Hay certezas (algunas) y dudas (muchas) sobre la crisis que sigue perpetuándose en un Perú que reclama soluciones pero entiende también que no existe una varita mágica ni mucho menos que las salidas a las crisis de fondo no pueden ser superficiales. A raíz del último -este rótulo suele durar poco- escándalo debido a la salida de Mariano González, el exministro del Interior que antes era parte de los odiados y vilipendiados por los poderes, pero ahora que les resulta útil es el mejor y más legítima voz presentada en la gran prensa- hemos leído y oído agudizar lo que algunos en realidad dicen desde hace meses y otros desde hace un año: que “ahora sí” ya debe irse o ya se va Pedro Castillo.
No pretendo deslegitimar nunca las opiniones que, en muchos casos, son bien intencionadas y responden a análisis interesantes aunque considere limitados, pero sí me interesa hacer algunos apuntes a raíz de lo que para algunos es el punto final de una crisis que nuevamente se mal diagnostica. Y lo haré centrando el foco en todas aquellas preguntas que (convenientemente) no se hacen ni quienes justifican un adelanto electoral, quienes ven ahora la vacancia como una necesidad o quienes concluyen que el “que se vayan todos” significa “nuevas elecciones” (cuando en realidad significa “transformación de fondo” ). Un coro que, como ya sabemos, cuenta con mucha prensa pero poca calle. Tal vez esta debería ser la principal reflexión de quienes enuncian estas alternativas como soluciones. ¿Qué dicen las organizaciones sociales o los movimientos que sí se están uniendo y protestando aunque de manera atomizada? Intuyo que oír sería, al menos, un ejercicio que debiera ser norma en un Perú que sigue creyendo que las demandas son las de las portadas y no la de las calles a menos que les resulten útiles. Vamos paso a paso con ocho preguntas que (convenientemente) no se hacen.

Este gobierno es indefendible y su presidente el principal responsable de ello. Pedro Castillo es, un buen remedo de sus antecesores. Un presidente mediocre, al igual que quienes lo precedieron, y que renunció a la transformación prometida -como también hicieron algunos de sus antecesores. Una oportunidad perdida y una decepción. Las diferencias existen, sin embargo, pero suelen ser muy acotadas y, diría, poco contundentes. Sin embargo, mientras que las presidencias anteriores eran asumidas como una “normalidad” dentro de estos márgenes de mediocridad y deslegitimidad, en este caso sí hay toda una asonada de poder que por distintas razones propone echarlo.

Me preocupa el simplismo en la “solución” como si el problema fuera únicamente el presidente y/o el Congreso y no lo que les permite existir y también sostener esta forma de hacer política desde el actuar mafioso, el pragmatismo, la renuncia y anteponiendo la supervivencia. Me preocupa también, como señalé en una publicación anterior, el “hay que moverse aunque no sirva porque peor es no moverse”. Alarma porque suena a una disculpa anticipada. En política sabemos que cada movimiento trae consecuencias. No se puede actuar sólo porque lo peor es no hacerlo. Y, por cierto, en este escenario, ¿quién está definiendo “peor”? Cuidado con las palabras y todavía más con las acciones irreflexivas.
El adelanto electoral, tal como está siendo planteado, es eso: hay que moverse por moverse aunque no sirva para nada. De hecho, hemos oído a algunos fraseándolo literalmente así. No vemos una ruta con problematización en el camino. Hemos pensado en las siguientes preguntas siquiera: ¿Qué puerta se abre con esta “salida”? ¿Cuál es la línea roja para llegar o no a esta “salida”? ¿Hay alguna? Siempre que el “ánimo” de un sector sea el “que se vayan todos” (algo que no es nuevo en Perú y que no significa “nuevas elecciones”), ¿debemos apuntar a esta opción?, ¿Qué hacemos con las elecciones presidenciales entonces?, ¿Problematizamos y debatimos la duración por la que votamos mejor? ¿No debería ser este debate parte de la reforma política que tampoco hemos debatido? No solo preocupa que no haya respuestas a estas preguntas, sino que no estén en el debate público. Ningún medio se anima a hacerlas. Ningún vocero parece tampoco querer responderlas.






Por otro lado, hay una respuesta que he recibido a estas preguntas planteadas: “Debimos “echarlos” a todos antes de que acabaran sus periodos presidenciales. Eso justifica hacerlo con Castillo. No podemos decir que como no lo hicimos con él tampoco hay que hacerlo.” Vamos con las preguntas sobre este argumento:

presidentes que renuncian a su programa de gobierno, mafias que tienen más poder que los escaños del Congreso, etc. Pero de esto no se habla. Si ha habido ya nuevas elecciones y el escenario no ha cambiado, ¿por qué las nuevas elecciones son propuestas como una salida si ya comprobamos que no lo son? Me temo que se propone cambiar la chapa de la botella cuando lo que está roto es la botella.


