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Opinión

Mauricio Saravia: La Inteligencia Artificial para una sociedad artificial

“Los ciudadanos votaron por no interrumpir el servicio de los droides. No pueden vivir sin ellos. Los ciudadanos ya no están obligados a trabajar y pueden pasar sus días descansando y participando en las artes y en nuestra democracia directa. Si apagamos a los droides los ciudadanos no sabrán cómo sobrevivir. Nuestra sociedad colapsaría.”[1]

Todos hablamos de la Inteligencia Artificial hoy. Desde las amenazas al orden social como lo conocemos hoy, incluyendo el trabajo, hasta las facilidades y atajos que nos van haciendo la vida más sencilla. Como todo cambio tecnológico, nos genera temor. Temor al cambio. Más en los que estamos próximos a pensar en la jubilación antes que en el desarrollo de una carrera.

Las revoluciones industriales previas han generado los mismos temores y alertas que tenemos ahora. En la que pesa más la incertidumbre por lo que vendrá y como cada uno de nosotros quedará colocado en este nuevo orden que comienza a imponerse. Algunos trabajos, profesiones y oficios, quedarán obsoletos. Otros nuevos se impondrán y se generarán nuevos espacios de intermediación social. Saliendo de una pandemia, con una economía mundial recesada, con conflictos étnicos y económicos en todas partes del mundo, la inteligencia artificial llegó y nos genera un universo de dudas y murmullos.

El balance de lo que será, lo harán nuestros hijos y nietos. El punto central que busca este artículo es entender por qué en el contexto de hoy, la emergencia de la inteligencia artificial no solo se ha hecho posible, sino que no ha generado resistencias casi, pese a las angustias desbordadas.

Comenzando por el inicio, es bueno recordar qué es la inteligencia artificial. Usando una app de IA para obtener la definición, este concepto se puede definir en términos sencillos como: “una rama de la informática que se centra en crear máquinas y programas informáticos capaces de ejecutar actividades que normalmente requieren inteligencia humana. La IA está diseñada para imitar las capacidades intelectuales humanas, como el aprendizaje, el razonamiento y la resolución de problemas.”[2] En resumen, máquinas que pueden pensar por nosotros, a partir del procesamiento de una cantidad inimaginable de datos y que generan un output que nos resuelve algún problema. Y que no se limita al texto. Imágenes, vídeos, interacción con sistemas informáticos, prácticamente todo aspecto de la vida puede decidirse a través de la IA.

Es que hay un elemento clave en este desarrollo, o un punto de partida central que no podemos pasar por alto. La IA toma decisiones por nosotros. No es un tema menor. Escapa a la discusión del cambio de las formas de producción y de las nuevas formas sociales, pero cuestiona un punto más individual de su repercusión: la búsqueda de generar mejores respuestas a las distintas preguntas que nos hacemos en lo cotidiano. Allí hay un cambio que debemos discutir algo en profundidad. ¿Cómo podemos permitir que un programa de cómputo finalmente decida por nosotros qué es lo mejor que podemos hacer en múltiples escenarios? Esta pregunta es -consideramos- de importancia superlativa para entender por qué hoy la IA tiene el impacto que le hemos dado.

¿Una libertad libre?

Para que la IA haya tenido un rebote tan efectivo, una de las primeras claves que debemos revisar es el concepto de “libertad” en el que nos encontramos. Se supone la conquista humana más preciada. La libertad. Lo que es interesante es pensar si esa libertad realmente la ejercemos o no.

Byung-Chul Han, filósofo alemán nacido en Corea, considera que vivimos una crisis muy grande, a partir de la expansión de la “libertad” y que esto representa más bien coacción[3]. Frente a épocas mucho más herméticas, que controlaban la acción humana mediante la represión, hoy el “sistema” se abre.  Ha dejado de ser opresor, en el sentido represivo del término, y ofrece al ciudadano el ejercicio pleno de su capacidad de elección. Con trampas tan grandes que terminan por oprimirlo a otro nivel. ¿A través de qué? De la deformación de nuestras necesidades, que genera la orientación hacia lo que el mercado y sus efectos requieren.

En esa lógica, la libertad actúa como proveedora de recursos para hacer lo que todos deben hacer, tanto a nivel de lo material, como del marco ideológico para lograrlo. De hecho, la irrupción de los coaches laborales y ontológicos es un síntoma de esa especie de no-limits que el mundo actual nos exige. Pero que nos da a la vez, la interiorización de un discurso externo, de orientaciones que no nacen de la reflexión del sí mismo.

Esa es una libertad que nos hace profundamente individualistas y complica la perspectiva comunitaria como eje de nuestras acciones. Enmascarada en una lógica de “agenda llena”. Tenemos que aprovechar el tiempo 24/7 365 días al año.

Para ello, la IA es un instrumento sumamente eficiente. A través de dispositivos que nos orientan permanentemente en lo que queremos y no queremos hacer. Qué ver, qué comer, qué hacer. Que alguien lo decida por favor. Confiamos en el algoritmo porque ese algoritmo lo alimentamos nosotros. Pero ya estuvo bueno. SI ya conoce mi historia que la use para saber qué hacer. Y lo haremos de forma libre, porque es nuestro derecho. ¿Pero es de forma libre?

