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Opinión

Rolando Ames: Fe cristiana, política y urgencia de fraternidad en la historia

Este artículo destaca algunas razones de la honda renovación del cristianismo y su búsqueda de contribuir al cambio de relaciones económicas y políticas claves a las que encuentra contrarias a la mejor vocación humana. Desde la evolución histórica, un vistazo a su compromiso presente y su invitación a otro futuro.

I. Cinco hitos en la evolución de la reflexión sobre fe y política
Uno: la relación entre fe y política

Aparece en la reflexión católica en la época moderna y el comienzo, socialmente muy duro, del capitalismo; los referentes críticos contrapuestos fueron ya la igualdad y la democracia (mucho más tarde aparecerá la creciente complejidad de la gestión pública). Esta historia comenzó, pues, entre fin del siglo XVIII y el XIX. En 1891, el papa León XIII hizo un balance de fallas y valores del capitalismo y el comunismo en la encíclica Rerum novarum (“de las cosas nuevas”). A la par que las ideas, surgieron las innovaciones pastorales para atender esos nuevos problemas sociales: atención a los obreros, otras órdenes religiosas, educación pública amplia etc. En Latinoamérica, estos cambios llegan después; en el Perú, ya en el siglo XX. Con el tiempo,7 la cuestión social revelará una trascendencia que excede el campo económico e institucional.

Sin embargo, desde el comienzo podríamos sintetizar en tres los principios que han mantenido la continuidad y coherencia del pensamiento social de la Iglesia católica. La defensa de la vida y la libertad de todos los seres humanos siempre; la preocupación por atender el bien común, las condiciones en que todos tengan la seguridad de que la atención a sus necesidades materiales y afectivas de reconocimiento esté garantizada; el respeto a la prioridad de buscar el buen gobierno y, por eso, el papel central de la política como responsable de concretarlo.

Dos: el “ver, juzgar y actuar”
Este método de revisión de vida, muy conocido en el cristianismo latinoamericano mejor formado, se inició en la pastoral obrera de comienzos del siglo XX en Bélgica y se amplía y enriquece hasta hoy. Sus tres verbos siguen el orden de una experiencia cotidiana en la época industrial. Los laicos deberán conocer bien las realidades cambiantes, juzgarlas según el Evangelio y decidir luego su manera de actuar en lo social. Se organizó la asesoría de religiosos expertos en esos temas y
en formación espiritual; tomó forma lo que se llamó la Acción Católica1. Luego, en política, aparecerán los partidos demócrata-cristianos.

El reconocimiento de una realidad social cambiante a seguir y evaluar y que deba promoverse en ella la solidaridad marcan un cambio fundamental en el catolicismo. Ello implica que la doctrina no se aplica sin partir del diálogo con realidades en movimiento y también se reconoce un rol central a los laicos, a quienes los religiosos asesoran y orientan. La propuesta cristiana de forjar un mundo distinto no encierra así una defensa del capitalismo ante el comunismo ni a la inversa. Cuando la pugna económica se hizo política, surgió la idea del “partido propio”, que se revisará, tras comprobar que el mensaje de la solidaridad incluye más elementos que los que abarca la política partidaria2. El discernimiento mayor se hace ético, pastoral, espiritual.

Los desafíos del capitalismo industrial generaron así en la Iglesia un reto nuevo en la comprensión del mensaje de Jesús. 1 Joseph Cardijn, sacerdote belga posteriormente ordenado obispo, comenzó en 1912 un trabajo especialmente dirigido a la juventud obrera, luego, en 1920, fundó la Acción Católica, la que se desarrolló entre los años 20 y 30 en otros países, con el impulso de Pío XI, llegando a tener una presencia internacional. 2 Aun en Europa occidental, en cuya unidad primera los partidos demócrata-cristianos jugaron un papel decisivo, lo problemático del nombre es un hecho ya visible.8

La idea de que la salvación tiene que ver con las almas, principalmente en un “más allá de la muerte”, va siendo dejada de lado. Ella había sido sino aceptada, tolerada durante siglos por una Iglesia que se adaptó tanto a los poderes del mundo exterior que perdió la capacidad crítica del mensaje original de su fundador. El orden social y la mentalidad humana impuesta desde el fin del Imperio romano, hasta que acabó toda la época imperial (siglo X), atraparon a la jerarquía
eclesial. La idea fuerza masiva de que había que soportar el sufrimiento en este “valle de lágrimas” surgió de aquel contexto. Mientras tanto en la sociedad campeaban los intereses y visión de los más fuertes, los que justamente Jesús invitó a superar. En todas las épocas la Iglesia se preocupó por las obras de misericordia y su mensaje fue recordado por figuras del pensamiento y la espiritualidad, pero sin  llegar a predominar en la práctica, es decir, a ser hegemónico.

