Hace unos días, en la conversación con Javier Torres, tuvimos un interesante intercambio con matices sobre el poder presidencial. Mucho decimos siempre que el Perú es un país presidencialista y es verdad que tanto la Constitución vigente como el tipo de campañas electorales, por ejemplo, y el acento en quien ostentará la banda presidencial de ganar en las urnas, es potente. Eso es indiscutible. Del mismo modo que es indiscutible, como también se ha señalado aquí y en diversos espacios, que con el quiebre del equilibrio de poderes que viene haciendo el Congreso desde hace años (con particular ferocidad desde 2016) ha terminado por quebrar el sistema presidencial peruano y llevarnos sin consulta a un sistema parlamentario.
Esto último, por cierto, me parece un poco impreciso ya que incluso en sistemas parlamentarios -como el caso de España- existen diversos mecanismos de control sobre el Parlamento. Algo que en Perú ese Tribunal Constitucional de vergüenza también ha quebrado. Pero vamos al poder presidencial que es lo que me interesa comentar hoy.
Claro que la presidencia, peruana como cualquiera, es un espacio de poder. Y ese poder no es menor. Pero resulta equivocado creer que ese poder en sí mismo es determinante. Ese poder es clave en la medida que, por el carácter mismo de la arquitectura del poder en Perú, dialoga y coordina con todos los otros poderes en el Perú. Dicho de otro modo, no es lo mismo un Presidente en alianza o con alguna cercanía con los poderes que uno en abierta confrontación con ellos. La evidencia es justamente Pedro Castillo y ese poder presidencial que se mostró débil e insuficiente para gobernar cuando la oposición la lideraban todos los otros poderes del Perú.
Decir esto no exime a ningún Presidente, ni a Castillo, de sus propias responsabilidades por usar mejor o peor sus facultades presidenciales, pero sí permiten entender el carácter del poder en el Perú. Eso es algo que en este espacio he comentado en más de una ocasión: el problema es la arquitectura del poder y no sólo el tipo de poderes en nuestro país. Una arquitectura que subsiste gracias a la Constitución del 93 que no sólo es presidencialista en las formas, ojo, sino que se construyó de manera en que todos los poderes actuaran en favor de esa figura presidencial. Si esa fórmula se rompe, se cae esa presidencia o esa arquitectura. Y es por eso también, por el carácter de esta arquitectura del poder peruano, que actualmente no vivimos una dictadura donde los poderes actúan en favor de la figura presidencial, sino que COGOBIERNAN directamente y así logran sostenerla. Es una gran coalición dictatorial que se grafica en esa “hidra” de la que también hemos hablado y donde tenemos muchas cabezas, todas igual de poderosas.
Claro que la figura presidencial tiene un poder, pero este es profundamente limitado en un país cuya arquitectura del poder no está pensada para una independencia entre ellos, sino por el contrario, para un contubernio. Un contubernio de intereses compartidos en la defensa, por cierto, del modelo que los sostiene. En el momento en que el Presidente (o la presidenta) dejan de responder a esa arquitectura se quiebra el poder presidencial y se ve lo limitado que realmente es. ¿Por qué no lo vivimos antes? Porque antes de Pedro Castillo los presidentes siempre fueron Presidentes del poder (de los poderosos). Y esa es otra lección que deberíamos llevarnos de este momento político en Perú. Porque debemos exigir una democracia donde los Presidentes electos no respondan a una arquitectura del poder o se arrodillen ante los poderes que la conforman, sino que lo hagan a las demandas de la ciudadanía que les ha votado precisamente para lo opuesto.