Como bien señalaba Žižek: “Es mejor no hacer nada que comprometerse en actos localizados, cuya función última es hacer que el sistema funcione mejor. Hoy la amenaza no es la pasividad, sino la pseudoactividad, la urgencia de “estar activo”, de participar de enmascarar la actividad de lo que ocurre”.[4] Nos llenamos de actividades en nombre de una libertad que se ha apropiado de nuestra subjetividad y que nos pone metas que aparentemente decidimos.

La IA cuestiona nuestra identidad pero la dejamos pasar porque simplifica y encaja en el mundo que queremos: fácil, orientado, individual y gratificante

El individuo, la relatividad del conocimiento y la emergencia del like

Estamos en la “era del yo”, donde se suprime al otro en tanto antagónico o en tanto supresor de oportunidades de las que me puedo favorecer. La pregunta central que bordea siempre una decisión es “¿qué me conviene más?”. La popular aversión a la pérdida, el sesgo más popular en el desarrollo del Behavioral Economics, no es más que la deliberación racional que se hace frente a un dilema de decisión. Transformamos la moral en una defensa de la conveniencia.

La interpretación que hacemos en lo cotidiano de las normas de tránsito o de las relaciones interpersonales o del uso de la violencia son apenas ejercicios básicos de cómo la racionalidad individual se sitúa por encima de la organización común. Y le llamo racionalidad porque hay un proceso de pensamiento que justifica y genera convencimiento de que la transgresión es válida. Como Guillermo Nugent afirma con certeza: “reivindicar al individualismo es descartar cualquier forma de solidaridad. La cohesión social es puesta en riesgo por la autonomía individual”.[5]

En el fondo es el regreso a la tribu lo que guía estas expresiones. Esta necesidad de un yo fuerte, que excluye a los que no son yo. Para ello, las fronteras dejan de existir como un espacio físico, pero se forman fronteras mucho más sólidas, las que están dadas por la misma forma de pensar y, peor aún, de sentir. Esa protección contra los “otros” remarca espacios reducidos de contacto, por lo tanto de comunicación y por lo tanto de profundización de las ideas y las implicancias de estas. Se forma así un cajón de resonancia y el “yo” solo se encuentra con otros “yo”.

Esto genera una necesidad de contar con marcos de referencia diferentes que se han asentado en la opinión común. Si en la época actual podemos discutir que la Tierra es plana, por dar un ejemplo, estamos realmente dispuestos a relativizar todo. Porque la verdad se pone en disputa no por la presencia de argumentos sólidos que la arrinconan sino por la presencia de discursos divulgados muy rápido y de manera masiva, que poniendo elementos sin evidencia alguna, pero con relatos interesantes y sobre todo demarcados en lo cotidiano (le pasa a gente como usted o como yo) resultan convincentes. La verdad es relativa.

Amanda Montell en su ensayo Cultish publicado el 2021 señalaba los riesgos de estos mensajes y los describía como un ejercicio brillante del uso del lenguaje. “Desde la astuta redefinición de palabras existentes (y la invención de nuevas) hasta poderosos eufemismos, códigos secretos, renombramientos, palabras de moda, cánticos y mantras, “hablar en lenguas”, silencio forzado, incluso hashtags, el lenguaje es el medio clave por el cual se producen grados de influencia de culto.”[6]

Además de ello, nos sometemos a la dictadura de los likes. Los likes hoy le cambian el sentido a la vida social. Llegamos así a la confianza extrema en el espacio virtual como asegurador de un relativo mundo de gratificaciones. Creemos que conocemos y nos conocen aunque no sepamos nada de cómo funciona el mundo de los algoritmos y de los datos que compartimos.

En esta lógica, la IA se asienta como el asegurador de esos mundos de individuos y verdades y desnuda los quién. Los sistemas de IA sólo son tan buenos como los datos que se les enseñan, y si esos datos son parciales, el sistema de IA también lo será. La IA cuestiona nuestra identidad pero la dejamos pasar porque simplifica y encaja en el mundo que queremos: fácil, orientado, individual y gratificante. Ese es un paradigma en el cual temas como la salud mental, por ejemplo, va a necesitar enfoques claros y novedosos que incorporen estos elementos para poder enfrentar las angustias que estos mundos nos están generando. Nos alienamos a la vez que nos creemos más libres y autónomos. Una paradoja nada fácil de enfrentar.

En resumen, no es que la IA llegó y transformó el mundo en el que vivimos. Construimos un mundo para que la IA llegue y se vuelva el tutor de lo que sabemos. ¿Hacia dónde va? Lo descubriremos mas temprano que tarde. Mientras tanto, el mejor ejercicio que podemos hacer es tratar de seguir tomando las decisiones por nosotros mismos.

Fuente: Revista Ideele N°309. Marzo – Abril 2023

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