Cada vez que Pablo Iglesias disiente públicamente de Yolanda Díaz más se fortalece esta y más amigos gana.
Después de la asamblea constitutiva de Sumar llegué a la conclusión de que le estábamos exigiendo a Yolanda Díaz algo que no estaba en condiciones de proponer e impulsar. Reclamar –al modo de Anguita– que tenga programa, que construya un núcleo dirigente estable y que defina una política de alianzas coherente era pedirle demasiado; si le añadimos, además, la tarea de organizar desde abajo una forma-partido sólidamente instalada en los territorios y con vínculos sociales fuertes, fácil es constatar que no hay mimbres ni voluntad para afrontar semejante desafío.
Podemos surgió intentando traducir políticamente un movimiento (el 15M) que impugnaba un orden social y exigía una democratización sustancial de las relaciones sociales, no sólo políticas sino también económicas y mediáticas. A Izquierda Unida le hubiese correspondido -en muchos sentidos se lo merecía- ser el contenedor de una propuesta política alternativa; terminó cayendo en un dilema que emerge siempre que la movilización toma el protagonismo y el sujeto social cuestiona a la clase política. El dilema consistía en que IU, para renovar a la sociedad y reformar las instituciones, estaba obligada a cambiar sus estructuras y sus formas de hacer política. Al final, como suele ocurrir, se terminó imponiendo la lógica del reparto de poder interno y de acumulación partidista de unos resultados electorales positivos que las encuestas venían anunciando.
Pablo Iglesias se la jugó e impulsó la fórmula Podemos como instrumento político para cambiar las relaciones de poder existentes. No entro en si tenía o no un proyecto de país o si estaba más o menos preparado para los desafíos de un presente que era potencialmente constituyente. Actuó como si tuviera un plan y una estrategia definida. La reacción que provocó Podemos se corresponde con bastante precisión a las características que definen a nuestra singular oligarquía y a las élites que legitiman su poder. Cada vez que existe la posibilidad de una ruptura democrática, la plutocracia española ofrece dos salidas: o restauración o golpe de Estado con posibilidad de traducirse en guerra civil.
“Cada vez que existe la posibilidad de una ruptura democrática, la plutocracia española ofrece dos salidas: o restauración o golpe de Estado”
Lo que ocurrió con Podemos se sigue discutiendo hoy y lo será aún más en el futuro. Lo que hicieron con el partido de Iglesias fue una versión renovada de un “golpe de Régimen” donde se mezclaron con profesionalidad y eficacia élites económicas, clase política bipartidista, las viejas y siempre presentes cloacas de Estado y los operadores mediáticos. A esto Héctor Illueca y yo le llamamos la trama, que siempre ha estado ahí y que se activa en los momentos en que peligra el poder de los que ganan siempre las elecciones sin presentarse a ellas.
Ahora parece que el enemigo a batir es Pablo Iglesias. Nombrar a Yolanda Díaz no fue una de sus mejores decisiones. Basta con observar la gente que acompañó a su elegida en su “investidura” para saber que en el Magariños se sumaron, con gran visibilidad, viejos enemigos y se giraron antiguas facturas de los damnificados -fueron muchos- por las políticas del fundador de Podemos. Cada vez que Pablo Iglesias disiente públicamente de Yolanda Díaz más se fortalece esta y más amigos gana. La política responde, demasiadas veces, a intereses de grupo y a problemas que, por pudor, llamaremos personales.
Se ha llegado a decir en estos días que Pablo Iglesias juega hoy el mismo papel que le tocó interpretar a Cayo Lara en su época de Coordinador de IU; es decir, renuente a la renovación y guardián de las esencias partidarias. Aquí, de nuevo, se confunden los ecos con las voces. Pablo Iglesias, creó una formación partidaria a contracorriente, enfrentada a una clase política corrupta e impulsando un proceso político que he llamado –y sigo llamando- constituyente. El proyecto de Yolanda Díaz poco tiene que ver con el proyecto originario de Podemos. Sumar responde a un momento histórico-social distinto donde lo que está realmente en juego es el tipo de restauración a concretar y sus márgenes sociales. Nada demasiado diferente de lo que está ocurriendo en la Unión Europea. Conforme la guerra en Ucrania se prolongue, más girará hacia el Este su eje de gravedad, mayor será su dependencia económica y tecnológica de los EEUU y, sobre todo, la OTAN se irá convirtiendo en la verdadera dirección política de unas instituciones europeas en proceso de mutación.
