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Opinión

Laura Arroyo Gárate: La violencia de la que no se habla

Hoy que es 25 de noviembre se hablará en muchos espacios, y eso es bueno, de la violencia contra las mujeres. Violencia machista que sufrimos y rechazamos a diario, pero los 25 de noviembres con especial atención. Como suele ocurrir en estas fechas veremos diversas iniciativas valiosas, pero también la utilización de la fecha para lavar la cara y limpiar conciencias de ciertos espacios en que la violencia es norma 364 días al año. Veremos así que programas de TV que objetivizan a diario nuestros cuerpos hoy harán llamados a protegernos.
Que conductoras de TV que acosan e insultan en sus espacios a mujeres que defienden posturas políticas contrarias se presentarán como adalides feministas del periodismo. Que columnistas que llaman “activistas” a las periodistas feministas de sus medios hoy se presentarán como aliados. Que congresistas que impulsan iniciativas para, por ejemplo, poner fin al derecho al aborto terapéutico, se autodenominarán representantes de esta jornada, etc. Conocemos ya estas trampas, pero ¿por qué se abren paso?
Durante años, desde los espacios de poder, las derechas mundiales han utilizado siempre una estrategia para despintar las luchas: borrar la política de esa lucha. De este modo, quitando la variable política que constituye estas luchas, la despintan y la vuelven “aceptable. Pensemos, por ejemplo, en la gran lucha verde de nuestros tiempos y en cómo para “ser ecologista” hay quienes te quieren hacer creer que basta con reciclar en tu casa, usar menos el auto y apagar la luz una hora al año, mientras que la verdadera lucha ecologista impugna el sistema capitalista por su depredación voraz de nuestros recursos y su amenaza a nuestro planeta. Las mismas empresas que auspician la hora del planeta suelen demonizar a la vez las demandas de las comunidades indígenas que rechazan la entrada sin regulación de empresas trasnacionales a sus territorios. Le quitan el factor político a la lucha verde y la vuelven una marca aceptable por el poder.
Esto también pasa con el feminismo. Desde los centros de poder se reduce la lucha feminista a una versión descafeinada de la misma en la que se obvian las críticas y la impugnación contra el modelo patriarcal que está intrínsecamente relacionado con el capitalismo y el colonialismo. De este modo enuncian con fuerza “la violencia contra las mujeres se denuncia venga de donde venga y por igual”, algo que es cierto, pero incompleto porque, con esta frase, invisibilizan que a todas las mujeres NO se las violenta por igual y que no todas las violencias son aceptadas como tal dentro de estas coordenadas limitadas de lectura.
La lucha feminista, en efecto, no es selectiva, pero sobre todo, no es miope. A todas las mujeres se nos violenta sólo por serlo en todos los espacios. Pero también es cierto que a una mujer de las élites no se la violenta igual que a una lideresa de las ollas comunes y resulta injusto eliminar esa variable clave en la comprensión de lo que aspira el feminismo construir. Igualdad no significa mirar sólo el componente de género, sino reconocer todas las opresiones: género, clase, raza, etc.
Por eso es importante entender los feminismos como expresiones de un movimiento político subversivo contra el sistema. Nunca como un espacio apolítico centrado únicamente en el género, sino como una impugnación al sistema que también privilegia a unas mujeres sobre otras. Mientras unas rompan el techo de cristal pero otras estén condenadas a seguir barriendo los cristales no hay igualdad.
Ayer comenté esto en el tuiter y tuve una respuesta contraria de nada menos que la congresista fujimorista Rosangela Barbarán. Ella utilizó la estrategia de la que hablamos líneas arriba para rechazar que hubiera un acoso político específico a las mujeres de izquierdas. Y lo justificó afirmando que toda violencia vale igual. De este modo, cómo vemos, una fujimorista que niega las esterilizaciones forzadas contra las mujeres andinas o aplaude el golpismo de Alva puede decir que el feminismo también es ella. Qué lista, ¿no?
Para Barbarán, por ejemplo, habría que aplaudir a Giorgia Meloni, la fascista que lidera ahora Italia, por ser una mujer en un cargo alto de representación en un país. Pero nosotras sabemos muy bien que Meloni es la adversaria de todos los avances feministas y de nuestros derechos. Nuevamente, la estrategia de la derecha descafeína el movimiento feminista al quebrar su esencia política y obvia que el feminismo no aplaude a las mujeres solo porque lo sean. Ni tampoco aspira a que llegue cualquier mujer sea quien sea a cualquier espacio de poder. De nada nos sirve ser el 50% de una institución si todas las representantes son conservadoras cristianas o golpistas fascistas.
El feminismo busca la igualdad de las mujeres, pero de TODAS las mujeres y, por lo mismo, impugnar también las opresiones de clase, raza, lengua, procedencia, orientación sexual, etc. Para Barbarán estas opresiones ni existen ni importan.
