La conmemoración, el 9 de diciembre, del Bicentenario de la Batalla de Ayacucho, que selló la independencia sudamericana en 1824, se vio signada por la cancelación de la presidenta Dina Boluarte, ante el anuncio de protestas ciudadanas. La conmemoración debía ser un momento de unidad y orgullo entre las naciones bolivarianas, pero la falta de la máxima autoridad del país transformó la celebración en algo más local y menos significativo a nivel internacional.
Esa cancelación mostró el clima de enfrentamiento popular que tiene en Ayacucho a uno de sus centros. Precisamente, pocos días después, el 15 de diciembre, se cumplieron dos años de la masacre de diez ciudadanos ayacuchanos por parte de fuerzas del régimen presidido por el mencionado personaje, secundado por ministros y ministras, así como por oficiales militares y policiales con investigaciones aún lejos de llegar a las sanciones correspondientes. La impunidad de estos hechos sigue siendo una herida abierta para las familias de las víctimas y para toda la sociedad peruana. Paradójicamente, mientras que la batalla de Ayacucho fue el final de la lucha por la independencia política del país del yugo virreynal, la masacre y su conmemoración masiva expresan la continua lucha de peruanos y peruanas por liberarse de la opresión y la impunidad de un régimen venal, corrupto y criminal.
Y esto es esperanzador: las manifestaciones pacíficas tanto alrededor de las celebraciones del Bicentenario – recordemos la previa manifestación de protesta tras el estrado oficial en la pampa de Junín, el pasado 6 de agosto – como en la conmemoración de la masacre muestran a una ciudadanía vigilante y comprometida con la transformación política del país. En esta ocasión vimos que los ayacuchanos no se resignan, sino que, por el contrario, exigen una independencia real que trascienda lo político y alcance la liberación de la corrupción, la impunidad y la injusticia social.
Los gérmenes de un mejor país están también en el mundo del deporte, a pesar de las malas noticias del mundo del fútbol de la primera división: en estos días espectamos éxitos de los deportistas peruanos en los Juegos Bolivarianos. Allí los equipos peruanos, conformados por atletas que en parte provienen de regiones históricamente postergadas como Ayacucho, a través de su dedicación y esfuerzo lograron un primer lugar en el medallero que no se veía desde hace 7 décadas, en los Juegos Bolivarianos de Caracas en 1951. Estos atletas encarnan virtudes fundamentales para la transformación social: disciplina, dedicación, trabajo en equipo, cuidado de la salud con buenos hábitos y buena alimentación, y compromiso con la excelencia. Sus logros no solo son medallas, sino ejemplos de cómo el cultivo de virtudes personales y colectivas puede generar cambios positivos en la sociedad.
En suma, el Bicentenario de la Batalla de Ayacucho y la conmemoración del estallido social reprimido a partir de diciembre de 2022 nos invitan a reflexionar sobre el tipo de república que deseamos construir. Mientras el pasado nos recuerda las difíciles luchas por la independencia, el presente nos muestra las difíciles luchas de una sociedad que resiste a pesar de adversidades. Las protestas y el masivo rechazo de la ciudadanía al actual régimen, así como el resurgimiento de valores en áreas como el deporte, son indicadores de la posibilidad de una independencia verdadera, con la justicia y la equidad como pilares fundamentales.
Nos corresponde encontrar puntos de unión en torno a esos ideales, cultivando las virtudes cívicas y personales correspondientes. En la historia de la independencia de Perú, no llega el turno de escribir el próximo capítulo.