El método del “ver, juzgar, actuar” nos ubica cada día en el momento real en que estamos y en el lugar en que nos tocó vivir. La relación entre fe y política será cambiante, dado que así es la historia humana, que muta cada día y de la cual es inseparable; la lectura del mensaje bíblico, que alienta siempre a que la humanidad se oriente a la fraternidad al reconocer a Dios como espíritu de amor, será su otra fuente.

Saltando a lo actual, tomo un muy vigente ejemplo latinoamericano, donde ya, a mediados del siglo XX, las ciencias sociales nos alertaban que la modernidad vivida desde aquí implica una percepción distinta de la europea, porque las relaciones sociales de colonialidad  marcaron en lo cotidiano una institucionalidad formalmente republicana, pero activa muy en la superficie.

Tres: el concilio Vaticano II (1962-65)
Es el evento central en este itinerario. En él decantan los hitos anteriores y es por eso el viraje principal en este caminar. Él expresará la voluntad de un cambio hondo y de conjunto de la Iglesia, resultado de ese debate sobre cómo hablar de su misión a un mundo tan distinta al de siglos anteriores y en un cambio científico-técnico ya, por evidencia, permanente. El cómo vivió y qué dijo Jesús en concreto se volvió la fuente de consulta decisiva para evaluar el qué hacer ante el torbellino de este ciclo tan distinto de la humanidad: ¿cómo imitarlo y seguirlo en esta tierra, en esta historia en la cual nos dejó la tarea de anunciar una presencia viva que pueda movilizar energías psíquicas interiores de fraternidad, de enorme potencialidad?

Vivimos así en una época marcada por el esfuerzo de volver a ver al Nazareno enseñando fraternidad y filiación, como lo hizo en el tiempo que es hoy nuestro siglo I. De allí la vigencia y autoridad que adquiere 9 el conocimiento mayor de ese tiempo fundador y de la trayectoria del pueblo judío. La historia sagrada deja de considerarse ligada pero diferente a la humana. Así, el cristianismo ha comenzado el largo recorrido en el que estamos, sabiendo mejor que nuestra fidelidad a Jesús se juega en lo que hacemos en esta historia, no después. Volveré sobre el concilio Vaticano II para entender los retos que la evangelización contemporánea nos plantea.

Cuatro: el mensaje cristiano dirigido a creyentes y no creyentes, Fratelli tutti
Por este camino abierto, Francisco, el papa argentino actual, ha elaborado una encíclica fundamental, Hermanos todos (2020), dirigida explícitamente a creyentes y no creyentes. Ya el mensaje de Jesús había enfatizado que no hablaba sólo para un pueblo escogido. Su anuncio de un Dios que invita a la fraternidad es una invitación abierta a los hombres y mujeres de todos los tiempos y nacionalidades. El respeto a los seres humanos es el mayor posible; ante la inminencia de que sería asesinado, Jesús deja a sus discípulos el encargo de transmitir la invitación del Dios Padre que él traía. Así, la suerte de la
dimensión divina de su mensaje queda en manos de la libertad de los hombres y mujeres de todos los tiempos. O la historia se encamina a aceptar e impulsar la fraternidad o se hace compatible con la posesión excluyente de los bienes por sólo un sector de los humanos del planeta. Esta pregunta radical está muy bien sustentada a lo largo de la encíclica.

El contenido de Fratelli tutti no deja duda de que el cristianismo existe para contribuir a forjar la mayor fraternidad posible en la historia. Ella está hecha por seres bien corpóreos, pero animados por un espíritu de acuerdo al cual definen el sentido de su existencia. La Iglesia, portadora de ese mensaje a lo largo del tiempo, no puede imponerlo. Y su fidelidad se define en lo que hagan sus seguidores ejerciendo su libertad. Mirando la trayectoria de dos milenios, se ha avanzado, pero queda mucho pendiente.

