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Opinión

Laura Arroyo Garate: NOSTALGIA DEL PASADO VERSUS LA ESPERANZA DE LO POSIBLE

En los últimos días he estado oyendo y leyendo una tesis planteada por algunos analistas peruanos, algunos a los que respeto mucho. Quiero ponerla a debate desde el análisis político. La tesis plantea lo siguiente: Pedro Castillo rompió el bloque antifujimorista que operó en Perú durante las últimas décadas evitando que el Fujimorismo llegara al poder. Luego de plantear la tesis surge una lógica preocupación y su vía de solución: toca reconstruir el puente que permitía esa coalición antifujimorista. Algunos hablan de ese puente en términos de articulación entre clases medias limeñas y clases populares. Otros omiten las características de los sujetos políticos dentro del bloque antifujimorista y resaltan solo la responsabilidad de Castillo en esta ruptura.
La tesis, a mi juicio, resulta limitada y busca arrogar una responsabilidad de manera imprecisa pues analiza un hecho sin contexto. Algo que se ha puesto lamentablemente de moda en muchos análisis peruanos. Ocurre cuando, por ejemplo, se nos dice que la entrada de tropas estadounidenses en territorio peruano no es un problema porque “ocurre casi todos los años”. Una suerte de normalidad. Como si la situación actual lo fuera. Como si no resultara particularmente alarmante que esta entrada ocurra en este año y con este gobierno que lleva dos masacres encima, ejecuciones extrajudiciales que todos y todas hemos visto, y cuando las Fuerzas Armadas han asumido la política de represión como vía válida de actuación contra el ejercicio de la protesta. No se pueden disociar los hechos de sus contextos. Y hasta aquí el festival de obviedades.
1️⃣ LAS LIMITACIONES DEL BLOQUE ANTIFUJIMORISTA: El bloque antifujimorista fue un espacio efectivo en términos electorales y sociales al momento de defender ciertos acontecimientos. No podemos negar su papel, por ejemplo, en neutralizar hechos como el de la repartija en el Tribunal Constitucional en 2013. Por tanto, hablamos de un bloque defensivo en torno a la protección de un tipo de democracia concreta. En ese bloque, por ello, nos hemos sentido interpelados muchos y muchas demócratas. Yo entre ellas y sin dudarlo. Pero por lo mismo no podemos dejar de hacernos las preguntas sobre sus límites existentes desde el inicio. Pienso, principalmente, el de no construir un proyecto en positivo y especialmente constituyente.
Ya en 2018 (ver La Mula: ‘Más allá del antifujimorismo’) planteé estas preguntas en un artículo. Lo cierto es que el tipo de encuentro generado en este bloque antifujimorista es importante de analizar para entender el hoy. El “consenso de mínimos” era muy mínimo. Un consenso “anti” que resultaba efectivo y que estaba basado en un paradigma democrático que entendía como “democracia” lo que ya existía con Fujimori fuera de Palacio de Gobierno. No había un encuentro ideológico o político en torno a intenciones transformadoras, sino conservadoras de la democracia alcanzada tras muchos años de lucha que merece la pena reconocer. El encuentro, entonces, se daba alrededor del eje “Alberto Fujimori”, pero sin considerar su legado ya sea institucional o político en la Constitución del 93. Nuevamente, efectivo, pero limitado. Hoy, en 2023, con la restauración del régimen fujimorista que está logrando Boluarte y los poderes que cogobiernan con ella en tiempo récord, queda claro que entender democracia de esa manera limitada explica también los límites de este bloque. Sigamos.
Sin duda hay mucho que reconocer a este espacio, pero por lo mismo es de justicia reconocer que su evolución tiene que ver más con el contexto político de crisis sistémica agudizada en el Perú que con un personaje concreto como Castillo. El Fujimorismo movió ficha, pero el bloque antifujimorista se quedó en el mismo lugar. Cuando en 2016 la apuesta fujimorista por no aceptar más la democracia de las urnas se hizo latente, todo el contexto político cambió. Muchos analistas sitúan aquí el punto de quiebre democrático que se fue intensificando los años posteriores. Pese a ello, el bloque antifujimorista permaneció en las mismas coordenadas. Y si bien logró contener al fujimorismo en las urnas, la cuenta regresiva había iniciado. ¿Por qué? Porque en cuanto surgió otro clivaje político que el fujimorista-antifujimorista la fractura se hizo evidente.
Tiene todo el sentido del mundo que en el momento en que el “adversario a vencer” (o el candidato que mejor detiene a ese adversario) deja de ser tan “obvio”, el bloque perdiera el norte porque no había un encuentro político ni ideológico o, al menos, un proyecto político concreto en términos de construcción y no de defensa. En ese momento las costuras empezaron a notarse. En 2021, algunos vieron claro que el voto contra Fujimori debía ganar la segunda vuelta. Otros y otras, no. De hecho, no es casual que quienes se presentaron al Congreso defendiendo posturas democráticas que se encontraban inscritas en el espacio antifujimorista hayan sido luego los primeros o los más vehementes en plantear la vacancia contra Castillo o el adelanto electoral. Málaga, sí, pero no solo él.
Por ello, no es Castillo el que rompe ese bloque, sino la falta de postura ideológica en este espacio. El bloque antifujimorista era defensivo y democrático, pero cuando la democracia tuvo de candidato a alguien como Pedro Castillo no todos lo vieron tan claro. Y muchos de quienes lo vieron un poco en la segunda vuelta, dejaron de verlo muy rápido después. Algunos podrán decir que este cambio fue originado por los errores de Castillo, pero esto no le tomó ni 72 horas a muchos de estos referentes de opinión que también formaban parte de este bloque antifujimorista. Quien diga que el nombramiento de Guido Bellido como premier (todo presidente tiene derecho a nombrar a su premier guste más o menos el elegido) es una justificación para este giro, está demostrando precisamente el punto dos del análisis.
