Thomas L. Friedman publicó en el NYT un artículo que analiza los motivos por los cuales China y los Estados Unidos han entrado en una especie de Guerra Fría 2.0 (America, China and a Crisis of Trust, New York Times, abril 14, 2023). Lo escribió después de su primer viaje a China y a Taiwán desde la crisis del Covid para asistir a una reunión internacional.

Friedman encontró que ningún funcionario chino aceptó darle una declaración oficial sobre las relaciones con Estados Unidos y una situación de desconfianza tal, que muchos chinos están convencidos de que el gobierno norteamericano, ya sea controlado por los republicanos o por los demócratas, tiene como objetivo detener el crecimiento y limitar el poder del país oriental. Esto, a pesar de las intensas relaciones económicas entre los dos países, lo que se ilustra por el intenso comercio, por la fabricación en China de la mayor parte de los celulares que se usan en Estados Unidos y porque en este momento se calculan en 300 mil los chinos que estudian en las universidades norteamericanas.

A sus interlocutores en los dos países, Friedman les preguntó que cuál era exactamente el motivo de las diferencias entre China y los Estados Unidos. Las respuestas fueron varias: la más frecuente fue “por Taiwán”. Luego “ por las diferencias entre una democracia y un país autocrático”. El mismo Friedman presenta una respuesta más amplia: la rivalidad entre el país económica, militar y tecnológicamente más poderoso del mundo y un poder en ascenso, respuesta general que abarca muchos temas específicos.

No hay duda de que existe una pugna entre las dos potencias sobre quién va a controlar la dirección del mundo en el Siglo XXI, partiendo de sistemas económicos y políticos muy diferentes. Y en efecto, uno de los principales puntos de contención es Taiwán, por la intención abierta y declarada del actual gobierno chino de incorporarlo a su territorio como otra provincia china. Conviene recordar que (así como los ucranianos no quieren formar parte de la Rusia de Putin) la mayor parte de los taiwaneses prefieren mantener su sistema democrático y empresarial, y sus avances industriales y tecnológicos, los que incluyen la existencia en su territorio de la fábrica de microchips más importante del mundo, la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company, conocida como TSMC.

Los microchips, actualmente escasos a nivel mundial, se han convertido en la mercancía internacional más preciada. Una especie de “nuevo petróleo”. TSMC fabrica el 90% de los microchips más avanzados, y lo hace de tal forma que atiende a cada uno de sus clientes, como Apple, Qualcomm, Nvidia, AMD y otros, de acuerdo con sus distintas necesidades de procesamiento. Cada chip es diferente, y TSMC se compromete con sus clientes a no compartir los diseños de los microprocesadores con los otros clientes, los cuales compiten entre sí.

Friedman argumente que en este proceso hay un factor de confianza que no existiría si la empresa estuviera en China continental.

Explica también que mientras el intenso comercio entre los dos países se concentraba en artículos como ropa y juguetes, todo iba bien, pero la naturaleza del comercio cambió por la misma modernización china. A partir de 2015, empezó a exportar bienes tecnológicos avanzados, como los celulares 5G de Huawei, software, microchips de primera generación, robots y aplicaciones como Tik Tok, y entonces el comercio se empezó a ver como una amenaza la seguridad norteamericana. Esta preocupación rebasa el tema de una posible invasión de Taiwán.

El otro factor es político: el gobierno de Xi Jinping, que inició en 2012 y que ahora se proyecta como un presiente vitalicio, está cambiando la dirección del país, a partir del convencimiento de que China se había abierto demasiado al mundo, generando problemas de corrupción en el gobierno y en el ejército, y en especial reduciendo el poder del Partido Comunista, que parecía empezar a perder legitimidad.

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Kevin Rudd, experto australiano en China, ha escrito que Xi es un ferviente creyente en el Marxismo-leninismo y en lo que Xi llama “La modernización con características chinas”, la cual implica desvincular su economía, y en general su proceso de modernización de Occidente y de las normas adoptadas internacionalmente en materia de comercio, políticas económicas, financiamiento internacional y hasta valores culturales.1

Es indudable que existe en China un poderoso sector privado y empresas multinacionales exitosas que generan cerca de la mitad del producto total, que impulsaron un elevado crecimiento económico durante más de treinta años, pero se debe recordar que las finanzas del país han permanecido bajo el control estatal, y que nunca se permitió el establecimiento de bancos extranjeros. Es decir que el sistema chino nunca ha sido un sistema capitalista tradicional.

Los componentes principales del cambio en China son los siguientes:

· Desde el XX Congreso del Partido, Xi ha concentrado el poder en sus manos ya como un presidente vitalicio virtual, eliminando a todos sus competidores y expulsando a los reformistas de los comités del Partido. El control gubernamental se ha fortalecido a través de mecanismos como la vigilancia policial-tecnológica de toda su población, con cámaras de reconocimiento facial en todo el país, y con comités del Partido interviniendo en toda la vida del país: las empresas, las fuerzas armadas, las universidades, los gobiernos locales.

· En lo militar, reforzando los gastos en el Ejército y la Marina, hasta llegar a 225 mmd (dato del NYT, 1 de abril 2023; equivale a tres veces el gasto militar de Rusia), con los objetivos de modernizar y mecanizar el ejército, ampliar sus fuerzas nucleares y sus capacidades en tecnología aeroespacial. En un discurso ante el Ejército sobre el tema de Taiwán, Xi se quejó de las “gruesas provocaciones de los taiwaneses”, de la “intervención extranjera” en la isla, implicando a los Estados Unidos sin mencionarlo, y urgió el Ejército a acelerar su modernización para cumplir sus objetivos en 2027, cuando se cumplirán los cien años de su creación (Economist, Nov. 22, 2023)

· En lo económico, aplicando una estrategia de “circulación dual” mediante la cual el Estado conducirá las inversiones necesarias para desarrollar tecnológicamente al país y lograr una “autonomía estratégica”. Kevin Rudd explica que se trata de alejar a la economía china de un capitalismo basado en el mercado para regresar a un sistema estatista rehabilitando las empresas estatales y controlando más a las privadas.

· Xi quiere restaurar el gran poder de China como potencia mundial, y sostiene que Occidente está en declive. Ha declarado que la política de Occidente de defender los derechos humanos es “una nueva forma de colonialismo”.

· En lo internacional, se ha declarado una “amistad sin límites” con Putin, en el momento que el gobernante ruso ataca Ucrania, violando todas las convenciones diplomáticas internacionales, y Rusia se convierte en una especie de paria internacional por las sanciones impuestas por Occidente. El mayor riesgo en este sentido sería que China aceptara apoyar militarmente a Rusia en esta aventura, lo cual aún no ha ocurrido.

Stephen Kotkin de la Hoover Institution,2 ha afirmado que a pesar del crecimiento capitalista en China y de una importante clase media, en ningún momento se dejó de lado la parte antiimperialista de su ideología, y su resentimiento contra Occidente por las invasiones y el trato que sufrió el país en el Siglo XIX.

En conclusión, no me parece extraño que China, dada su historia y el nivel crecimiento económico alcanzado, quiera ahora ser una potencia mundial, ni que lo desee hacer en sus propios términos y con su propia ideología. Tampoco es claro, como algunos esperan, que el país vaya a entrar pronto en una crisis económica o política. Pero la posible invasión de Taiwán, aliado de los Estados Unidos, es un riesgo gigantesco que generaría un conflicto internacional mucho más serio y con mayores implicaciones que la actual invasión rusa.

Fuente: El Universal