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Opinión

Laura Arroyo Gárate: La izquierda en el laberinto (del adversario)

Este texto tiene como intención plantear algunas ideas que, en los espacios de debate sobre la situación de las izquierdas hoy, no suelen ocupar espacio. Con suerte, espero que sumen a una reflexión que debería darse principalmente en los espacios de politización popular, en lugar de circunscribirla a la, a veces muy alta, torre de babel académica. A partir de estos apuntes, además, se pueden advertir oportunidades concretas que existen para las izquierdas peruanas en el contexto actual. No obstante, el debate sobre el papel de “la izquierda” no es nuevo y no podrá agotarse con las apreciaciones aquí planteadas, pero, como mujer de izquierdas, espero que sirvan para llamar la atención sobre la urgencia de replantear, sobre todo, los marcos de los debates en que nos sitúa el adversario, muchas veces, con “nuestro” propio beneplácito.

¿Quién está en crisis?

Que el Perú se encuentra atravesando una crisis sistémica cuyos orígenes se remontan a décadas atrás no es una novedad. Que esta crisis sistémica, hija del régimen fujimorista que no se ha ido nunca del todo aunque su dictador esté en una cárcel (dorada), tampoco. Que el actual gobierno de Pedro Castillo, ganador tras una feroz campaña electoral con todos los poderes en contra de su propuesta y liderazgo, es hijo de esta crisis, tampoco debiera serlo aunque, me temo, es poco popular decirlo. Que la pregunta por las “salidas a la crisis” se ha convertido en el tópico de moda planteado y respondido generalmente por los poderes mediáticos -altavoces del poder económico y empresarial- es una obviedad. Sin embargo, también lo es que la pregunta previa a encontrar cualquier salida se hace curiosamente muy poco y superficialmente: ¿de qué crisis estamos hablando?

Como bien señala Cecilia Méndez[1], la pregunta que parecemos no querer hacernos es fundamental para diagnosticar el hoy y, por tanto, nuestro papel en este escenario concreto: ¿Cómo llegamos a esto? Basta plantear la pregunta para advertir que esa intención por dictar salidas a la crisis y reducirlas a dos únicas vías posibles se cae. Parece de perogrullo, pero el primer paso incumplido es el diagnóstico de la crisis y en esto las izquierdas también tienen que ver. Al respecto del diagnóstico más fino se podría escribir mucho -he intentado hacerlo alguna vez[2]– pero quiero centrarme en cómo esta falta de diagnóstico claro o, en su defecto, un diagnóstico incompleto, afecta en los propios debates y reflexiones de las izquierdas actuales en Perú.

Si pensamos en clave de geografía política, cuando nos preguntamos ¿quién está en crisis? lo cierto es que, aunque desde los poderes esto no se diga ni se vaya a decir nunca, la respuesta es una: las derechas. Que Keiko Fujimori fuera derrotada en 2021 pese a contar con todos los poderes a favor es una evidencia. Lo es también que sumara el apoyo de quienes eran liberales democráticos de referencia en el país como Mario Vargas Llosa, por citar al más emblemático. Y que otros referentes académicos del liberalismo desde las coordenadas democráticas hablaran de vacancia a 72 horas de juramentado Pedro Castillo[3], es también una evidencia de esta crisis en las derechas. Pero hay más. Que las derechas peruanas se hayan extremado al punto de dejar el espacio de una derecha democrática completamente desierto, nos habla de esa profunda crisis de época en dicho espectro político. La voz cantante de la oposición de derechas en Perú es la voz de las extremas derechas. La del fujimorismo, el lopezaliaguismo y representantes de Avanza País. Tres fuerzas políticas de extrema derecha que han firmado comunicados conjuntos y sostienen relaciones políticas con VOX, partido de extrema derecha español muy interesado en América Latina. Esta crisis de época en el ala derecha los ha llevado a un repliegue reaccionario que vemos a nivel mundial -la internacional reaccionaria- y que a lo largo y ancho del mundo es la nueva estrategia y versión de las élites para recuperar el poder que han perdido en las urnas. Y para ello se valen de  fakenews, discursos de odio y estigmatización violenta en forma de racismo, clasismo y colonialismo. Además, cuentan en sus filas con el apoyo del contubernio entre diversos poderes: el poder económico, el poder empresarial, parte del poder judicial y, fundamentalmente, el poder mediático. El combo molotov está servido. Pero, ojo, las derechas han llegado hasta aquí porque su proyecto de país quedó completamente quebrado tras la pandemia. Son ellas quienes están en crisis al no tener ningún horizonte de futuro que ofrecer. Las derechas, no las izquierdas[4].

