Pese a una millonaria inversión en publicidad que ha inundado no solo Lima, sino diversas regiones del país, el actual alcalde de la capital no logra revertir el creciente rechazo ciudadano. Su gestión, que comenzó con la promesa de modernizar la ciudad y enfrentar frontalmente la corrupción, se ha visto rápidamente erosionada por su inacción, sus contradicciones y sus vínculos con denuncias judiciales.
Desde su campaña, se presentó como el hombre de las ideas modernas, como el gestor que transformaría Lima con eficiencia, orden y transparencia. Sin embargo, más de un año después de asumir el cargo, los resultados son decepcionantes. Las grandes promesas no se han concretado en obras significativas, y los problemas cotidianos de la ciudad —como el estado calamitoso de las pistas, la falta de seguridad o la informalidad del transporte— siguen sin solución.
A esto se suma un aspecto que indigna a muchos limeños: el uso excesivo de recursos en actividades que claramente responden más a una agenda personal que al mandato para el cual fue elegido. En lugar de enfocarse a tiempo completo en su gestión, el alcalde ha desplegado una evidente campaña de posicionamiento nacional, con visitas constantes a provincias, entrevistas, paneles gigantes y una maquinaria publicitaria cuyo costo y financiamiento aún no se transparentan del todo. ¿De dónde sale el dinero? ¿Con qué autorización un funcionario público puede usar el cargo como plataforma para una campaña presidencial anticipada?
Además, lo que prometía ser una lucha contra la corrupción, se ha convertido en una sombra que lo persigue. Su nombre aparece en diversos procesos judiciales y reportajes periodísticos lo vinculan con presuntas irregularidades, asesorías sospechosas, y contratos con tintes clientelistas. En lugar de dar explicaciones claras, su estilo confrontacional y autoritario ha intentado descalificar a quienes lo critican, revelando una cultura política más cercana a la violencia simbólica y el populismo que al diálogo democrático.
Su narrativa busca instalar la idea de que cuenta con el respaldo ciudadano, pero las encuestas que lo favorecen provienen, en su mayoría, de fuentes vinculadas a su entorno político o empresarial. El pulso de la calle, las redes sociales y la prensa independiente dibujan otro escenario: el de un alcalde con baja aprobación, cuya figura representa más el retroceso que la esperanza.
Hoy, muchos limeños se preguntan: ¿cómo es posible que alguien elegido para solucionar los problemas urgentes de la ciudad, dedique tanto esfuerzo a su propia campaña política? ¿Es este el futuro que se quiere para el país?
Quizá la respuesta esté en que su figura encarna esa corriente autoritaria que, disfrazada de eficiencia, intenta volver a instalarse en la política nacional. Una especie de fachosaurio renovado, que en lugar de construir puentes, insiste en levantar muros.