Cada vez que Dina Boluarte increpa en público a quienes se movilizan porque tienen “agenda política” en lugar de sólo exigir alguna cuestión material (agua, luz, carreteras), me pregunto ¿quién tiene derecho a hacer política en el Perú?
Cada vez que oigo a Merecedes Aráoz (caserita de Canal N), a Alberto Otárola, a Alejandro Cavero o Adriana Tudela diciendo que todos los que marchan son vándalos o terroristas porque “tienen agenda política” o “intenciones políticas” como si fuera algo inexplicable y censurable, me pregunto ¿quién tiene derecho a hacer política en el Perú?
Cuando ayer he oído a un uniformado agradeciendo la labor que emprenderá con sus colegas uniformados para “controlar la efervescencia social”, me preguntó ¿quién tiene derecho a hacer política en el Perú? Cuando se confirma la prisión por 30 meses de Yaneth Navarro, una maestra cuyo delito fue venir a Lima a ejercer su derecho a la protesta y traer consigo 1900 soles para colaborar con quienes también viajaron a Lima y requieren de víveres, alojamiento o atención hospitalaria, me pregunto ¿quién tiene derecho a hacer política en Perú?
La lista podría seguir. No acabaríamos nunca. Cuando decimos que el gran debate en Perú es sobre la democracia, hablamos de esto: del derecho al ejercicio de la política.
Para un sector del país, un sector minoritario que conforma la élite peruana, ese no es un derecho, sino un bien que sólo les corresponde a ellos. Para Tudela, Cavero, Boluarte, Otárola, López Aliaga, Fujimori, Butters, Ortiz, Benavides, Montoya, Cueto y compañía, hay un sector del país que da igual que sea mayoritario, les estorba. Cada vez que esa mayoría habla les estorba. Cada vez que exige justicia, memoria, reparación o respeto, les estorba. Como le estorbaba a Alan García y por eso los llamó perros del hortelano.
Como le estorbaba a Alberto Fujimori y por eso los condenó a la miseria perpetuando el modelo desigual del neoliberalismo. Como le estorbaba a Humala cuando traicionó su propio plan y pasó de la defensa del agua a la defensa del oro. Como le estorbaba a Merino, que solo duró cinco días en el cargo pero dejó bien claro que en SU país solo había derechos para unos cuantos. Y esta lista también sigue.
En SU modelo de país, a esa mayoría que estorba hay que silenciarla. Ya sea quitándole el voto como en 2021 al hablar de fraude, de quienes “votan bien” según Vargas Llosa (al que también le estorba la mayoría) y de quienes “no son capaces de gobernar”. Ya sea reprimiendo sistemáticamente con especial ferocidad en ese otro Perú que no es Lima donde ha habido ejecuciones extrajudiciales. Ya sea discriminándolos y justificando entonces la represión al llamar “terrucos” a esa mayoría. Ya sea amedrentando políticamente a los líderes sociales y populares de esa mayoría al detenerlos arbitrariamente o abrirles procesos judiciales sin que hayan cometido un delito.
Ya sea calificando de manipulable, borrega que es controlada por un otro malvado o simplemente incoherentes “con agenda política” a esa mayoría movilizada. Ya sea penalizando la solidaridad entre quienes conforman esa mayoría al mandar a prisión a quienes abanderan esa solidaridad entregando dinero que puede permitir sostener las protestas y, que no nos extrañe, pronto lo harán también con quien reciba dicho apoyo tan necesario como justo.
En SU modelo de país no cabemos todos ni todas. Caben sólo ellos y la figura del “indio permitido” que es aquel que agacha la cabeza y agradece silenciosamente sin protestar ni reclamar aunque las injusticias le cuesten la vida. En SU modelo de país sólo ellos pueden hacer política, gobernar, decidir y mandar. De hecho, hace unos días en tuiter, un periodista con programa en La Republica y en Epicentro TV, se preguntaba que por qué “no le bastaba” a la gente con votar congresistas y para qué insisten en un referéndum por una nueva Constitución.
Casi parece que hay que agradecerles que nos “den” el derecho a votar. Deja de pedir, mira que encima puedes votar un domingo cada cinco años. Agradece. Calla.
Y ese es el tema de fondo. Que en el Perú estamos viendo a un sujeto político popular y plebeyo, el de los EXCLUIDOS y excluidas de la política, que reclama el mismo derecho a hacer política que las élites. Un debate democratizador en toda regla. Y ese sujeto político ha venido para quedarse. Parafraseando a Silvio Rodríguez, la era ya lo ha parido.
Pero cuidado porque cuando las mayorías se mueven, las élites también. Todo ese llamado al “centro” y a la “moderación”, desde el táctico y falaz desmarque de Keiko Fujimori -la madre del fascismo- con sus hijos y aliados (Avanza País y Renovación Popular), analistas a quienes respeto pero de quienes discrepo como Walter Albán quien desde la equidistancia señala que en Perú “estamos gobernados por extremos” obviando que sólo hay un extremo antidemocrático hoy en día, y pasando por “analistas” como Alvarez Rodrich que tras llamar activistas radicales o feminazis a compañeras de su propia casa periodística, o tras insultar racistamente a Pedro Castillo sin ningún rubor, nos dice que el problema del Perú es que las posturas distintas “no dialogan” (con él yo no lo haría), es también un intento de reconfigurar el escenario político con el mismo objetivo: que sólo ALGUNOS tengan derecho a hacer política en el Perú. Esos “moderados” que es sinónimo de “los míos”. Esos “centristas” que es sinónimo de “derechas” o, cuando menos, de “no querer tocar el modelo económico ni la constitución”. Esos “no extremistas” que son sinónimo de “continuistas”.
El problema no es el tono. El problema no es la forma. En Perú el problema es que hay un pueblo mayoritario que quiere ejercer su derecho legítimo a la igualdad en democracia y una élite minoritaria que quiere detener ese reclamo. Y, voluntaria o involuntariamente, algunos analistas entran en ese falso debate del centro sin entender que la única forma de moderar el debate en este momento supone oír el reclamo legítimo de la mayoría y cambiar la arquitectura del poder porque no es democracia si sólo unos pueden hacer política y el resto sólo tiene el derecho a quejarse para que, por cierto, nunca lo oigan. No es moderación, es transformación lo que hace falta.
Porque la transformación hoy es sinónimo de DEMOCRACIA