Evidentemente, esto no supone que las izquierdas estén en un momento sencillo. La desgarradora pandemia situó en el centro del debate político y social la urgencia por transformaciones profundas que devolvieran al Estado un rol como garante de derechos, que recuperara músculo para poner fin a las desigualdades evidenciadas en ese 2020 donde las condiciones materiales definían quién moría y quién vivía por un virus que no nos tocó a todos por igual, y planteó también las preguntas urgentes por nuevas formas de producción o, cuando menos, redistribución de la riqueza. En un escenario de desplazamiento de los sentidos comunes hacia la izquierda por la comprobada incompatibilidad del neoliberalismo y el capitalismo salvaje con nuestras vidas, las izquierdas son las únicas capaces de plantear una alternativa. Dicho más contundente: sólo las izquierdas pueden proponer un nuevo orden para el desorden ocasionado por el neoliberalismo. Esta es, sin duda, una ventana de oportunidad. Ahora bien, que exista la ventana no quiere decir que esta se abra necesariamente. Las izquierdas en Perú están dejando pasar la oportunidad lamentable y olímpicamente.

LA IZQUIERDA COMO SENTIDO COMÚN EN ASCENSO

Cuando pensamos en la izquierda parecemos olvidar que no hablamos de partidos políticos, sino de un espectro amplio dentro de la geografía política. La izquierda, en singular, hace alusión a una serie de valores que responden a ese espectro y que, como todo, es cambiante en los acentos que realice sobre determinados temas en función de los momentos históricos y de cada país. Por eso, hablar de “la izquierda” como ese sentido común es aquello de lo que en Perú toca y hace falta hablar. Sobre todo porque vemos que en los debates propiciados para esta reflexión se suele caer en la trampa de reducir el análisis a pensar en el papel de los partidos que forman parte del espectro casi únicamente. Sin considerar a los movimientos sociales, las organizaciones defensoras del medio ambiente, del derecho a la consulta previa, de los sindicatos -algunos con mayor presencia que otros-, del activismo por derechos, o ahora del activismo contra el golpismo, etc. no se delineará un mapa completo de esa izquierda peruana.

A partir de este punto corresponde entonces advertir otro detalle. Mientras el discurso interesado de ciertos opinadores de referencia limeña -lo que en Perú es decir “nacional”- buscan explotar un debate sobre todo aquello que “sufrirá” la izquierda o lo que le “costará a la izquierda” este gobierno liderado por Pedro Castillo, se omite alguna data importante. Por ejemplo, que en la encuesta de agosto del Instituto de Estudios Peruanos se constata que en términos de identificación ideológica, a lo largo del último año -que se condice con el primer año de gobierno de Pedro Castillo-, la identificación ciudadana dividida en tres grupos (izquierda, centro y derecha) se mantiene casi inamovible[5]. De hecho, entre agosto de 2021 y agosto de 2022 hay un ligero aumento en, adivine usted. Sí, la izquierda. Una subida de 6 puntos porcentuales. Tal parece que no hay un declive de identificación ideológica con el espectro lo que, por supuesto, no quiere decir que los partidos de izquierda estén consiguiendo adeptos, sino que el sentido común desde la izquierda sigue siendo un sentido común de significancia en el contexto peruano. Es más, primera intuición,  que la poca identificación de la ciudadanía con los partidos de izquierda no tiene que ver con que sean de izquierdas, sino con el hecho de la desafección política que en Perú ocurre con todos los partidos en general. Detalle que, en los debates sobre “la izquierda peruana” ni se menciona.

