Hemos hablado ya, en varias ocasiones, de lo que realmente significaba y significa ese “que se vayan todos” que desde algunos espacios se reducía a convocar elecciones para sacar al que era aún presidente, Pedro Castillo, y al Congreso del 6% de legitimidad. El “que se vayan todos” no fue nunca un sinónimo de “quiero volver a votar” ni lo fue de un rechazo exclusivo a dos actores políticos: Ejecutivo y Legislativo. El “que se vayan todos” fue siempre un grito de impugnación a todo el sistema. A todo el modelo, si lo prefieren. Una arenga que en realidad significaba “que todo esto se acabe”.
La evidencia la estamos viendo hoy. Las movilizaciones potentes de estos días lo ratifican: no es solo un pedido de cambiar este Congreso ahora que Castillo está fuera de la presidencia (tras autovacarse al situarse fuera de la ley e intentar un golpe de estado), sino por el contrario, es la expresión de una serie de demandas históricas y coyunturales por parte de quienes nunca han sido considerados iguales en un país que es suyo. El “que se vayan todos” ha transitado a su verdadero significado histórico “que se vaya TODO”. El sistema en jaque. La Constitución muerta.
A partir de ahí, comparto tres intuiciones sobre cómo puede encauzarse el inicio de la salida larga a una crisis sistémica que, por su carácter, no se resolverá con tres o cuatro medidas superficiales ni mucho menos si son acordadas por la clase política, económica, mediática, académica, etc. ya deslegitimada. Como bien señalaba ayer el secretario general de la Federación de trabajadores de construcción civil: estamos en un contexto de excepcionalidad que, por lo mismo, merece medidas excepcionales. Partamos de ese punto inicial.
A cada día que pasa leemos y oímos opiniones que resultan necesarias en este contexto donde el debate y al reflexión aunque difíciles son necesarios. Sin embargo, contrario a lo que algunos señalan como el gran consenso nacional actual (elecciones y cierre del congreso), la verdadera agenda mínima de ese consenso incluye necesariamente un referéndum por una Nueva Constitución que, curiosamente, es eliminada del debate en ese poder mediático que siempre se ha opuesto a esta posibilidad. Si partimos del hecho de que es un contexto de agudización mayor y que la estabilidad o gobernabilidad es inviable en este momento (como es obvio), las salidas no pueden ser “reeditadas”.
Es verdad que hay maximalismos en las demandas que oímos como consigna en las movilizaciones. Pero no solo es válido que así sea, sino que es lógico. Asimismo, el verdadero maximalismo perverso es la lógica de la represión gubernamental amparada y justificada con el mecanismo del terruqueo desde los espacios de poder. Ese maximalismo perverso es algo a lo que toca apuntar especialmente, en lugar de cargar tintas contra las propuestas que gusten o no son válidas en democracia. Pienso en quienes piden reposición de Castillo, libertad de Castillo (aquí se incluyen varios abogados, por cierto, no solo ciertos manifestantes como dice la gran prensa), desconocimiento del congreso y por tanto de la vacancia que llevaron a cabo, etc.
No podemos seguir conviviendo en un Perú donde sólo algunas ideas son válidas hasta para refutar mientras que otras automáticamente se eliminan -nunca mejor dicho- del escenario, ya sea por la invisibilización social y mediática, la ridiculización de las mismas o, peor aún, la violencia que las silencia al silenciar a los cuerpos que las enuncian. Esa es la primera observación de todas. Hay opiniones diversas, algunas maximalistas. Ninguna justifica ni el terruqueo ni la violencia ni la represión. El maximalismo principal es justificar esos hechos.
Vamos ahora con las intuiciones.
Primera intuición: Toca que los que nunca han cedido, cedan.
Hay cesiones que hacer para encontrar ciertos consensos que no serán soluciones, sino tránsitos hacia el inicio de una. Pero estas cesiones no suponen instalar la agenda de quienes son parte de la crisis: las esferas del poder. De hecho, el despliegue de terruqueo desde el poder mediático (no todos los medios), el poder político congresal que lo performa en vitrinas mediáticas y la consecuente represión que se legitima en ese discurso, inclinan el tablero hacia una obviedad: no bastan elecciones convencionales.
No bastan porque no son posibles. Así de sencillo. El consenso no se genera en el “punto medio” entre dos espacios en un contexto de cierta normalidad sostenida. El consenso se genera en un tránsito y, en este contexto, ese tránsito es de agudización: la nueva Constitución puede parecerte un máximo, pero el referéndum para consultarla no lo es. Por ello, la única vía de iniciar un diálogo real que inicie una desescalada supone ADMITIR que toca una ELECCIÓN TRIPLE en la cual se voten tres decisiones: presidencia, congreso y referéndum. Este es el verdadero consenso si llamamos “consenso” a lo que se construye con la mayoría movilizada y no sólo entre los actores que siempre han tenido ciertas cuotas de poder.¿Qué se perpetúa ignorando esta vía? Ya sabemos la respuesta.
Segunda intuición: La reforma política ha tocado techo.
Así como el antifujimorismo como sujeto político tocó techo en 2021 por el contexto electoral, el reformismo político como canal que encauza descontentos sociales lo ha tocado en este contexto de crisis agudizada. Esto se debe, en primer lugar, a los actores que han de implementar e incluso defender estas reformas. El problema es el mensajero. En segundo lugar, se sostiene el problema porque hay mensajeros cuyas reformas van en la línea opuesta al sentir popular y al deseo de cambio real del espectro político. Nuevamente: agudización de la crisis. Creer que en este contexto hoy en día se puede decir algo como “elecciones ya con nuevas reglas” es, en realidad, sostener el discurso que desde hace una década (o más) se dice desde ciertos espacios más tecnocráticos e incluso progresistas. Sí, las reglas del juego son un problema, pero no son EL problema ya.
