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Opinión

Laura Arroyo Gárate:Método Fujimori: tres objetivos en un movimiento

Comunicadora política. Directora del podcast “La batalla de las palabras”

En el ajedrez, la amenaza del ataque es siempre más temible que el ataque mismo. Esta frase describe a la perfección lo que ha hecho Keiko Fujimori en una rueda de prensa hace seis días, primero, y en entrevistas después. Su primer titular no dejó lugar a dudas: “la gente lo que quiere es más acción y menos triunfalismo”. Un mensaje con el que buscó mostrarse en confrontación con Dina Boluarte quien acababa de realizar un balance de sus primeros seis meses en Palacio de Gobierno. Ni Fujimori ni Boluarte mencionaron siquiera a los más de sesenta peruanos y peruanas fallecidos por este gobierno del cual ambas forman parte activa, ni las múltiples violaciones contra los derechos humanos, la información internacional que da cuenta de ello, etc. No es de extrañar tratándose de dos aliadas. Sin embargo, a partir de ese momento se ha iniciado una ronda de especulaciones sobre las intenciones de Fujimori y se habla de la posibilidad de fractura o, cuando menos, del desplazamiento de posiciones al interior de la coalición de poderes que cogobiernan en esta dictadura. ¿Ruptura? Me temo que no. Pero no por ello, el asunto es menor. En el ajedrez, como decía, la amenaza del ataque es siempre más temible que el ataque mismo. Este es el Método Fujimori.

Tres objetivos, un movimiento

Fujimori no es en vano una de las políticas más experimentadas en el país. Eso dice mucho de la situación de crisis política y sistémica que vivimos. Que sea la exprimera dama de la dictadura la que pueda ponerse el rótulo de política más experimentada, y que sea su partido -dinástico y delincuencial- uno de los de vigencia más larga nos permite entender por qué antes que operaciones descoordinadas o manotazos de ahogado, en la tienda naranja se despliega la política con cálculo. De forma metódica. E incluso con orden aún cuando Fujimori se encuentre en posturas distintas a las de los voceros de su bancada en alguna ocasión. El cierre de filas es rápido en torno a su figura. Y en esta ocasión se vuelve a confirmar.

No vemos, entonces, ni fractura ni alejamiento, sino cálculo. Estrategia. Método. Hay tres objetivos a alcanzar. Tres objetivos que logra con un sólo movimiento: La amenaza a Boluarte, el anuncio de una hoja de ruta para los poderes que cogobiernan y llenar el vacío que existe en un contexto donde no existe ningún tipo de oposición institucional.

Objetivo 1: “Ubícate, Boluarte”

Keiko Fujimori ha logrado en menos de una semana marcar la agenda pública mejor de lo que lo hace Boluarte desde el Gobierno. Ha realizado una gira por los espacios comunicativos del poder mediático porque ahí se pasea como en casa. Ha puesto en el centro del interés tanto en las tiendas de derechas como de izquierdas la interpretación sobre su “relanzamiento” y, por supuesto, ha dejado como titular que ella “es” la opositora a este gobierno y que el adelanto electoral está siempre abierto. Dos titulares con el mismo subtexto: Dina Boluarte, ubícate.

Pero no es que a Fujimori le interese el adelanto electoral ni que lo vea necesariamente cerca. Nuevamente, la amenaza del ataque es más temible que el ataque. Lo que Fujimori busca es advertir a Boluarte. Darle una dosis de ubicaína frente a un contexto de ebullición social preparándose hacia julio y con la elección de la Mesa del Congreso a la vuelta de la esquina. No es el adelanto electoral el mensaje, ni su posible postulación. Es la advertencia. El recordatorio de que Boluarte puede llevar la banda presidencial, pero no por eso es presidenta. Pero el mensaje no se limita a Boluarte.