2️⃣ EL RACISMO (Y CLASISMO) EN LA PRÁCTICA POLÍTICA: No se puede entender lo ocurrido desde 2021 hasta hoy si no hablamos del racismo (y clasismo) estructural en el ejercicio político. Desde el “votar bien” de Vargas Llosa hasta la intención de anular mesas de votación de comunidades indígenas por parte no sólo del fujimorismo, sino de todos esos constitucionalistas, representantes de estudios de abogados, y empresarios de renombre que hoy, pese a sus resultados electorales, cogobiernan con Boluarte hay un hilo conductor: el racismo.
Hace un par de meses lo señaló con claridad la historiadora Cecilia Méndez, en una entrevista con Javier Torres, al denunciar el tipo de narrativa de ciertos sectores (pertenecientes también a lo que estamos llamando ‘bloque antifujimorista’) sobre las protestas. Un relato que quitaba agencia y derecho a ella en términos políticos a quienes lideraban -y siguen liderando seis meses después- las movilizaciones en Perú. Titulares como “no hay liderazgos en las protestas” o “no queda claro lo que piden quienes marchan” fueron enunciados desde diversas tribunas por ciertos sectores que, al hacerlo, además de faltar a la verdad evidenciaban este clasismo en el análisis. Hay líderes y hay demandas concretas desde el primer minuto. El problema es que sus enunciadores no son validados por estos sectores. O no lo eran (esperemos).
Pedro Castillo evidenció todo esto. El racismo y clasismo estructurales operaron en un volumen demasiado alto desde su victoria en la segunda vuelta electoral y dejaron de ser percibidos como una suerte de incorrección penalizada socialmente. No es la primera vez, sin duda, que estas opresiones se veían performadas por parte de actores sociales políticos, pero sin duda fue de los momentos en que con mayor crudeza se hizo y contra un mandatario elegido mayoritariamente para ocupar el cargo. El “burro ignorante” de ciertos periodistas es sólo la punta del iceberg. En este periodo vimos una tara estructural normalizada en el discurso público y excediendo su espacio de acción.
No sólo dejó de ser incorrecto, se volvió una forma legítima de hacer oposición política. Por primera vez un presidente recibía este tipo de trato que incluso con Alejandro Toledo (es lo que tiene estudiar en Harvard) fue mucho menos agresivo. Esto, claro, no quita los errores de Castillo, su propio suicidio político, su falta de ideología desde Palacio de Gobierno y su incapacidad para cumplir aquello que lo llevó a la Presidencia; pero estos hechos no pueden ser utilizados para negar una variable como muchas veces se busca hacer. Una suerte de eliminación de hechos que algunos analistas proponen y que también preocupa pues vuelve a evidenciar cómo en algunos casos se permite limitar la lectura de ciertos hechos. Hay que decir también, que Castillo evidenció todo esto de manera completamente involuntaria.
3️⃣ LA DEMOCRACIA COMO PALABRA EN DISPUTA: La democracia como significante y como sintagma está en disputa. Quienes hoy enarbolan mejor que nadie esta tensión entre la “democracia” entrecomillada de lo de siempre y la posibilidad de una nueva democracia inclusiva están en las calles. No en los medios. La pulsión movilizadora peruana no está poniendo el acento en el retorno a lo anterior. Será muchas cosas, pero no nostálgica. Sabe bien que toca politizar los dolores y las desigualdades sin nostalgia por un pasado que tampoco validan. Y con razón.
De ahí que mientras algunos apuntan a la necesidad de recuperar un bloque antifujimorista como el que tuvimos y en el que participamos muchas, lo que piden las calles es OTRA COSA. Porque no apuestan por defenderse de un fujimorismo que hoy ha ganado y gobierna pese a haber perdido las elecciones.
Si algo está claro es que el marco de las “elecciones” como vía de solución a un problema de fondo no tuvo antes y menos ahora la gasolina que algunos proclaman. Esto no quiere decir que no sea un norte deseable en un contexto de dictadura, pero sí que es un norte limitado. No lo digo yo, lo dicen las calles. Peor aún está la posición que señala que el centro político es lo que toca “recuperar”. Nuevamente, no es moderación, sino transformación lo que permite disputar DEMOCRACIA. En realidad la apuesta por el centro vuelve a las coordenadas de lo conocido que ya sabemos lo que significa.
La apuesta por una nueva democracia posible y por la disputa de este sentido común excede lo planteado por el bloque antifujimorista que defendía una democracia en términos muy concretos. Hoy que la democracia nos ha sido arrebatada del todo se ha construido también otro sentido común: en los 2000 sacamos a Fujimori pero no al fujimorismo y, por tanto, la apelación táctica a detenerlos en las urnas ya no basta.
No hace falta la nostalgia por el pasado sino la esperanza por lo posible. No hay peor barrera para la transformación que esa nostalgia que en un contexto de impugnación propone “regresar” en lugar de “construir”. Y tenemos una oportunidad de oro para resolver lo que plantean con honesta preocupación algunos defensores de la tesis que he rebatido: la manera de reconstruir un puente entre las clases medias de la capital con el Perú movilizado está en otras coordenadas. Está en el apoyo de estas clases medias a la movilización del sujeto político movilizado actual en el Perú. Y ello supone entender que la petición por un nuevo pacto social que ponga la democracia a debate es legítima y necesaria. Ese es el puente necesario no sólo para rearticular la solidaridad entre ciertos actores sociales y políticos, sino sobre todo, para disputar el tema de fondo: la democracia. Que no fue la de ayer del todo ni mucho menos la de hoy. Pero que puede ser mañana.

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