El laberinto

A partir de aquí, invito a hacer una reflexión más allá de la data para repensar (y matizar, cuando menos) el gran marco que se intenta imponer desde las derechas: ¿es la izquierda un actor debilitado por este gobierno? A continuación, tres apuntes para reflexionar sobre las trampas del debate detrás del supuesto declive de las izquierdas.

1. ¿Quién está planteando los marcos del debate?

En los últimos meses, los mismos referentes de opinión en los grandes  medios de comunicación han planteado dos tesis que pese a ser contradictorias son sostenidas sin rubor, a veces, el mismo día: “la izquierda está en crisis por su apoyo a este Gobierno” y “la izquierda está en crisis por no encaminar a este Gobierno”. Cualquier debate con esta falta de seriedad en la tesis debería ya alertarnos un poco sobre las intenciones de sus auspiciadores; sin embargo, algunos representantes de lo que podemos llamar “izquierda académica” y otros de la izquierda de partidos, han asumido esta falacia y han buscado disputar este debate en estos antagónicos y falaces términos. No dudo de sus buenas intenciones, pero creo que el laberinto además de tramposo es profundamente útil, pero no para nosotros.

Podríamos debatir mucho sobre el carácter ideológico de este gobierno. Mientras algunos colegas y compañeros señalan que es indudable que se trata de un gobierno de izquierdas -aunque no por eso de una izquierda que nos/les guste- otros afirman que no y que ese es el mensaje que deberíamos posicionar a fin de “salvar” a la izquierda de un supuesto declive. A riesgo de sonar impopular, creo que ambos mensajes se encuentran desanclados de la realidad. La pregunta a priori no tiene que ver con el carné de izquierdas que pueda otorgársele a un gobierno que, a mi juicio, no sigue una hoja de ruta ideológica sino pragmática. La pregunta es si este es un debate necesario o, cuando menos, vigente en el Perú. ¿Acaso los peruanos y peruanas se preguntan por el carácter ideológico de este Gobierno? Al respecto no solo no hay data, sino que tampoco claridad. ¿Es este un debate útil para pensar en el papel de las izquierdas peruanas actualmente? Y, más importante aún, ¿debe definirse la izquierda peruana en función de cómo se posiciona respecto del Gobierno de Castillo?

Lamentablemente, el debate suele cerrarse a esta óptica no sólo reducida sino perjudicial para una izquierda que, si algo debería tener como norte principal es recuperar su cercanía con aquellos a quienes se propone representar y no con quienes proponen estos debates con la finalidad de construir esa “izquierda que la derecha quiere”: la que habla de sí misma, se flagela en público asumiendo los errores de este gobierno -que los hay- y hasta ruborizándose por votar por la alternativa que permitió evitar la victoria de la representante de ultraderecha, Keiko Fujimori. Aceptar el marco del debate impuesto por el adversario es el primer error si lo que se busca es plantear alternativa desde las izquierdas. Y, por cierto, el segundo error es asumir que existe algo así como una factura que pagará la izquierda por responsabilidad de un Gobierno. ¿No será que lo que le falta a la izquierda es justamente salir de las coordenadas manidas de definición respecto al Gobierno y construir una alternativa al problema de fondo que es la crisis sistémica y no Pedro Castillo? Dejo ahí la pregunta.

2. ¿Gobierno de izquierdas o gobierno del pueblo?

La palabra “pueblo” está en disputa pues es un significante vacío. Eso ocurre cuando la repetición de ciertas palabras termina por desvirtuar el sentido de las mismas y ello es siempre un problema ya que significa el quiebre de nuestra comunidad de sentido. Pero es justo por el vacío de este significante replicado por el Presidente Castillo y el Gobierno en general, que toca advertir que actualmente en el Perú existe otro clivaje que opera con más precisión que el de izquierda-derecha: establishment (los de siempre) versus el pueblo (los nadie/los nunca). Esto no inicia en julio de 2021, sino mucho antes. La pandemia que erosionó los resortes de un modelo político y socioeconómico inútil, contribuyó también a que el clivaje de mayor utilidad para entender la caligrafía política peruana actual sea esta. Populismo en su sentido más aséptico. Algo que además de previsible es completamente lógico en un país con los niveles de desigualdad como los que tenemos y que, entre otras cosas, cuenta con el lamentable galardón de ocupar el primer puesto mundial en afectación por el COVID19. Leer el hoy del Perú basados en el clivaje izquierda-derecha es también un error en que la misma izquierda peruana incurre.

