El Tratado de Cooperación Amazónica nació en 1978 bajo la concepción “securitista” de los regímenes militares, en 1995 se convirtió en OTCA, en un intento de institucionalizar una visión propia. Este se modificó el 2019, con el Pacto de Leticia suscrito bajo el manto del modelo neoliberal entonces -y hasta ahora- imperante. Ahora, un progresismo discursivo, políticamente poco cohesionado y acechado por múltiples problemas domésticos, es incapaz de tomar decisiones políticas relevantes y urgentes.
No pueden decir que no se les advirtió. Esta Cumbre ha estado precedida por un importante esfuerzo de indígenas amazónicos, sociedad civil, académicos, que no han escatimado esfuerzos para hacerles ver a la clase política sudamericana sobre la urgencia de lo inevitable. Allí están los acuerdos de Leticia (7/9 de julio), que tiene propuestas específicas de indígenas, académicos y actores sociales, que seguramente pasarán por los tamices de los editores diplomáticos. Ni los presidentes Lasso ni, Maduro, ni Santokhi de Surinam, pareciera importarles su destino amazónico, prefirieron ausentarse. Felizmente, no se aceptó la petición del gracioso presidente francés que quería incorporarse a la OTCA por tener un territorio de ultramar….
Un día de discursos es suficiente para señalar que no alcanza otra Cumbre como la de Belem de Para (los presidentes amazónicos se han reunido solo cuatro veces desde 1978), para evitar llegar al punto de no retorno, de pérdida del 20% del bosque o el aumento de la temperatura por sobre 1.5 grados. Por más que la clase política de los ocho países amazónicos ofrezcan bio negocios, fortalecer la OTCA, garantizar la voz de los PP. II, más investigación, una Amazonía con “rostro humano” o hasta una OTAN amazónica, la verdad es que no alcanza. Los que en nuestro cotidiano trabajo percibimos la tasa de destrucción producto de las energías fósiles, las economías ilícitas y los negocios de los monocultivos, no les creemos porque son ellos y sus funcionarios los que fomentan esas actividades destructivas.
Mientras las urgencias sean edulcoradas con vacías ofertas oratorias como las que señaló la Sra. Boluarte: una Amazonía de “rostro humano”, mientras se niega a aceptar su responsabilidad por los 49 asesinatos ocurridos durante su mandato, o la pronta investigación por los defensores indígenas y ambientales asesinados por mineros, traficantes o taladores. O cuando el presidente Lula pretende liderar a los países amazónicos de cara a otros países tropicales, cuando el Brasil es el país con mayor destrucción proporcional de sus selvas y bosques tropicales, o que mantiene una agresiva agenda de explotación de petróleo en la Amazonía, como si fuese posible conservar el bosque y explotar el petróleo en el bosque tropical. O cuando el presidente Petro plantea promover una OTAN amazónica, cuando su país es aliado extra OTAN, alberga su discurso de seguridad internacional, de los que actualmente impulsan su expansión en el globo, urbi et orbi.
La verdad que de los discursos el más sensato fue el del presidente Arce quien planteo siete líneas críticas de las que rescato dos: demandar financiamiento directo no reembolsable de los que si tienen responsabilidad por la emergencia climática en el Norte y la construcción de alternativas sustentables para la Amazonía (no es posible seguir ampliando la frontera agrícola). Además, señaló condenar cualquier intento de militarización de esta región por parte de tercera s potencias extrarregionales. Denunció el modelo de acumulación por desposesión que ha dejado a dos millones de indígenas amazónico sin reconocimiento sobre sus territorios ni participación política en sus asuntos.
Esta es la situación no atendida ni por Lula, ni Petro y mucho menos Boluarte. Solamente en el Perú tenemos la catástrofe ambiental en el Marañón y sus afluentes (ocasionada por la explotación de petróleo en el Lote 8), la indetenible dispersión de los cultivos de coca desde los Andes en por lo menos 4 frentes en Ucayali, Amazonas, Madre de Dios y Loreto, la infestación de mercurio en los principales ríos, por 500,000 personas que no tienen otra forma de participar del “desarrollo” que explotar el oro aluvional: Ananea, la Rinconada, el Cenepa. Mejor hubiera sido una conferencia zoom con la que se hubieran evitado la emisión de tanto gas con efecto invernadero.