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Opinión

Laura Arroyo Garate: Dos vías: Recambio de elites o democratización del poder

Está muy de moda, y esto es una obviedad, debatir sobre “las salidas” a la crisis. Llevamos un año y medio no sólo de gobierno de Pedro Castillo sino de hegemonización de la idea de la crisis de la que hay que salir.
Al respecto planteo un apunte que bien señaló el usuario @marioantonio10e en tuiter y que tiene que ver con el sentido común sobre la crisis. Cuando el interés hegemónico, liderado y delineado por los poderes fundamentalmente, se encuentra en plantear salidas a “la crisis”, hay un ejercicio previo que no hacemos.
¿Hemos estado alguna vez en no-crisis? Si convenimos en que siempre hemos estado en crisis y ahora ésta se está agudizando la segunda pregunta cae de madura: ¿por qué no era necesario pensar “salidas” a la crisis antes? Porque, en realidad, la noción de que estamos en crisis no fue ni aceptada por el poder nunca hasta 2021. Es recién desde la llegada de Pedro Castillo a la Presidencia que esta crisis que existía desde, cuando menos, el fin de la dictadura, (y podríamos remontarla a mucho antes incluso según con qué baremos la definimos) parece ocupar el debate público. Y al entrar por primera vez en el debate público es caracterizada como un mal originado por este periodo político (gobierno de Castillo y oposición golpista, obstruccionista o torpe) perdiendo de vista que esa premisa es ya errada.
De ahí que algunas planteemos el carácter antes sistémico que exclusivamente político de la crisis. Más allá de disquisiciones terminológicas, quienes defendemos el uso preciso de las palabras y hacemos de su uso y resignificación una disputa política cotidiana, elegimos los adjetivos que mejor grafican los escenarios. Por tanto, apuntar al carácter sistémico de la crisis resulta clave para entender también no sólo las reformas estructurales necesarias -en lugar de los acuerdos de mínimos que sostienen la arquitectura de poder que perpetúa la crisis-, sino que además nos permite reparar en este a priori sobre “la crisis” que mencioné líneas arriba. ¿Por qué no hablamos de la crisis como una agudización sostenida en las últimas décadas y sólo la planteamos como un momento del hoy que, por consiguiente, nos lleva a creer que la solución es resolver también sólo el hoy?
El tema de fondo, creo, tiene que ver con las verdaderas soluciones a una crisis que, como digo, es sistémica y no es de este año ni del último quinquenio únicamente. Y, con sus matices diferenciales, creo importante decir que sólo hay DOS VÍAS por las cuales saldremos de esta crisis sistémica. Dos vías posibles, ambas en disputa actualmente porque ninguna cuenta con una mayoría en la correlación de fuerzas actual.
La primera vía es la recomposición de las élites. Una suerte de recambio. Un canje de las élites tradicionales por unas élites nuevas, modernizadas, actualizadas. Unas nuevas élites que se alejen del fujimorismo (sin duda, una buena noticia), que apuesten por sostener las estructuras precarias de la democracia “representativa” que tenemos (valga el entrecomillado), que pongan la lucha contra la corrupción en el centro de su agenda y que moderen el tono. Unas élites que se alejen de la derecha bruta y achorada en las formas y también en buena parte de sus contenidos. Pero que, en ningún caso, tocarán las estructuras ni al modelo que, de facto, defienden las élites actuales. Ni nueva constitución (tal vez sí reforma de algunos artículos por arriba y sólo en las instituciones), ni cambio del modelo económico respecto a la soberanía sobre recursos estratégicos o recuperación de los mismos, ni cambio en las reglas del poder mediático, por citar tres puntos específicos.
Como vemos, sin duda, se trata de mejores élites que las que tenemos y está muy bien que algunos y algunas planteen legítima y democráticamente esta vía. Pero olvidamos que hay otra que es la que está en disputa con esta.
La segunda vía es un acuerdo entre iguales. Un pacto entre peruanos y peruanas que democratice el poder, el acceso al poder y la arquitectura del poder. Un encuentro de reconstrucción desde abajo hacia arriba que luego sea plasmado en una Nueva Constitución. Y esto no quiere decir que una Nueva Constitución lo resuelva todo, pero, como sabemos, todo proyecto constituyente supone destituir lo anterior y reescribir un punto que puede ser también de partida, nuevo. Y puede ser colectivo y democrático, o turbio y autoritario. Lo sabemos bien quienes recordamos cómo se firmó la Constitución del 93.
Hay, entonces, dos vías. Creo que no hace falta señalar por cuál me inclino. En cualquier caso, reconozco el valor de que esa disputa se dé y, como es necesario en política, tocará posicionarse en función del proyecto de país que queremos, que planteamos y que defendemos. Recambio y recomposición versus construcción popular.

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