El presidente Castillo ha encontrado un gabinete. Se advierte, sin embargo, que no ha encontrado un plan. El giro hacia el centro derecha en lo político y el conservadurismo en lo social, es el inicio de un gobierno distinto, el Castillo 2.0 al que nos hemos referido más de una vez.
Como antes del cambio de gabinete, el gobierno sigue suspendido en el aire. El giro ha devenido en un movimiento en falso. Podría ser el giro de un trompo. El presidente recuperó la iniciativa solo por unas horas y se ha quedado con sus nuevos símbolos en la mano.
Castillo quiere seguir viviendo de eso, de los símbolos. Antes era la emergencia de los excluidos, ahora del pluralismo difuso y combi. Como antes, los símbolos no bastan y las imágenes se agotan, su duración es cada vez más corta.
Eso sucede con el nuevo gabinete. En tanto operación política parecía fácil, papayita: un pacto cuyo propósito es conseguir el apoyo de 4 o 5 bancadas del Congreso para que, cuando se vote la confianza, esta le sea otorgada.
Más ingenuidad que audacia, la política de los números se ha mostrado insuficiente. La pluralidad combi metió en el gabinete a personajes como el premier Héctor Valer, de rápida combustión, a un grupo de conservadores, autoritarios y díscolos, y en Interior a la avanzada de un poder oscuro cuyas profundidades están por revelarse.
El gabinete nació sin plan y sin prestigio. Esta combinación será difícil de superar. Si llega al voto de confianza, y si lo aprueba, el gabinete deteriorará más al presidente, tendrá corta vida y les dará aires a los grupos parlamentarios vacadores. Si es cambiado antes de la confianza, se reducirá el impacto del error, cierto, pero será igualmente visible la debilidad presidencial y la precariedad de su nuevo pacto.
Castillo ha cometido un error de estrategia. Ha puesto fin a su alianza con la izquierda progresista y los representantes sociales. Cinco de sus representes salieron del gobierno (M. Vásquez, P. Francke, A. Durand, G. Ortiz, y V. Maita) y fueron reemplazados por ministros sin agenda colectiva y escasa representación personal.
El presidente ha preferido un pacto de arriba a uno de abajo. Pudo hacer las dos cosas. Tenía 3 opciones de gabinete: 1) un gabinete plural de izquierda con el centro parlamentario, un pacto partidario; 2) un gabinete plural de centro con tecnócratas neoliberales, un Vizcarra 2.0; y 3) un gabinete plural mixto de partidos y sociedad civil, un gabinete de acuerdo nacional. Por sus declaraciones previas, parecía que iba por la opción Nº2, pero escogió la Nº 1 del peor modo, una pluralidad de arriba, difusa, pobre, conservadora y muy discutida moralmente.
Sus reiterados significantes “pueblo” y “consenso” están vacíos. El gabinete no representa ni lo primero ni logrará lo segundo. La ancha base castillista es un círculo cerrado y desequilibrado. La política tolera la locura, pero no tantas en un mismo espacio.
Castillo ha perdido a los aliados principistas que le quedaban y se ha fabricado una nueva oposición. Ahora tiene una oposición de arriba vacadora y revanchista, y otra de abajo democrática, defensora de los derechos y de las ofertas que ha abandonado. El liderazgo de esta oposición nueva es el feminismo y los pueblos originarios, estos últimos en nombre de los cuales, se supone, llegó al poder.
En noviembre, la ultraderecha instaló en la agenda la alternativa de la vacancia, que fue derrotada. En febrero, el centro (Partido Morado) y la sociedad civil han empezado a instalar la alternativa de la renuncia. Vacancia y renuncia van por ahora por cuerda separadas.
Sobre la vacancia subsisten sus problemas de siempre, de orden constitucional y político. Por ahora no hay votos para concretar esta alternativa, además del problema de autoridad política que acompaña a sus instigadores. En cambio, la renuncia no tiene problemas legales; hará su ruta en la sociedad. Es un cargo electo que admite la renuncia.