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Opinión

Laura Arroyo Garate: Hablemos de “sindicatos”

“El sindicato es el alma de los trabajadores” 

(Diego Cañamero)

Cuando decidimos dedicar un episodio del podcast “La batalla de las palabras” a la palabra “sindicatos” sabíamos que teníamos enfrente un reto muy grande. “Sindicatos” o “sindicalista” es una palabra que ha sido demonizada durante décadas no sólo en el Perú. El desarrollo del neoliberalismo que, como sabemos, no es sólo un sistema económico sino una cosmovisión integral que genera a un sujeto político acorde a ese modelo, es fundamental para entender esta demonización. El endiosamiento del sujeto individuo, sólo o atomizado frente al que se califica de ruidoso, reclamón, revoltoso que se moviliza -necesariamente en colectivo- es una constante en nuestro escenario.

Lo que muchas veces olvidamos es que al asumir esa demonización de lo que sindicatos significa no sólo se cae en una perversidad política del lenguaje, sino que se borran las grandes victorias y avances en derechos democráticos que en todo el mundo fueron posibles gracias al movimiento de los trabajadores y trabajadoras. ¿Eres clase trabajadora? Es probable que sí y ni lo sepas. Y tienes un legado que merece más orgullo que olvido.

El movimiento trabajador o movimiento obrero ha sido uno de los principales articuladores de lucha mundial que logró delinear la democracia como algo más que un sistema de representación electoral. La palabra “derechos” no se entiende sin la lucha de la clase trabajadora que lleva desde siglo XIX  poniendo en el eje central de la disputa política la lucha por salarios dignos, condiciones laborales justas, reconocimiento de labores de trabajo que no son consideradas como tales, respeto de jornadas laborales que permitan a los y las trabajadoras vivir y no sólo vivir trabajando, etc. Si entendemos la democracia como el resultado de un movimiento histórico de expropiación de privilegios para convertirlos en derechos , vemos también que la palabra “sindicatos” está directamente vinculada con la palabra “democracia”. De ahí que salir de las coordenadas de demonización perversa de la lucha colectiva de trabajadores y trabajadoras sea un deber también democrático.

Sindicato derechos colectivos

Para hablar de “sindicatos” es necesario hablar de trabajo, pero sin asumir “trabajo” desde coordenadas únicamente económicas como suele ocurrir con una palabra que oímos mucho: empleo. Cuando hablamos de “trabajo” hablamos de un derecho que, de alguna manera, es el derecho que abre la puerta al ejercicio de todos los otros derechos. El trabajo asalariado de manera justa garantiza la autonomía de cada sujeto. Permite gozar de independencia y, por tanto, permite el ejercicio de la libertad. Pero este carácter liberador no es tampoco un ejercicio meramente individual, sino colectivo pues supone una relación entre la colectividad de trabajadores y trabajadoras con el desarrollo de una sociedad. Por ello es importante también entender el papel de la llamada “clase trabajadora” como tal. Como un colectivo. Como un conjunto. Como una clase, aunque a algunos esta palabra les genere más de una pesadilla. ¿Por qué crees que eso ocurre?

Clase obrera

Hablar de clase obrera rompe con la visión individualista e individualizada de los sujetos y plantea la existencia de un conjunto de personas a quienes las une no sólo una actividad, sino también demandas específicas, identidad conjunta, realidades compartidas, etc. En el libro “CHAVS: La demonización de la clase obrera” , el escritor y analista político británico, Owen Jones, plantea cuatro efectos del quiebre y demonización de la clase obrera británica. Cuatro efectos que pueden extrapolarse directamente a nuestro país. ¿Qué ocurre cuando se elimina el sentimiento y sentido de pertenencia a una clase social?