Fujimori busca resonar también en las tiendas de la coalición. Un mensaje a la interna que le recuerda a sus aliados que Boluarte es la coyuntura pero Fujimori es el proyecto. El destino. La mejor vía para que la dictadura de poderes garantice su supervivencia. Y su mensaje ha calado. En cuanto ha aparecido en escena este primer objetivo se ha cumplido del todo. No es sólo Keiko Fujimori recordándole a Boluarte su función, sino todos los poderes que en menos de una semana han cambiado los marcos discursivos y han iniciado una performance de oposición blanda a la dictadura. Otárola en la diana, pero no sólo él. Es Boluarte a la que apuntan en la sien para recordarle que su utilidad depende de Fujimori porque, al final del día, es ella la que manda y Boluarte sólo es la circunstancia. Esta demostración de fuerza desplegada por Fujimori es necesaria para el objetivo 2: delinear la hoja de ruta de la segunda fase del pacto.

Objetivo 2: Avanzar posiciones

Podría parecer que no tiene sentido querer seguir avanzando posiciones cuando de facto la dictadura está ocupando y quebrando todo vestigio de institucionalidad con relativa rapidez y facilidad. Pero si algo está comprobado históricamente es que cuando los regímenes autoritarios y, todavía peor, los bloques reaccionarios y fascistas, ocupan algún espacio de poder, nunca les basta. Si avanzan un centímetro, lo harán un kilómetro. Y lo estamos viendo.

Suele decirse que el pacto que hizo a presidenta a Dina Boluarte se basó en un objetivo concreto: quedarse todos hasta el 2026. Error. El pacto delinea un “para qué” antes que un “qué”. No buscan quedarse, buscan quedarse para algo. Esa segunda fase del pacto no ha sido fácil de alcanzar debido a la resistencia popular que pone el freno constantemente a este contubernio que, aún así, de manera matonesca y autoritaria, avanza a diario en buena parte del plan. Sin embargo, Keiko Fujimori entiende que es momento de dar pasos hacia adelante y dejar la defensiva en la que este Gobierno está acorralado desde el 8 de diciembre. Y lo hace porque comulga plenamente con las políticas represivas del gobierno frente a la oposición popular. Así como Boluarte se pregunta, en público, a cuántos más tendrá que matar para que dejemos de marchar, Fujimori entiende que si hay que matar, se mata, pero que “al menos” se avance en el plan de restauración y recrudecimiento del régimen del 93.

El segundo objetivo del Método Fujimori es el de plantear la hoja de ruta para esta segunda fase: recrudecer el modelo a partir de la implementación de una suerte de paquetazo neoliberal de medidas que beneficien y otorguen aún más poder a los otros gobernantes del Perú actual: el poder económico y empresarial que han sostenido y siguen sosteniendo a Boluarte por entenderla útil.

Es así como se explica la arremetida contra el sistema de pensiones que tiene a Rosángela Barbarán (Fuerza Popular) como principal alfil defensor en el Congreso de la República. Una medida que busca acabar con el sistema de pensiones públicas y cambiar el paradigma de jubilaciones en el Perú que pasaría a obedecer la lógica de los modelos individuales de las AFP. Sin duda, una victoria para el poder económico y empresarial. No en vano el triángulo gubernamental en el 93 incluía a Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos, pero también a Dionisio Romero. Hoy el pacto incluye a más actores pero cuenta con el poder económico en el eje del acuerdo.

La evidencia está, nuevamente, en las declaraciones nada accidentales de Keiko Fujimori. Se ha hablado mucho de la cabeza de la Ministra de Salud como su “objetivo”, pero lo cierto es que esa era la cabeza útil para plasmar el mensaje debido a la epidemia del dengue que ponía en debilidad a la ahora exministra. A Fujimori le importan más otras carteras: “¿Cómo es posible que la Presidenta del Perú no haga nada frente a la corriente de estatización que tiene su Ministro de Energía y Minas? Ni qué decir de la Ministra de Agricultura que ha ejecutado menos del 15% del Presupuesto de Punche Perú.” Fujimori exige Ministerios, sí, pero sobre todo políticas. Lo dicho: paquetazo de medidas neoliberales. Un guiño al poder económico para que, nuevamente, recuerde que ella sigue siendo la líder que necesitan.