Se puede defender argumental y procedimentalmente qué medidas específicas mejorarán el elenco político electoral, pero lo cierto es que hay una pulsión popular que quiere dictar las medidas y ya no seguir las rutas que otros señalan. Hubo esa ventana de oportunidad antes, no la hay más ahora. ¿Es esta una suerte de resignación? No lo creo. No si se abre una posibilidad constituyente que incluye necesariamente estas reformas electorales. Lo que supone, sí, es que deberán entrar a un debate más amplio que los circunscritos a los técnicos especialistas. Democratización también es esto. Para legitimar a los nuevos y nuevas actrices políticas urge que esa legitimación la otorgue la gente.
Tercera intuición: Del Congreso al Gobierno. Del “todos” al “TODO”.
En los últimos días hemos visto cómo el tránsito entre un destinatario del rechazo también ha tenido ciertas variaciones. Del “cierre del congreso YA” como gran homogeneizador entre diversos sectores movilizados, al “rechazo de la represión del gobierno (apuntando directamente a Boluarte)” hay un giro. La pulsión de encuentro tiene que encontrarse también en estos nuevos márgenes.
El Congreso sigue siendo un adversario fundamental, pero ya no es EL adversario por responsabilidad de un gobierno que en menos de una semana tiene SIETE MUERTOS. La suerte del Congreso está ya echada (ha de irse lo antes posible), pero la de Boluarte está atada a ellos también y terminó por demostrarlo en estos días. Pasó de ser la presidenta hipotecada al golpismo a ser la presidenta representante del discurso golpista que no sólo se construye en oposición a Castillo, sino también en las vías en que “dialoga” (mejor dicho, se enfrenta) a la gente. De esto no hay ya retorno para la Presidenta y su gobierno.
Esto nos lleva a algo adicional: no podemos seguir entendiendo o delimitando el debate sobre las salidas dentro de los marcos únicamente procedimentalistas como se hace, nuevamente, desde el poder mediático. En la lógica procedimentalista se responde a quien pone el cuerpo frente a un helicóptero que gasea, que su demanda debe ser encauzada por vías que no ha elegido ni bastan. Salir de ese marco es fundamental para ampliar la democracia, ensancharla y actualizarla en un nuevo pacto que incluye a todos y a todas. Es, de hecho, la única vía para no quebrarla.
De ahí que a partir de consignas diversas también leemos otras propuestas alternativas que tienen, eso sí, muy poca prensa. El pedido de diálogo del gobernador del Cusco ayer, por ejemplo, está muy bien y tiene un tono necesario, pero obvia la cuestión principal: el problema no es ya el Congreso y el Gobierno únicamente. La represión es el clímax de ese punto final, pero el problema es el rechazo al sistema, al régimen del 93, a las condiciones que sostienen los enfados justificados. Entonces, para dialogar como bien sugiere es necesario abrir una puerta que así lo garantice. La puerta es solo una: aceptar el referéndum por una Nueva Constitución. Una cesión justa.¿Qué ofreces si no? Toca ofrecer garantías al país que protesta y no a los partidos.
Hay también otras propuestas como la de cambiar de Mesa Directiva del Congreso. Se van Boluarte y Williams en una suerte de “es lo que hay pero solo mientras se van para siempre”. El Congreso no recuperará la legitimidad con esto, pero esa renuncia es también una cesión. Algo que se mueve, al menos. Me parece importante como pasito que no cambia las cosas pero forma parte de un paquete más grande.
Claro que sabemos que para llegar a esto necesitamos actores leyendo el escenario y entendiendo que son ellos los que no dan para más y no solo “la crisis.” Supone la humildad de entenderse como actores protagónicos de la crisis. Nunca llegarán solos a eso, es la ciudadanía la que los lleva a entenderlo.
En resumen, en cuestión de horas el contexto político sigue girando y, por lo mismo, las intuiciones son necesarias a partir de las reflexiones colectivas. Aún así, tenemos urgencias. La primera: acabar con la represión. Y para eso hace falta un llamado internacional que se plante como garante del respeto a los DDHH de quienes protestan. Boluarte no puede ya garantizar este mínimo. La segunda: el diálogo, sin duda. Pero ese diálogo ha de ser con quien es terruqueado por el poder. No se puede igualar a quien violenta desde el poder con el violentado que reacciona como puede y con la ira que los años construye. ¿Quién es responsable de bajar el tono?
Pero, lo más importante, para que el diálogo existe hay una necesaria condición de posibilidad previa: la cesión de una demanda mínima. Y esa demanda, le guste más o menos al poder, es el referéndum por una Nueva Constitución. Esa es una victoria de la movilización que están buscando borrar con sangre. Con sangre nada puede empezar siquiera.
Estas intuiciones son, ni falta hace decirlo, políticas entendiendo que la política no es lo que dice una norma, sino la reflexión sobre las normas también. Hoy las normas están más desgastadas que nunca. Para llegar a un punto de inicio toca, entonces, reconocer ese desgaste, ceder y, sobre todo, oír a esas voces que nunca han sido oídas y reclaman nada más y nada menos que lo mínimo: democracia.