Hay un dato al que no se le está dando la importancia debida; me refiero a la posición de Pedro Sánchez ante la posible unidad de la izquierda más allá del PSOE. Por primera vez los socialistas apuestan públicamente por su unidad y por la convergencia de sus diversos y contradictorios componentes. Parece que lo del voto útil, por ahora, quedó atrás. La razón de fondo es el convencimiento de que para seguir dirigiendo el país necesitaran de un grupo parlamentario significativo de Unidas Podemos o de Sumar siempre que no reste demasiado. La complicidad entre Sánchez y Yolanda tiene que ver centralmente con esto; a saber, seguir gobernando e impedir que las derechas unificadas ganen las próximas elecciones.
“Sumar es el producto de una alianza estratégica entre Yolanda Díaz y Pedro Sánchez”
Sumar responde a una estrategia que se ha ido construyendo desde que Iglesias dejó el gobierno. Pablo era y es incontrolable, demasiado dado a hacer públicas las divergencias y a diferenciarse ley a ley. El secretario de Podemos tenía una visión conflictual del gobierno de coalición donde presionar, negociar, buscar aliados externos estaba al servicio de consolidar un espacio político en peligro de ser neutralizado por un todo poderoso PSOE. Una política así definida tenía un grave problema: no se podía mantener a medio y largo plazo. El final era previsible: o dejar el gobierno o continuar en él de una forma más mesurada, menos conflictual. La contradicción la resolvió Iglesias dejando la vicepresidencia y nombrando sucesora a Yolanda Díaz; dicho de otra forma, dado que el gobierno de coalición nunca estuvo en discusión, solo cabía pactar con Pedro Sánchez un nuevo acuerdo, establecer complicidades y hacer del gobierno -y su unidad- el centro de propuesta de Unidas Podemos.
No hay que confundirse demasiado. Sumar es el producto de una alianza estratégica entre Yolanda Díaz y Pedro Sánchez. Objetivo: bloquear una mayoría del PP/Vox y seguir gobernando en coalición. Se trata de una operación con objetivos precisos, apoyada por un bloque mediático definido y con la anuencia del PSOE. Para que esto sea posible tiene que ser un proyecto cualificado: un programa diferenciado pero que acepte los consensos básicos de las élites europeas; una actitud unitaria, defensa nítida de las políticas comunes y alineamiento férreo con la política de los EEUU. El eje electoral-institucional es el decisivo: polarizarse con las derechas, defender los logros del gobierno y apostar claramente por su continuidad.
Yolanda Díaz sabe que su liderazgo tiene que ver centralmente con su papel como vicepresidenta y con sus logros como ministra. Por eso no dimitió y construye, no sin contradicciones, un proyecto organizado desde el gobierno y sus recursos. Sumar será viable si, de una u otra forma, garantiza un nuevo gobierno de coalición, consigue un apreciable número de diputados y diputadas, y mantiene la necesaria cohesión interna. La próxima campaña electoral no será fácil para Sumar. No se presenta y, sin embargo, hará campaña. En el Magariños la presencia de Mónica García fue relevante y muy aplaudida como futura presidenta de Madrid. Hay un pequeño problema: UP se presenta con lista propia frente a Más Madrid. ¿Qué campaña hará en la capital de España la vicepresidenta? Situación parecida en varias comunidades autónomas, en decenas de ciudades y en centenares de localidades y pueblos.
La realidad es siempre una combinación entre lo que los medios promueven y las percepciones de una ciudadanía que ha cambiado mucho después de la pandemia. La inseguridad se ha ido haciendo existencial, el miedo al futuro gobierna el presente y la tarea primordial parece ser aferrarse a una cotidianidad que se sabe pasajera. El que me quede como estoy es la consigna del momento y la clase política está dispuesta a garantizarlo. Es el viejo espejismo de mantener derechos y libertades sin impulsar el conflicto social y sin enfrentarse con los que mandan y no se presentan a las elecciones.
Ahora viene un año electoral completo. Se hablará poco de política y se trabajaran los marcos ya construidos. El poder vende; comunica como nadie y la vicepresidenta lo hará bien. Los medios, por ahora, la respetan y la ensalzan. Si al final del ciclo electoral se consigue gobernar con el PSOE, Sumar tendrá una cierta viabilidad; si no, habrá que empezar desde el principio contra un gobierno liberal-conservador que aprovechará su momento para la revancha social y política. Serán tiempos duros y la crítica al pasado reciente, singularmente despiadada.
Fuente: la Otra Mirada