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Opinión

Ni con Estados Unidos ni con China, Indoafroamérica tiene su propio destino

Por: Alvaro Montaño Freire
Treinta años después de la desintegración soviética que canceló la geopolítica establecida en la
Conferencia de Yalta y permitió a los Estados Unidos disfrutar de su gran victoria, está
delineándose la época dónde Estados Unidos y la OTAN se enfrentan a la alianza de
supervivencia entre Rusia y China amenazadas por las políticas de contención, subordinación e
incluso destrucción aplicadas por Occidente para mantener la condición privilegiada que le
proveyó su conquista del mundo. La República Imperial estadounidense, heredera del Imperio
Británico, quiere continuar algunas generaciones más señoreando el planeta con el apoyo de
Europa Continental, Israel y Australia.

No es cierto que los Estados Unidos se encuentran a punto de desaparecer, basta mencionar
que pese al número de ojivas nucleares rusas, tiene un poderío militar superior al de todos los
países del mundo sumados, con un presupuesto anual de un millón de millones de dólares,
presencia de bases militares en todos los continentes y flotas encabezadas por portaviones en
cada mar de la Tierra. Europa carece en los hechos de capacidad militar y por eso depende de
los Estados Unidos en su enfrentamiento con Rusia.

En el nuevo orden mundial que comienza a vislumbrarse la autodenominada América Latina es
considerada por los Estados Unidos como su patio trasero o delantero (como acaba de señalar
el presidente Biden), pero patio al fin. Su natural instinto se expresa en la doctrina Monroe,
abiertamente reivindicada por Donald Trump y que los demócratas hacen suya con toda
naturalidad.

Estados Unidos sabe que tiene una “ventana de oportunidad” para contener o destruir a China
en las próximas décadas, pues caso contrario tendría que resignarse, ahora sí, a una pérdida de
hegemonía. Para la política exterior de los Estados Unidos en la tercera década del siglo XXI y no
sabemos cuántas más, junto a la frase “in god we trust” figura muy claro “delenda est China” y
Dios sabe que el único país que ha sido capaz de emplear armas nucleares para someter a su
enemigo es precisamente la democracia americana. Los que tenemos edad suficiente
recordamos que cuando éramos niños, en 1962, el Presidente Kennedy no vaciló en amenazar
con la guerra termonuclear si la URSS no retiraba de Cuba las bases de proyectiles que el
Gobierno legitimo de La Habana, internacionalmente reconocido y en uso de su soberanía, había
solicitado.

En esta nueva época de la geopolítica mundial se abre la oportunidad para que América Latina
y sobre todo Sudamérica construya su propio destino. Si Bolívar no hubiese arado en el mar y
las capas medias criollas de cada ciudad importante no lo hubieran repudiado para apoderarse
de las tierras y puestos de gobierno que detentaron previamente los españoles, habría emergido
un gran Estado de predominio criollo capaz de autonomía. Sí Perón y Getulio Vargas hubieran
sido capaces en los años cuarenta del siglo pasado de encabezar a Sudamérica, no hubiésemos
tenido que subordinarnos al TIAR y la OEA antisoviéticas, y quizás hubiéramos contribuido de
manera decisiva al tercer mundo no alineado.

No tendrá América Latina, ni tampoco Sudamérica en particular, ocasión de construir su propia
historia sin crecimiento económico o sin la tecnología más avanzada capaz de producir con
inteligencia artificial y edición genética, pero en realidad lo decisivo será que se integre
consciente de su identidad.

Para empezar, el nombre está mal puesto, porque corresponde a una visión criolla y
eurocentrista dónde simplemente nos diferenciamos de los Estados Unidos porque no somos
anglosajones, sino españoles, portugueses o, no se sabe porque, franceses, es decir latinos. Es
una calificación por mera diferencia con lo anglosajón y no desde la historia de estas tierras
dónde las raíces fueron sembradas hace más de diez mil años por los pueblos indígenas
originarios que llegados principalmente de Asia Oriental, construyeron sus propias civilizaciones
autocentradas donde el destino de los poderosos y de los débiles era necesariamente
compartido, porque no habían fuerzas externas al área co-tradicional.

Estos son los pueblos originarios milenarios caracterizados por la veneración a la madre Tierra y
el respeto a los antepasados que, cuando menos en el caso del Tahuantinsuyo y del mundo
andino, practicaron una ética de reciprocidad y por ende de mutuas obligaciones.

Sobre estos pueblos, los españoles y portugueses impusieron un dominio de pretendida
superioridad que reservaba a las pieles blancas o blancoides privilegios de nacimiento y
cometieron el horrendo crimen de “importar” millones de esclavos negros traídos para
reemplazar a los indígenas luego de su brutal derrumbe demográfico. Por tales motivos tiene
mayor precisión hablar de Indoafroamérica en lugar de América Latina, pues pone en primer
lugar y destaca a las poblaciones vulnerables, a las culturas subordinadas y despreciadas sin que
ello implique negar la existencia de lo criollo o también de lo asiático y sus infinitos mestizajes y
combinaciones que ahora no tienen porque ser el ideal cultural donde todas las diferencias
desaparecen, en la medida que precisamente estas tierras son de la diversidad, del Señor de los
Milagros y también del Señor de Qoyllur Riti, como dijera Arguedas.

Nadie tiene porque ser aculturado, corresponde más bien promover la autoidentificación para
que cada quien escoja en qué forma quiere ser reconocido y por lo tanto pueda vivir la riqueza
de la diversidad.

Indoafroamérica y Rusia son las dos periferias de Occidente que a su vez posee dos núcleos, el
anglosajón y el europeo continental. Desde su condición periférica no puede ni podrá ejercer
una influencia determinante. Distinto será si estas tierras logran asumir la fabulosa riqueza de
su diversidad donde la responsabilidad principal corresponde precisamente a los pueblos
subordinados desde la colonialidad del poder: los pueblos originarios milenarios y los
afrodescendientes. Por eso tiene especial importancia rechazar la prédica de ultraderecha que
quiere resucitar anacrónicamente las banderas de la hispanidad dónde supuestamente nos
corresponde solidarizarnos con España y con Europa en sus enfrentamientos con Rusia y China.
Si finalmente, por lo menos en Sudamérica, los pueblos indoafroamericanos se defienden con
éxito de los intentos de subordinación a Estados Unidos o China y logran imponer respeto a los
grandes poderes políticos, militares y económicos, será posible aprovechar el potencial de sus
cuatrocientos millones de habitantes y sus diecisiete millones de kilómetros cuadrados, para
postular alternativas y contribuir a los intereses compartidos de la humanidad, el primero de los
cuales dice no a la tercera Guerra Mundial.

La desintegración de la Unión Soviética no trajo el fin de la historia y el triunfo definitivo del
modelo estadounidense de extremo individualismo en economía y política. Hay una humanidad
que espera salir adelante frente al cambio climático y actuar nuevas formas de socialismo que
recojan la experiencia tumultuosa del siglo XX y se orienten de verdad a múltiples formas de
plenitud que nunca surgirán de los degollamientos fanáticos ni de las bombas atómicas

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