DOCE muertos sólo hoy. DOCE muertos en Juliaca. DOCE vidas que hemos perdido por la represión de este Gobierno que no gobierna, sólo reprime. Que sólo se sostiene con balas y con el aval del silencio en los poderes económico, político, mediático y judicial que siguen mirando de costado mientras mueren peruanos y peruanas por exigir una sola cosa: una DEMOCRACIA real donde su voto valga lo mismo que el de todos. Donde sus elecciones sean tomadas en cuenta. Donde su voz valga como la de cualquiera. Donde su decisión se respete.
Hoy hay todavía quien cree que este gobierno puede sostenerse o que puede cambiar de rumbo. Un gobierno con 40 muertos en un mes según cifras oficiales. Un gobierno que de facto es el gobierno de quienes perdieron las elecciones. Un gobierno que se sostiene gracias a la complicidad de esos malos perdedores que nunca aceptaron su derrota y que más allá de Castillo, sus errores, sus sospechas, sus anuncios anticonstitucionales, son los que nos han traído hasta aquí con toda su orquesta antidemocrática y antipatriota porque en su patria sólo caben ellos. No cabemos todos y todas.
Es imposible que cualquier derechohumanista sienta que es posible convivir con estas cifras. Es imposible que cualquier defensor de la memoria se limite hoy a denunciar la represión pero no a su principal responsable política. Es imposible separar responsables de ejecutores o racionalizar entre supuestos malos menores cuando claramente no hay ya mal menor. No es Williams peor que Boluarte porque de facto Williams representa a un Congreso que ya gobierna. No es Moyano peor que Boluarte porque de facto, Moyano y el fujimorismo ya gobiernan. Nos lo dijo claro Otárola hace unos días al reconocer la bancada fujimorista como una bancada con talante democrático y estabilizador para el Perú. No hay algo peor que Boluarte porque no hay ya una separación real entre los sujetos y actores el poder. Hay una complicidad, una fusión macabra, una articulación perversa. Por eso, este no es un intento por restaurar el poder perdido desde las alturas. Esa restauración, me temo, ya se dio. Hoy sólo vemos su consolidación a punta de gatillos, balas y terruqueo.
Por eso decimos que esto no es una democracia. Porque por más artilugio lingüístico que quiera usarse, no es un país democrático aquel en que por protestar pueden matar a doce personas en un día. Aún peor es qje si los muertos no ocurren en la capital se les invisibilice en la gran prensa, se les difame tras ser disparados y se buque justificar con razones absurdas por qué ya no están más entre nosotros. No es una democracia y no es un país decente ni digno el que acepta un día como hoy sin ruborizarse.
Ser demócrata y ser patriota hoy es tener muy claro el debate de fondo es más simple de lo que parece y, por lo mismo, más doloroso: están matando a quien exige democracia y se llama demócratas a quienes apuntan las armas y aprietan el gatillo. Es imposible no posicionarse. ¿Qué más estás esperando? Si la renuncia de Dina Boluarte era importante para iniciar un proceso de reconstrucción conjunta hoy ya no es sólo importante, sino una condición NECESARIA para siquiera empezar a conversar.
No hay acuerdo posible con ella en la ecuación. No hay paz posible con balas y muertes. No hay democracia posible con los golpistas celebrando que le torcieron el brazo al voto popular. No hay un país posible con estas cifras que no son cifras, son vidas. No son ajenas, son nuestras. No son muertos, son asesinados. Son nuestros hermanos y hermanas. ¿Qué país se construye sobre el desprecio de las lágrimas de su propia gente?
Si ayer tenías dudas, aquí tienes certezas. Una certeza de espanto pero una certeza al fin y al cabo.