El juicio de Francisco sobre la actualidad es neto: parte de “las sombras de un mundo cerrado”, “sin un proyecto para todos”, “globalización y progreso sin un rumbo común”. Por eso, el recuerdo del “extraño en el camino”, el samaritano que se hizo prójimo del desconocido golpeado. Por eso “el diálogo y la amistad social”, “promover el bien moral”, “reproponer la función social de la propiedad”. Se trata, entonces, de hacer “la mejor política… el amor político… que integra y reúne”. “El valor y el sentido del perdón”, “el conflicto inevitable” y “la verdadera superación”. Se trata, en contraste con lo actual, de 10 “pensar y gestar un mundo abierto” en el cual “las religiones estén al servicio de la fraternidad”. Nuestros encomillados son subtítulos de la misma encíclica. Ojalá este compendio de frases los anime a leer pronto todo el texto.

Cinco: Latinoamérica y su papel en anunciar el mensaje de Jesús en la actualidad.
Grupos de laicos y religiosos latinoamericanos, o venidos a nuestra tierra para insertarse en este caminar, fueron para mi generación un testimonio muy presente en nuestras revisiones de la realidad, en el evaluar cómo resistir las distintas formas de opresión que viven mujeres y hombres en Latinoamérica. Se trata no sólo de obras institucionales y de entregas del trabajo de vidas enteras, sino que ha ocurrido la entrega de la vida misma, junto a líderes de nuestras comunidades,
por defender a los más débiles. De experiencias de esta clase se nutre la teología latinoamericana y su aporte a la Iglesia universal, sobre todo luego del Vaticano II. La fuerza y peculiaridad de este proceso se ha hecho más visible hoy por el papado de Francisco, el obispo venido a la Roma del Vaticano, desde lo que él recuerda siempre como la periferia argentina.
América Latina, por su lugar geográfico e histórico en el mundo, es un lugar más cercano al Sur del planeta, mientras el Norte es el lugar de los países metropolitanos que produjeron al mismo tiempo la modernidad y el colonialismo. Y lo más propio en la historia larga de nuestro continente es que tuvo un contacto intenso con el cristianismo europeo durante la época colonial y moderna. Por eso la maduración de estos largos siglos de violencias aún poco conocidas ayuda a que
hoy sea tierra fecunda para mostrar rutas para un mundo distinto del presente. Un concepto tan central como la opción preferencial por los pobres, es un producto de origen latinoamericano (Medellín, 1968) y reconocido como contenido de valor evangélico nada menos que por un papa alemán, Benedicto XVI, en Aparecida, Brasil, el 2007, el antecesor de Francisco.

La teología latinoamericana de la liberación se inició, pues, en la discusión de cómo aplicar el pensamiento y la pastoral del Vaticano II a una región mayoritariamente católica, pero que era y sigue siendo el subcontinente más desigual del planeta. Cuando ella comenzó a ser conocida en Europa, en los años 70, varios teólogos expresaron que quizás era nuestra región la que permite más crudamente, la percepción de que el mensaje de Jesús implica, por consecuencia elemental, tomar partido por la justicia social en una realidad bien distinta de la de las metrópolis europeas. 11

II. Hoy: profundización espiritual y social  del cristianismo
Ya vimos que el concilio Vaticano II trabajó sobre el aporte cristiano a una historia humana bella, pero que suele ser también violenta y/o banal. Hay ejemplos de todas estas variantes. La conciencia de que el seguimiento de Jesús es hacer de los otros nuestros prójimos, es decir, cercanos, hermanas y hermanos, resultó de esta revisión. El énfasis puesto en que ella incluye la preferencia de Jesús por los últimos, los que están peor en cada lugar, ratificó la apuesta. El mandato es
muy antiguo, es la conversión a la que Jesús llama en los evangelios.

Reitero, aceptar a ese Dios queda en manos de lo que hagamos en nuestras vidas libres: sea conocerlo y vivirlo; no habernos enterado de su existencia; o entenderlo de otra manera; o rechazarlo.

