El gobierno de Dina Boluarte ha decidido responder a las demandas con fuego. Callar las manifestaciones con sangre. Cambiar el diálogo por la represión. La pregunta es ¿con cuánta sangre piensan que pueden callar al país? De momento no parecen tener ningún límite.
El día de su juramentación como Presidenta señalé en Nuestramerica TV que teníamos ya una PRESIDENCIA HIPOTECADA a ese Congreso del 6% de legitimidad. Hubo quienes me reclamaron el análisis. Me dijeron que debíamos esperar que Boluarte gobernara para luego juzgar. Que debíamos esperar al gabinete ministerial. Que debíamos esperar las acciones del nuevo gobierno. La política, lo ratifico, no es el arte de la espera, es también el arte de la previsión. ¿No era evidente acaso que al no tener bancada ni correlación de fuerzas, al deberle la Presidencia al Congreso que archivó la denuncia que le habían puesto y al enunciar un mensaje presidencial prestándose al juego del golpismo congresal al decir que se quedaban (todos) hasta 2026 había ya tomado una decisión? Sí, sí era evidente. La realidad es cruda pero no por eso hay que dejar de enunciarla.
Hoy, en cambio, la cosa ha escalado para peor. Hemos pasado de la presidencia hipotecada a la presidencia como punta de lanza. Boluarte no está hipotecada al congreso, sino que ha demostrado que es ella misma la Presidenta de ese congreso de mayoría golpista. El discurso racista, el terruqueo como norma, la represión como vía y el apoyo de los poderes son la evidencia de ello. Ha asumido su papel con comodidad y hasta con sonrisas vergonzosas en un contexto en que peruanos y peruanas están poniendo sus vidas al servicio de la defensa de esa democracia que nunca les ha llegado completa.
Mañana, con el estado de emergencia en vigor, queda más claro que nunca que sí ganó un golpe. Aquel golpe largo que desde hace un año y medio ha buscado no sólo poner a un Presidente suyo, sino sobre todo sostener la arquitectura del poder existente. Es Dina Boluarte la cara legal que les permite decir que es legítima obviando que ser la sucesión legal tras una vacancia (que promovió el mismo Castillo) no quiere decir ser legítima. La legitimidad no la dan las leyes enmarcadas en papeles históricos. La legitimidad está también y sobre todo en la gente que le da sentido a las normas, los representantes y los líderes.
El golpe que ganó busca sostener los abusos perpetrados también por fuera de la democracia bajo el paraguas de legalidad de Boluarte. Buscan sostener el quiebre del equilibrio de poderes porque, que no nos engañen, el Congreso ya es más poderoso que la presidencia al, por ejemplo, elegir cuando una cuestión de confianza vale o no o, incluso, con su vía de permitir la suspensión de un presidente elegido por el país hasta por 36 meses contando sólo con 66 votos. Claro que ganó un golpe, pero frente a ese golpe hay resistencia.
Y ese es el escenario de disputa. Esa resistencia es la democracia. Las arengas son diversas, puedes estar más de acuerdo con unas que con otras, pero el fondo de todas es un pulso de democratización del poder. La movilización está exigiendo el derecho a votar y que se respete su voto gane quien gane, algo que no ha pasado en la última elección. Está pidiendo convivir sin ser maltratado desde el racismo o el clasismo que acepta un tipo de oposición contra unos y no contra otros en función de su lengua materna, su color de piel o su lugar de nacimiento. Está pidiendo que el derecho a protestar lo sea realmente porque parece que en Perú “patriota” es solo aquel que porta la camiseta de la selección y llega en una 4×4 al centro de Lima y no quienes llegan andando con sus lanzas desde la selva como ha ocurrido esta tarde en Perú.
Está pidiendo que sus voces tengan no sólo cabida simbólica sino real en la construcción de un país que es también suyo. Todo esto es democratizar el poder. Las movilizaciones de estos días están defendiendo la democracia cada uno con acentos específicos pero con esa foto de fondo. Y lo hacen deslindando correcta y enfáticamente de ciertos hechos vandálicos que ocurren aisladamente y no son la norma como el poder mediático se ha apresurado en decir.
Desde el Gobierno, el Congreso y el poder mediático se intenta instalar la narrativa de que estamos en “guerra”. Para ello usan el terruqueo como estrategia. Si todos los manifestantes son terroristas, se justifica la represión y, si estamos en guerra, se justifican las FFAA en las calles. Esta narrativa perversa nos demuestra no sólo que el golpismo de las élites ganó, sino que cuentan con todos los poderes para sostenerse. Frente a eso tienen un único problema: el poder popular que no se rinde. Pero es importante para ello no caer en su marco tramposo. No hay un versus entre guerra y paz como convenientemente buscan hacer creer.
Solo hay un versus real en el Perú movido de estos días producto de años de arquitectura elitista del poder: élites versus democracia. Nos corresponde disputar todos los espacios señalando esta verdad. Pese a su golpe ganador, la democracia no está muerta. Es su modelo de democracia para unos pocos el que está muerto. La posibilidad de democratizar por fin el poder en el país está en cada calle y plaza movilizada. Y pasa necesariamente por el voto para elegir ir hacia una Nueva Constitución porque lo primero en una democracia es que el pacto sobre ella sea escrito a todas las manos.
Frente a su represión, democracia.
Estamos viendo a la democracia defendiéndose.
Y solo eso es una señal de victoria.