Congreso se preparan ya para gobernar y no lo hacen con disimulo, lo hacen explícitamente. En política, las cosas no pueden aislarse como los componentes químicos que luego unidos hacen una fórmula. En política las cosas se suceden a la vez y así como toca construir un bloque opositor democrático que sea capaz de recuperar el encuentro de un proyecto de transformación con la ciudadanía que así lo reclama, toca también tener claro que este es un momento de urgencia antifascista porque no existe democracia con fascismo. Empiezan con proyectos de ley que ilegalizan partidos (ya hay un proyecto en el Congreso en dicho sentido), siguen con acoso a quienes consideran adversarios (La Pestilencia, Los Insurgentes, etc. ya lo están haciendo) y terminan con acciones de violencia que acaban con la vida de quienes piensan diferente. Nada más antidemocrático que ello. ¿Estamos sabiendo leer bien este contexto? Ese es el gran reto que tenemos entre manos y, lamento traer malas noticias, ni el recambio en Palacio de Gobierno ni en el Congreso, supone resolverlo. Nunca antes había hecho tanta falta mirar la foto completa.

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