Y, por tanto: ¿cómo estamos respondiendo ahora mismo a este dilema? Es mucha pregunta para este artículo, pero le pone el contexto también a esta segunda parte. ¿El eje de la fe está en un grupo de verdades a aprender y defender? o ¿es la invitación al seguimiento de la forma de vida que escogió un Dios que se hizo ser humano? Creo que la pregunta obliga a todos a discernir entre la actitud de posesión individual de la vida o la de compartirla y dar lugar a un nosotros, al actuar en común. Para llamar la atención a mirar lo que está pasando hoy, selecciono dos hechos: Primero: ahora tenemos una suerte de síntesis de la Doctrina Social de la Iglesia, compendiada en mucho en la evaluación de la sociedad actual y sus consecuencias, que Francisco realiza en la encíclica del 2020 que estamos citando. De allí, la urgencia de su difusión y seria lectura.

Y, segundo hecho, que es una consecuencia más concreta aún del proceso en que estamos: la reforma planteada hace poco en la organización y gobierno de la Iglesia en torno a la idea fuerza de lo que se ha llamado la “sinodalidad”3. Ella se precisó primero, y fue significativo, sobre cómo reorganizar el gobierno eclesial por la Curia vaticana (2022). Un Sínodo, reunión de obispos a nivel mundial, está ya convocado para su desarrollo más integral el próximo 2023. Se trata de asumir que la vida humana de cada generación es un caminar permanente, donde no caben los gobiernos verticales si el sentido de la vida personal es vivirla en común con los demás y con un espíritu de solidaridad muy vivo. Se propone, entonces, que autoridades, 3 El Sínodo fue instituido para la Iglesia universal por Pablo VI en su carta apostólica Sollicitudo, promulgada “motu proprio” el 15 de septiembre de 1975. Disponible en: https://www.vatican.va/content/paulvi/es/motu_proprio/documents/hf_p-vi_motu-proprio_19650915_apostolica-sollicitudo.html 12 religiosos y laicos en cuanto Iglesia, nos organicemos para caminar juntos. En este enfoque surgen ya innovaciones que pueden dar luces, incluso para otras formas de gobierno, en los Estados y gobiernos
laicos. En ellos, un fenómeno muy crítico hoy y al que me referiré enseguida, es la desconfianza entre gobernantes y gobernados. Entonces, los dos hechos que recuerda la encíclica Hermanos todos, y, que son propuesta de gobierno de la Iglesia en sinodalidad, nos invitan a ir haciendo de la fraternidad una forma de relación social en crecimiento constante, incluso a gran escala y no sólo un discurso o la utopía de un grupo pequeño.

Lo que sí quiero dejar ya como una primera impresión es el interés expresado estos meses por laicos, religiosas y religiosos por aceptar y participar, con sus propios aportes, en esta alternativa de vivir su fe en la práctica de la historia humana misma. Hacerlo en su dimensión social y colectiva, y no sólo individual y subjetiva. Esta actitud favorable no podía estar garantizada a priori, al menos en Latinoamérica y el Perú, desde las realidades que conozco y desde las que hablo. Sin
embargo, el interés y la simpatía se han hecho visibles, tanto entre las generaciones mayores como entre las más jóvenes.
Debo precisar que hablo aquí de grupos calificados de dirigentes, pues, por su condición de tales, son los que están conociendo primero estas propuestas nuevas. Por cierto, la coincidencia de este proceso eclesial con la ocurrencia terrible de la pandemia del covid y sus consecuencias facilita mucho la búsqueda de formas más eficaces de inclusión social, de superación de la calidad del empleo, de mejorar la calidad de la vida pública y organizar los países desde el lugar de
los más débiles y no de ignorarlos por su poca relevancia económica.

Percibir las carencias de bienes básicos y la incertidumbre existencial luego del covid y las crisis que ha visibilizado, es una fuente potente para, literalmente, “hacer revisión de vida” y repensar las formas en que nuestra fe ayuda a dar a la política latinoamericana la cercanía a las mayorías que ella ha perdido de modo hoy casi escandaloso.