Nada de lo mencionado anteriormente supone no fiscalizar al gobierno o pasarle por alto una lista grande de sospechas de corrupción, la casi nula gestión en un momento de crisis, la renuncia a las promesas de campaña y su alarmante mediocridad sistémica. De hecho, este me parece el principal error de los proponentes del “adelantismo electoral”: caen en el error de NUNCA hablar de políticas, sólo de actores políticos. ¿Acaso estamos centrando la crisis política únicamente en los actores del espectro? ¿Qué tan limitada es esta visión? ¿Basta con cambiar de figuritas para salir de una crisis que sabemos que es estructural? Tal vez, por más prensa que aplauda esta propuesta cabría preguntarse, un minuto siquiera, si el hecho de que ningún movimientos social, organización constituida, sindicatos que están ya en pie de lucha desde hace meses se sumen a su propuesta, tenga que ver con que en realidad el debate mayoritario se está centrando en las políticas antes que reduciendola sólo a los actores. Debería invitar a reflexionar, cuando menos.
¿Qué tan representativa es una propuesta que cuenta con prensa pero no con apoyo popular? O, por problematizar la mayor: ¿el “que se vayan todos” mayoritario significa realmente “nuevas elecciones” o “cambiarlo todo”? ¿No habría que oír a quienes se movilizan desde hace meses en sentidos diversos y con plataformas distintas? Tal vez por ahí se vislumbra una alternativa de salida a la crisis que no se cocine solo desde las alturas.

En este contexto de crisis han surgido las voces que reclaman movilizaciones contra el Gobierno para lograr que el adelanto electoral como vía de solución demuestre el músculo social que necesita para hacerse legítimo. Lamentablemente, esta movilización no llega pero no porque el Perú sea un país apático o porque no exista una ciudadanía organizada. De hecho, habría que señalar la falacia de este argumento. Lo cierto es que en el Perú está habiendo movilizaciones articuladas y con cierta fuerza y constancia desde hace meses. Lo que ocurre es que la demanda no es por un adelanto electoral.
Las movilizaciones cuentan con una plataforma de demandas específica por razones que tienen mucho que ver con la materialidad: aumento de precios, inflación, demanda por la segunda reforma agraria prometida e incluso demandando una Asamblea Constituyente. Ninguna de ellas ha sido digitada como las marchas por la vacancia con sus suculentos padrinos financieros y poderes mediáticos al servicio de ellas, pero cuentan con mayor apoyo popular que los sucesivos fiascos golpistas. Entonces, ¿el Perú no se moviliza? No. Lo que pasa es que la propuesta del adelanto electoral, de momento al menos, no moviliza a nadie. Y eso que cuenta con mucha prensa que podría permitir que esa mecha se encendiera. Las demandas populares son otras. Y en un contexto de crisis es lo esperable que así sean.
Por eso resulta clave centrar el discurso en ese debate que fue, por cierto, el gran debate electoral de 2021: ¿cambio o recambio? ¿Continuismo o transformación? Las renuncias de Pedro Castillo permiten que ese debate siga abierto y que en este contexto de crisis se agudice. Lo que ocurre es que supone entender que lo que moviliza tiene que ver con las brechas de desigualdad generadas y perpetuadas por un modelo económico y político (y mediático) y que toca romper algunos huevos para hacer una tortilla que convoque realmente a las mayorías. Tal vez no a todos, pero a algunos defensores del “adelantismo electoral”, esta cuestión no les resulta del todo atractiva. Supone hablar de muchas cosas, pero también -he aquí el detalle- de la Constitución, del capítulo económico, del rechazo que muchos sectores del país tienen con los poderes en vigencia y de las autocríticas que nunca llegaron. Y sin esto, no se avanza.

La respuesta a esta séptima pregunta se ha ido construyendo sola a lo largo de este texto. Lo cierto es que hay razones sin consenso en los defensores del adelanto, pero sugiero que enmarquen sus reflexiones en las claves que surgen de estas preguntas no respondidas. Vamos con algunas finales: ¿Se lucha contra la corrupción sólo cambiando de presidente o congreso?, ¿Se defiende a la democracia cambiando al Presidente y al Congreso?, ¿Se cuida el programa político que ganó electoralmente el 2021 (guste o no) cambiando al Presidente o al Congreso?

Ya hemos problematizado que el “que se vayan todos” signifique “nuevas elecciones” como desde algunos espacios se está queriendo responder de manera tan tajante y sin contemplar que no se trata de un pedido en clave causa y lógica consecuencia. Pero más allá de ello, el “adelantismo electoral” propuesto obvia una pregunta de fondo en el análisis (interesante muchas veces) que justifica su salida. El problema del “que se vayan todos” como discurso de solución es que oculta la otra cara de la moneda: ¿quiénes vienen? Nunca se van todos, siempre viene alguien. Entonces no es una solución, sino un recambio que quiebra un acuerdo sobre por qué y por cuánto tiempo votamos. Y sobre esta pregunta, tampoco estamos conversando.
Como vemos, se trata de preguntas de fondo pero también coyunturales que (convenientemente) no son ni respondidas ni planteadas en la agenda pública que ya da por sentado un debate que ni siquiera ha iniciado. Tal vez toque asumir, para comenzar, que el debate instalado por los poderes mediáticos sigue demostrando la brecha con el país que vimos en la campaña de 2021. Y, por lo mismo, si se quiere articular propuestas no basta con creer que una portada, sets de televisión que ya tomaron partido o horas de radio significan “clamor popular”. El trabajo político es otro y, nuevamente, son las organizaciones sociales, colectivos, iniciativas ciudadanas, sindicatos y movimientos populares quienes están demostrando más altura de miras políticas que quienes plantean salidas sin dialogar con estas voces ya organizadas.