  1. Se imposibilita entender cómo y por qué la riqueza y el poder se concentran en muy pocas manos. Si cada individuo se vale por su cuenta y es un individuo solo y aislado, prima la actitud individual frente a un reparto desigual de la riqueza que deja de entenderse como un problema estructural.
  2. Si la sociedad se compone sólo de individuos atomizados, ante cada injusticia ya no existe una reacción colectiva que le haga frente. De este modo, se fractura la posibilidad de cambio pues solos y solas se hace muy difícil combatir al poder y toda su maquinaria.
  3. La política de clase ha sido siempre parte del núcleo de acción de las fuerzas de izquierda a nivel mundial. Si ya no existen las clases ni conciencia, ni sentimiento, ni conocimiento de clase por parte de las personas, las izquierdas pierden también parte de su razón de ser. A las derechas, que se quiebre el sentido de la unión de los trabajadores y trabajadoras les viene estupendamente.
  4. Si abandonamos la idea de clase, la pobreza, el desempleo y la precariedad dejan de ser problemas sociales y se convierten en fracasos individuales. De esta manera se instala también la idea perversa de que si como individuo no logras el “éxito” , pagar miles de soles por una clínica en la pandemia, consumir constantemente determinados productos, acceder a una serie de capitales simbólicos, no es resultado de políticas estructurales sino responsabilidad tuya. Un resumen claro de esta perversidad es la frase “el pobre es pobre porque quiere”.

Hay además otro tema clave para entender el valor de la unión de trabajadores y trabajadoras en la defensa y conquista de derechos para todos y todas: la situación de desigualdad entre empleadores y empleados. Muchas veces oímos que, si quieres conseguir un aumento salarial o unas vacaciones en tu trabajo, basta con hablar con tu jefe. Esto es falaz. Los derechos laborales y mejoras en las condiciones laborales nunca se han conseguido desde la individualidad de los sujetos, sino desde la colectividad de las demandas y esto tiene que ver no sólo con una actitud solidaria de trabajadores y trabajadoras que quieren para sus compañeros y compañeras los mismos derechos, sino también con el reconocimiento de una realidad: no existe algo así como el “mercado laboral” aunque muchos economistas quieran que lo creas.

El espacio del trabajo, como bien describe el especialista en asuntos laborales, docente universitario y sociólogo peruano Carlos Mejía, no es como el mercado de papas o automóviles donde puedes decidir un día no comprar papas o un auto y otro día sí hacerlo. El trabajador y la trabajadora necesitan vender su trabajo (su mano de obra) todos los días pues de ello depende su sustento y el sustento de su familia. No hay pues una relación de igualdad desde el punto de partida pues si bien el empleador depende de la mano de obra para que su empresa salga adelante, cuenta con el capital económico, social, político, cultural, etc. para conseguir esa mano de obra por cualquier vía, mientras que el trabajador y trabajadora depende de las condiciones que el empleador ponga sobre la mesa para vivir.

Por otro lado, así como Mejía apunta a la relación de desigualdad entre trabajadores y empleadores, para Diego Cañamero, ex secretario general del Sindicato de Obreros del Campo de Andalucía, los sindicatos permiten equilibrar, aunque sea mínimamente la balanza del poder en la sociedad. “Todo el poder en el sistema capitalista, de libre mercado, lo tienen los ricos. Y la violencia también la ejercen los ricos. Si en una democracia no hay un equilibrio de poderes, los sindicatos son una manera de intentar equilibrar, dentro de nuestras posibilidades, esta relación desigual. Los empresarios tienen los medios de comunicación, los gobiernos, los jueces, la policía, el poder judicial. Lo tienen todo.” Frente a la desigualdad en la arquitectura del poder, la única vía de equilibrio mínimo necesita de la unión y no de la individualización de demandas.

El mito: ¿los trabajadores y trabajadoras no se sindicalizan porque no quieren?

Aterricemos en Perú. ¿Cuántas veces has oído que los trabajadores y trabajadoras no se sindicalizan porque no quieren? Este es un mito. Como bien apunta Mejía, cuando se dice esta media verdad se obvia una cuestión de fondo clave: que la arquitectura laboral peruana desincentiva la sindicalización. ¿Sabías que en Perú la mayor cantidad de contratos son contratos temporales? ¿Sabías que un contrato temporal de tres meses significa que el día que te contratan ya te están despidiendo? ¿Sabías que muchos empleadores utilizan estos contratos para que justamente los trabajadores y trabajadoras compitan por renovar estos contratos temporales?