Así, la política existente en las últimas décadas está cuestionada por no representar las necesidades y los cambios que las mayorías demandan, y genera más indignación ver cómo, en ella, distintas formas de corrupción se han rutinizado de tal modo que es más bien el dinero disponible el que decide qué candidatos van en los primeros lugares de las listas de la mayoría de los partidos. La precariedad material y moral apareció en gentes de las grandes elites de poder, pero también en el actuar espontáneo de millones de personas de todos los sectores. Ante este reto está la política, la gestora del bien común, según el más clásico pensar de la Iglesia católica. 13

III. Una política y una sociedad muy descompuestas
Al terminar la década pasada, estábamos ante indicadores que alertaron que la política, que había parecido tan estable en Perú como en países vecinos como continuidad de la democrática liberal del siglo XX, mostraba signos de inconsistencia; que se debilitaba por no representar ya a sus sociedades o por las grandes mutaciones que se producían en esas representaciones4. Así, muy pronto se pasó al cuestionamiento ya directo de la legitimidad de sus instituciones, algunas de las estatales y, sobre todo, la de los partidos políticos.

Dar cuenta breve de estos hechos, aun con el riesgo de simplificarlos, es indispensable. Muchos de los términos con que se pensó la relación fe y política tienen que revisarse con cuidado ante estas mutaciones.

Trabajo personalmente el tema en el Perú, caso extremo, pero que expresa bien este fenómeno amplísimo de crisis simultáneas al que me refiero. Este fenómeno da señales de ser global, planetario. Mi objetivo de investigación, a comienzos del 2019, trataba de comparar la crisis de hegemonía mayor que se produjo al comenzar los 90 en el Perú –cuando el outsider Fujimori derrotó a todos los partidos históricos–, compararla, digo, con descontentos y críticas serias al régimen que entonces recomenzaban. Además, la solución de la crisis en 1990 fue tan rápida y de gran alcance que la magnitud del cambio pudo no ser bien registrada, según dicho de científicos sociales importantes5.

Por eso, mi curiosidad fue comparar esas dos fechas lejanas entre sí, 1990 y 2020. Y, justo entonces, en octubre del 2019, el estallido social chileno más que justificó una comparación que podía aparecer apresurada. La legitimidad política de los regímenes en la región, las creencias colectivas sobre el buen orden, la hegemonía vigente podían estar siendo afectadas en un núcleo estructural. El rasgo principal común, en términos de poder de la política latinoamericana, es que ella ha aceptado la desregulación de la economía.

Y es ese rasgo el que hoy parece explicar la debilidad que tienen las instituciones políticas oficiales para cumplir realmente su clásica función de gobernar el conjunto de sus sociedades. La cuestión es, por eso, profunda y compleja. Por lo mismo, es urgente tomar plena nota 4 En Estados Unidos como en Francia, se ha comentado cómo los bolsones de obreros industriales mayores, hoy menos relevantes, no fueron tomados en cuenta por los partidos progresistas y han pasado en mayoría a respaldar la crítica antisistema de la ultraderecha 5 Martucelli, D. (2015) Lima y sus arenas. Poderes sociales y jerarquías culturales, Lima: Cauces Editores, es el principal ejemplo de esta evaluación. 14 de ella. Parecemos estar navegando sobre olas embravecidas que no han terminado de reventar. Y los conceptos con que nos manejamos y sus premisas implícitas pueden llevarnos a muchos equívocos. Hoy, este es el gran tema de preocupación ya a escala mundial.

El crecimiento de los regímenes llamados con pertinencia “iliberales”6, la amplitud de las polarizaciones extremas, sea en la sociedad o en la política o en ambas, son las grandes cuestiones de política comparada actual. Antes de referirme al caso peruano para tener rasgos más concretos y descriptivos del cambio, baste mencionar la popularidad actual que recupera Donald Trump (presidente de Estados Unidos del 2017 al 2021) con miras a las elecciones del 2024. Y eso luego de haber intentado nada menos que un golpe de Estado para no entregar el poder a Joe Biden. Sabemos de qué hablamos. Estos hechos cuestionan directamente los principios básicos del pensamiento social de la Iglesia. Ellos están basados en reconocer la democracia representativa, el pluralismo político y el valor de la competencia libre y respetuosa entre grupos de intereses o ideologías distintas. Para asegurar la paz y la atención del Estado a las necesidades básicas de todos, la
Iglesia se ha preocupado siempre por el buen gobierno, la gobernanza y la gobernabilidad de las que hablamos hoy.