Y todo indica que la presión le funcionará ya que Boluarte no se encuentra en la posición de poder negarse a implementar nada que le pidan, ni le interesa hacerlo si ello garantiza su impunidad. El pacto es el pacto. O cumple o deja de ser útil. Y si deja de ser útil, cae. Quien pacta con diablos hipoteca algo más que el alma.

Objetivo 3: Llenar el vacío

En política no hay espacios vacíos. Todo vacío se llena. Alguien lo ocupa. Y Keiko Fujimori quiere ocuparlo. ¿Cuál es el vacío? El espacio de la oposición.

En el Perú actual no hay oposición institucional. La única oposición hoy está en las calles. Es una oposición popular. Los partidos políticos llamados a ejercerla se encuentran desprestigiados por el tsunami que es la crisis sistémica que ha dejado herida a toda la clase política. En el Congreso, algunos pueden intentar plantear que son distintos a la mayoría de esa institución, pero es una estrategia perdedora. El Congreso es un todo desprestigiado. Ser buen Congresista en este contexto es inútil. Más opositor será cualquiera que se atreva a dejar el escaño y sumarse a las calles.

En un país con un 81% de peruanos y peruanas en contra del gobierno pero que no se ve representado en ningún tipo de oposición ejercida desde los espacios de representatividad “formal”, hay un vacío muy amplio. Fujimori quiere llenarlo. Al menos intentar sacar algún rédito de un espacio donde nadie está sabiendo pescar. Y su objetivo responde a una lectura electoral táctica.

Fujimori es consciente de que sólo puede sostenerse y crecer electoralmente por dos vías: por un lado, por el ala conservadora que siempre la ha apoyado electoralmente. Hoy ese ala está menos cohesionada por los nuevos liderazgos que performan una suerte de trumpismo a la peruana (López Aliaga) y por el mismo gobierno que lidera Boluarte y que mantiene ese suelo de 14% de aprobación. De ahí que Fujimori se haya posicionado con respecto a ambos personajes. Ha llamado “nuevo” a López Aliaga para señalar su inexperiencia. No quiere que otros pesquen en su río. Y, sobre Boluarte, sólo ha necesitado aparecer para recordarle a los poderes que no es la líder “que necesitan”.

Pero hay otra vía por donde Fujimori necesita sostenerse y crecer electoralmente y que está en riesgo: el ala popular que hoy está manifestándose contra Boluarte y que reconoce en Fujimori a una aliada de dicho gobierno. La performance de Fujimori responde también a la necesidad de mantener al menos un porcentaje de esos apoyos que ya en 2021 se fue tanto al nulo o viciado como a Pedro Castillo. Entre el precio de ceder el terreno a la ultraderecha y el de perder el terreno popular, Keiko Fujimori necesita relanzarse para contener el sangrado por cualquiera de esos dos espacios y eso es precisamente lo que está intentando hacer. Método. Pero sabe que, en cualquier caso, ella gana si se queda Boluarte acorralada y obediente, gana si Boluarte es reemplazada por uno de sus leales en el Congreso y también gana si hay adelanto electoral. El método está estratégicamente diseñado.

La pregunta de fondo, sin embargo, es si este método funcionará. Es verdad que Fujimori entra en el debate público con facilidad y ese es su principal activo. Los poderes, además, la siguen reconociendo -incluso quienes lo hacen a regañadientes- como la mejor carta que tienen para preservar el establishment aunque haya perdido tres elecciones. Y, el temor frente a la imposibilidad de detener las protestas obliga al bloque que cogobierna a replegarse y ver en Keiko Fujimori la vía de contener la democratización que exigen las mayorías. Pero resulta ingenuo creer que ella no ha sido también arrastrada por el tsunami de la crisis sistémica en clímax que vivimos. Si bien su amenaza consigue objetivos concretos, no deja de ser una amenaza a la que hay que responder con mayor ofensiva política. Son ellos los que están reaccionando frente al movimiento popular que avanza implacable.

Al final del día, por más jugadas de ajedrez político que busque protagonizar la Señora K, hay un proverbio italiano que nos recuerda que “una vez terminado el juego, el Rey y el Peón vuelven a la misma caja”. A Boluarte y a Fujimori les espera el mismo destino.

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