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Opinión

Pier Paolo Marzo R.: ¿Por qué las marchas ciudadanas dan razones de esperanza?

La primera quincena de este noviembre vio dos grandes movilizaciones ciudadanas por motivos políticos, de signo contrario, aunque con elementos comunes. En ambas, decenas de miles de ciudadanos y ciudadanas marcharon contra la corrupción en Perú, aunque para unos la peor corrupción viene desde el Poder Ejecutivo, mientras que para otros, desde el Congreso. Por ende, para los primeros superar ese mal supone la salida del titular del Ejecutivo, mientras que para los segundos, supone la salida de los actuales congresistas. Ambas posturas se complementan y aunque así expuestas son insuficientes para atender las necesidades de nuestros pueblos, es encomiable que la ciudadanía use las mismas calles para expresar sus respectivos rechazos. Se trata de democracia en acción, más allá de juegos palaciegos de poder.

Lamentablemente, ambas movilizaciones fueron reprimidas por agentes de la Policía Nacional. Lo que evidencia uno de los problemas de fondo de nuestra democracia: la poca formación democrática de quiénes tienen la obligación de proteger a las personas. Lamentablemente también, ninguna de las fuerzas movilizadas en la calle estas semanas incorporó en su agenda una transformación profunda de la formación policial. Y aún son minoritarias las voces que además de rechazar el continuismo de las prácticas y lógicas corruptas (una de las constantes más persistentes de nuestra vida republicana, como lo historió Alfonso Quiroz ), proponen un nuevo pacto social que se exprese en nuevas reglas de convivencia y procesamiento de la discrepancia política, aceptadas por todas y todos. A pesar de esto, los demócratas podemos ver en las distintas marchas de estos tiempos, buenas razones para esperar que la democracia peruana mejore en esta década. Así como nos llenaron de esperanza los jóvenes que marcharon el 14 de noviembre de 2020 y los días posteriores contra el usurpador Merino y quiénes rompieron el orden constitucional para tratar de imponernos una dictadura congresal. Marchas que, a costa de dos jóvenes asesinados y otras decenas heridos de gravedad, nos abrieron camino a cosas tan prácticas como la vacunación universal en nuestro país y a preservar lo poco de democracia que aún funciona en Perú. Mientras que las de estos días nos recuerdan que cualquier solución a los entrampamientos de los poderes constituidos, habrá de pasar por un acuerdo ciudadano.

Hoy es muy importante dar razones de nuestra esperanza. En realidad, siempre lo ha sido. A fines del siglo primero, el apostol Pedro exhortaba en su primera carta a los cristianos a “dar razón de vuestra esperanza a aquellos que os la pidieran, con delicadeza y respeto, teniendo buena conciencia”(v.15,16). Con ello inauguró la buena práctica de explicar razonadamente los motivos que animan una línea de acción basada en una convicción. Lo que contraviene la nociva práctica de seguir una idea solamente por el prestigio de quién la emite o hace suya, o, peor aún, por ir “donde Vicente, adonde va toda la gente”.

Por eso, los que reconocemos que la dignidad de las personas se desenvuelve mejor en cualquiera de las distintas formas de democracia que coexisten en el mundo, tenemos que dar razones de nuestra esperanza en la ampliación de los espacios democráticos, a pesar de las fuerzas que buscan cerrarlos. Recordando que, al igual que, como lo dijo Nelson Mandela en la Conferencia Internacional de Durban (1999) en la Sudáfrica de fines del siglo pasado “no es nuestra diversidad lo que nos divide, no son nuestras características étnicas, la religión o la cultura lo que nos divide. Desde que logramos la libertad, solo puede haber una división entre nosotros: ¡entre los que llevan la democracia en su corazón y los que no!”

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