Al respecto, además, he de decir que una fujimorista no puede ser feminista sin antes pasar por una deconstrucción ideológica que la llevaría lógicamente a salir de ese mismo espacio político. ¿Cómo va a ser feminista avalar el abuso contra Susanna Higuchi, negar las esterilizaciones forzadas, oponerse a los avances en derechos como el matrimonio igualitario, el aborto por violación o terapéutico, la educación sexual para que los niños y niñas aprendan a querer bien, etc? No se puede. Por eso hay que denunciar esta estrategia que quiere descafeinar el feminismo y volverlo una marca donde da igual si eres una mujer fascista o una antifascista. Es el patriarcado disfrazándose de feminismo. Es el machismo, el clasismo y el racismo con máscara de “aliado”.
Por eso, aprovechando que es el #25N quiero hablar específicamente del acoso político como violencia correctiva. Así como la lucha feminista es política, las violencias también cuentan con el factor político. No se trata igual a una mujer que impugna el sistema y exige transformación, que a una mujer que defiende la conservación del sistema y el modelo. Dicho de otro modo, se acosa políticamente a cualquier mujer en el espacio político, pero no se violenta por igual a una mujer que defiende los intereses del poder, que a una que los impugna y quiere transformar esa arquitectura de poder existente.
Esto lo pudimos ver nuevamente esta semana cuando Juliana Oxenford agredió a Anahí Durand en su programa al señalar que “está en todos lados, donde le paguen bien”. Mientras exministras de otros gobiernos son llamadas “exministras” que dan su opinión, Durand sólo lo hace porque “le pagan” para ello. Pero este no es un caso aislado. Hace unos meses, también Juliana Oxenford, agredió a su ex colega Sigrid Bazán y señaló que era reportera o conductora “por el novio” que tenía. La misma Juliana Oxenford que criticó duramente (como correspondía y había que hacer) a Aníbal Torres por la agresión machista contra Sol Carreño, agredió a Durand y a Bazán por citar sólo dos casos. ¿Cual es la diferencia entre Carreño y Chirinos con Durand y Bazán?
Hay que decir que también llama poderosamente la atención que luego de la agresión de Oxenford contra Durand la gran mayoría de “feministas” y “aliados” que se posicionaron defendiendo a Sol Carreño hace unos días ha callado. Mientras que desde las izquierdas, tanto con Chirinos como con Carreño nos manifestamos rápidamente, desde los espacios de poder se invisibiliza este acoso político que es también una violencia. Y para hacerlo recurren a la estrategia de “todas son víctimas por igual”. Pues no. No es cierto. Hay víctimas de las que nunca se habla y violencias, como el acoso político a las mujeres de las izquierdas, que ni siquiera se consideran violencias.
El acoso político contra las mujeres es una violencia correctiva con la intención de que callemos y volvamos a nuestras casas. Que salgamos del espacio público. El acoso político contra las mujeres de izquierdas es además de un correctivo como el anterior, una suerte de advertencia que busca amordazarnos para que no hablemos de cambiar el sistema. Pensemos en el acoso político desde el poder político y sobre todo mediático contra Veronika Mendoza en la campaña por plantear un cambio del modelo de país. Pensemos en el acoso político contra Gahela Cari por ser mujer, pero sobre todo por serlo desde coordenadas de poder popular y con un discurso emancipador, apasionado y rebelde contra el sistema. Pensemos en el acoso político contra Isabel Cortez de la que Sol Carreño se burló por considerar siquiera aspirar a ser Presidenta del Congreso.
Pensemos en el acoso político contra Sigrid Bazán y antes contra Indira Huilca por atreverse a poner en jaque al modelo laboral del fujimorismo y defender derechos de los trabajadores oponiéndose a los intereses del poder empresarial y económico. Pensemos en el acoso político y mediático contra Lourdes Huanca por su posición frente al gobierno de Castillo, con la cual se puede discrepar si se desea, pero nunca avalar el nivel de machismo mediático contra ella. Pensemos en el acoso político con fakenews contra Anahi Durand con la intención de juzgarla a ella por quien fue alguna vez su pareja como si las mujeres debiéramos responder por aquellos con quienes alguna vez estuvimos. Y así un largo etcétera.
Hoy que es el día contra las violencias contra la mujer es importante poner el foco en aquellas violencias de las que nunca se habla y, por tanto, que no son consideradas violencias. El acoso político es una de ellas. Segun cifras del JNE, el 47% de candidatas al congreso en las elecciones de 2021 reportó haber sufrido acoso político. Esta violencia busca que salgamos de la política para que siga siendo un espacio masculino donde las decisiones sólo la tomen “los señores”. En la misma línea, el acoso político contra las mujeres y líderes de izquierdas busca que el poder siga concentrado en las manos de quienes lo ostentan, con una visión además de machista, conservadora del statu quo.
Donde el sistema económico, político y mediático nunca se toque. Y por eso esta violencia es tan importante de denunciar y combatir: porque mientras no hablemos de y acabemos con todas las opresiones que nos atraviesan no habrá igualdad.
Sólo entendiendo el carácter interseccional de las violencias y las opresiones podremos ver la foto completa y exigir real igualdad. Decir esto es feminismo aunque haya espacios donde hacerlo incomode. Inivisibilizarlo es utilizar al feminismo. He ahí la diferencia.

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