La campaña de Pedro Castillo supo leer este clivaje electoral mejor que nadie y, así como su lectura, el actual Presidente fue capaz de performar mejor que sus competidores una alternativa dentro de estas coordenadas. Esto no es sólo mérito de Pedro Castillo. Este clivaje se ancla y resulta poderoso debido a un conflicto que sigue sin resolverse. La forma en que la oposición política, mediática, económica, empresarial y judicial ha operado contra este Gobierno desde antes de que asumiera el cargo sostiene no sólo la aprobación presidencial, sino también el clivaje que le permitió ganar desde un discurso que impugna no desde las izquierdas, sino desde “el abajo”. Que el Presidente Castillo haya sabido en los últimos meses sostener un discurso y un plan de trabajo y reuniones con las organizaciones que nunca habían tenido entrada en Palacio de Gobierno, es una táctica acertada que ratifica el clivaje que tan bien le funciona. Por eso, la pregunta mayoritaria no es qué tan izquierdista es o no el gobierno, sino que “tan distinto” o “tan nuestro” es, incluso cuando la concreción de ello sea limitada en comparación con el Plan de Gobierno que prometió desarrollar al ser elegido. Y esto es algo sobre lo que la izquierda peruana debería cosechar, no renegar. Pero para ello tocaría dejar de comprar, nuevamente, los marcos del adversario interesado en que nos quedemos en el laberinto que ha construido para nosotros.

3. La estabilidad mediocre

Si algo ha ganado Pedro Castillo en los últimos meses es construir una estabilidad mediocre. Por un lado, ha logrado neutralizar los intentos vacadores -y adelantistas- de la oposición (política, económica y mediática) utilizando contra ella sus propios errores que son muchos debido a la propia crisis de época en las filas de las derechas. Pero, además, ha logrado sostener una estrategia precaria, pero útil que consta de dos fases: por un lado, la denuncia a la agresividad evidente de una oposición sin capacidad de articular alternativa ni de políticas concretas ni de liderazgos convocantes; y, por el otro, fortaleciendo alianzas -también precarias pero existentes- con los grupos, movimientos, sindicatos y organizaciones que entienden que tienen más en común con Castillo que con la oposición que, en buena cuenta, son “los de siempre” que los/nos trajo hasta aquí. Nuevamente, una estrategia que sostiene un clivaje que excede la geografía izquierda-derecha, pero ojo, logra convocar a organizaciones que siempre han sido cercanas al espectro de la izquierda y hoy se sienten más cómodas con este Presidente que con su oposición y con los gobiernos que lo precedieron. Es por esta estabilidad mediocre que el debate sobre el papel de la izquierda debería escapar de su relación con el Gobierno y, más bien, enfocarse en su relación con estas organizaciones y movimientos que llevan demandas concretas a Palacio de Gobierno y logran, en algunos casos, concretar avances que para ellos resultan fundamentales. Ese papel articulador entre unos y otros era un papel para las izquierdas y, sin embargo, se ha quedado desierto pues  desde las izquierdas se sigue debatiendo si lo que toca es vacancia o adelanto electoral como agenda única. Si hay alguna autocrítica que hacer es esta.

Ahora bien, ninguno de estos tres apuntes busca señalar que la izquierda no tiene algo que repensar o reflexionar. Al contrario, busca señalar un camino por fuera de los marcos que parecen hegemónicos en un debate donde no deberían dictar los términos quienes buscan que nos regodeemos hablando de nosotros para poder, en efecto, escribir nuestro epitafio. Lo que toca es salir de su laberinto.