¿Qué significa competir en este juego perverso? Tal vez, quedarse calladito, no exigir ningún cambio, no quejarse de ninguna injusticia, permitir que se abuse de su jornada laboral para que se considere que “se pone la camiseta de la empresa” y vuelvan a contratarlo por tres meses más, etc. Una situación de injusticia, pero también de perpetuación de esta injusticia por la vía de acabar con la posibilidad de unidad de los trabajadores y trabajadoras que necesitan pensar antes en cómo sobrevivir y volver a ser contratados que en cómo unirse para exigir mejoras en su situación dramática. ¿Sabías que en Perú un trabajador puede trabajar 20 años en una empresa y seguir contando con contratos de tres meses que le van renovando durante todo ese tiempo? No. No es que los peruanos y peruanas no quieran sindicalizarse, es que están impedidos de hacerlo por las condiciones de inseguridad legal en la que viven.

La lucha sindical, además de necesaria por su carácter de conquista democrática, es también un espacio que debe ser fiel a la realidad que representa. Muchas veces pensamos en “sindicalista” y lo último que imaginamos es una mujer y peor aún una mujer joven. Pues las hay y muchas. El movimiento sindical no se entiende sin la lucha de las mujeres. Así como Lucy Parsons en las huelgas de Estados Unidos en 1886, tenemos a miles de mujeres en el movimiento sindical actual. Ese es el caso de Agustina Panissa, primera secretaria general Adjunta de ATE Capital (Argentina) que conversó con nosotros. Como ella afirma, es imposible hablar de lucha sindical como lucha democrática que combate la pobreza, la desigualdad, la precarización o el desempleo, sin entender el componente de género porque la pobreza está feminizada, la mayoría que integra las tasas de desempleo son mujeres, las mayores víctimas de la informalidad laboral también y, por tanto, el enfoque de género es constitutivo de la lucha de la clase trabajadora. “Como sindicalistas, para poder estar a la altura tenemos que incorporar la mirada de género a las demandas, porque la desigualdad tiene cara de mujer.”

En esta misma línea, Panissa nos habla de todo lo que el movimiento sindical puede y debe aprender de los feminismos y los movimientos políticos juveniles. Recordemos que ambos movimientos a nivel internacional están atravesados por su poderoso carácter político transformador, pero también por la convicción de la colectividad de las demandas desde el reconocimiento de agendas urgentes sin suprimir las heterogeneidades internas. Esto, sin duda, es un eje sobre el que el movimiento sindical también orbita y que debiera servir como ruta hacia un presente y futuro.

Hablar de “sindicatos”, lo sabíamos desde el inicio, era un reto. Sobre todo, en un país donde la resaca fujimorista no es sólo la descomposición política de la representación, sino el impacto de un proyecto neoliberal que vaporizó las relaciones entre peruanos y peruanas y quebró, por tanto, nuestra capacidad de unión. Aun así, tenemos evidencias de que la colectividad no sólo nos salva de las grandes crisis, sino que es hoy la única vía de construcción de un sujeto político alternativo. Lo vimos en la pandemia y en cómo las redes de cuidados y protección colectivas y populares permitieron que miles pudieran, por ejemplo, tener algo que llevarse a la boca. Del mismo modo, para salir de una crisis sistémica, es fundamental contar con la unión de peruanos y peruanas en dicha necesaria aventura. La movilización de la clase trabajadora peruana es también, por ello, clave para pensar un Perú distinto.

Una clase trabajadora que tiene referentes de lucha en Maria Elena Moyano, en Pedro Huilca o en Mario Huamán por citar sólo tres ejemplos. Y tenemos también a referentes que hoy siguen su legado por los derechos laborales como Indira Huilca, Lourdes Huanca, Isabel Cortez, Sigrid Bazán, etc. Como decíamos al inicio de esta columna, no se entiende “sindicatos” sin pensar en la palabra “democracia” y hoy que la democracia peruana está amenazada de muerte, pensar en nuestros referentes y mirarnos los unos a las otras, trabajadores y trabajadoras, es tal vez la única gran vía para salir de la crisis y ensanchar esa democracia que algunos quieren que en Perú siga siendo sólo de unos pocos. No hay democracia si no estamos todos y todas dentro de ella. Para eso nos toca volver a mirarnos.

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