La política está fuera del laberinto

Salir del laberinto supone, antes que nada, admitir una verdad incómoda: que la izquierda está actualmente mucho mejor representada por las organizaciones sociales y movimientos diversos, desde el activismo hasta el sindicalismo, que por los partidos del espectro de la izquierda. Y esto no es necesariamente negativo pues evidencia que, como sentido común, la izquierda sigue contando con un músculo social y de base importante. El problema es que los partidos están siendo incapaces de articular ni representar a este contingente. Esto, como señalé líneas arriba, tiene que ver también y directamente con la crisis sistémica que ha erosionado a los partidos políticos generando una desafección popular hacia ellos por considerarlos parte de la “clase política” o la “institucionalidad” corrupta[6].

Ahora bien, pese a ello, hay cosas que se pueden y deben hacer desde las izquierdas (en plural). Pedro Castillo sí plantea una pregunta sobre el rol de las izquierdas que falta responder, pero la pregunta no tiene que ver con la relación o declaraciones mediáticas sobre el gobierno, sino sobre la relación con la gente expresada en una alternativa para el país. Sólo las izquierdas pueden plantear un proyecto de país con un horizonte de futuro alternativo al que nos trajo hasta aquí. Esta es la gran oportunidad pero también el reto de este espectro político y aquí es donde los partidos de izquierdas tienen mucho que decir, incluso para exigir contundentemente que el Gobierno deje de postergar las promesas que hizo.

Mientras el debate público se circunscriba al ruido coyuntural que busca que todos planteemos nuestro acuerdo o discrepancia con la vacancia o el adelanto electoral, o que, desde las izquierdas, nos flagelemos públicamente por el papel de un gobierno en el que no participamos formalmente, seguiremos en el laberinto. Mientras aceptemos la equidistancia convenida que defienden desde los poderes, hábiles -y burdos- periodistas que nos exigen algún atisbo de arrepentimiento por la victoria de Castillo, seguiremos en el  laberinto (y daremos mucha vergüenza). Mientras se le tema al rótulo de “caviares” o “cojudignos” que desde diversos frente se utilizan antojadizamente para construir un “otro” desde formaciones políticas que no son capaces de construir una alternativa inclusiva, seguiremos en el laberinto. Lo que toca es hacer aquello que alarmantemente no ocurre: HABLAR DE POLÍTICA y hacerla.

No podemos seguir permitiendo -por pasividad o ingenuidad al entrar en debates interesados- que no se hable de POLÍTICA. Menos aún en un contexto de crisis internacional por la guerra Rusia-Ucrania y de crecimiento de la ultraderecha a nivel mundial, que demanda de la izquierda la construcción de un proyecto alternativo que permita hablar de redistribución justa de la riqueza, producción sostenible de la misma, ampliación de derechos, protección del medioambiente frente a la emergencia climática, rol de un Estado garantista de bienestar, etc. Pero de esto no se habla y, ojo, es también nuestra responsabilidad.

La izquierda, por tanto, no se debilita por el gobierno de Castillo, pero sí lo hará si sigue siendo incapaz de plantear y responder al verdadero debate que permitirá convocar a quienes desde sus espacios políticos hacen frente al golpismo que no es otra cosa que el repliegue de las derechas que siguen ofreciendo al país el mismo modelo caduco de siempre. No hay momento más propicio para hacerlo y salir de estos marcos. Algunos dirán que no se puede dejar de hablar de “lo que el país habla” y a ellos sugiero que escuchen más al país y menos a sus poderes mediáticos tan empeñados en imponer una agenda que es sólo suya. Algunos otros dirán que los indicios de corrupción del gobierno de Castillo suponen pronunciarse sobre el Gobierno. A ellos les diré que por supuesto que hay una alarma y un problema ahí sobre el cual hay que pronunciarse, pero que claramente el error es creer que es lo único sobre lo que hay que hablar mientras la gente, en su mayoría, está hablando de las cosas del comer, de cómo la crisis les está afectando y de cómo los partidos y liderazgos políticos no les representan. En realidad, para salir del laberinto hace falta sólo voluntad y audacia política. Pero, eso sí, primero que nada, reconocer el laberinto y dejar de enredarse en él cada vez que nos ponen un micrófono delante.

Fuente: Revista Ideele – IDL

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