El caso peruano ilustra etapas en la evolución entre 1990 y el presente. El liderazgo de Fujimori es el de un caudillo autoritario, quien, de no tener partido, se ganó en su primer mes dos respaldos institucionales muy fuertes. Uno, con la declaración de abrir el país a la economía global en expansión y al crecimiento económico como fin primero de la política. Por eso las grandes corporaciones de dentro y fuera fueron tratadas con grandes ventajas. Otro, la capacidad ejecutiva y de gestión del aparato militar, que entró al centro del poder político por el pacto directo de sus más altos mandos, negociado por un oficial hábil y de pocos escrúpulos, como Vladimiro Montesinos.

La continuidad larga no pasó, sin embargo, por crear un gran partido de gobierno, como antes se hubiera hecho porque, justo, lo que se condenó fueron los partidos “tradicionales” y la política en sí misma, como recursos del pasado. El hábil político se definió como un técnico y un gerente, “no un político”, y se portó, hay que reconocerlo, como alguien con los pies puestos en su siglo. 6 Durante el siglo XX, la oposición, en la mayor parte de los países de Occidente, se dio en términos de derecha e izquierda. En años recientes se ha producido un cambio, esta división ha sido reemplazada por la oposición entre globalistas y “nacionalistas”. Varios autores, entre ellos David Goodhart (2017), nombran esta oposición entre aquellos que
pertenecen a cualquier lugar del mundo (anywhere) y aquellos que se identifican con el único y particular lugar (somewhere), generalmente en el que viven. 15

El Perú entró así en la matriz social que predomina en el mundo hasta hoy, dados los vientos poderosos de una sociedad global que nunca había alcanzado la interdependencia que tiene ahora. Desde entonces, nuestra política ocurre en ese contexto y por eso el análisis político que sólo se centre en instituciones y actores políticos directos puede no captar los cambios más sustantivos en las relaciones de poder. Las instituciones políticas demoliberales persisten y la rotación de cargos se asegura por elecciones, en su mayoría limpias. Pero los modos de conocimiento y organización social variaron demasiado. El progreso de la electrónica aplicada a la informática ya era lo principal al inicio del siglo XXI. La política dejó de ser el eje de la identidad colectiva cotidiana y ha sido reemplazada por la economía. Ella trata a las personas más que como ciudadanos o ciudadanas, como consumidores urgidos de mejorar sus ingresos siempre. Esa condición
económica es el único recurso que les ofrece una seguridad confiable.

El terreno decisivo ha pasado a ser el del mercado, no el de la ciudadanía política ni el Estado. Lo sólido es lo privado, lo público es  variable, es más espectáculo que comunidad humana. La actual sociedad global, llamada neoliberal, no ha vencido vía la imposición de la fuerza de las dictaduras, sino por los cambios en las aspiraciones y en los modos de sentir de las mayorías. La producción y el comercio se han acomodado al ritmo incansable de la circulación del dinero y la ganancia financiera. Los medios de comunicación, el mundo de lo mediático son principalmente propiedad de las grandes corporaciones privadas, lo cual facilitó la hegemonía de una cultura para la cual lo social es secundario; lo principal, lo más real son los individuos. Ya lo había dicho Margaret Thatcher en los años 70.

Incluso Mario Vargas Llosa escribió en el 2012: La civilización del espectáculo, texto de análisis7, donde reconoce mucho de lo que escribo aquí. Pero si la política es espectáculo es porque se ha exteriorizado de la sociedad, que antes le daba su principal sentido, el de representarla siempre, no sólo en elecciones. Hoy, en cambio, lo privado es lo mejor, el Estado cumple una función asistencial. En estas condiciones, la democracia vive amenazada por la precariedad, mucho más
en países poscoloniales como los latinoamericanos8. 7 Cf. Vargas Llosa, M. (2012), La civilización del espectáculo. México D.F.: Editorial Alfaguara. 8 La crítica académica a los efectos negativos de la alta concentración de ingresos en
la economía global es encabezada por figuras indiscutibles como Joseph Stiglitz, Thomas Piketty o Mariana Mazzucatto. Y las comparaciones entre los ingresos del 0.1 más rico y el 50 % más pobre a escala global aún son poco conocidas y de lamentable elocuencia. Cf. Lucas Chancel y Thomas Piketty: “Global Income Inequality, 1820–2020: the Persistence and
16
Por supuesto, todo lo que es susceptible de generar ingresos puede ser cubierto por la dinámica privada de los mercados. El problema la economía de punta, la más globalizada, las poblaciones del mundo del Sur no tienen relevancia porque no pueden entrar en pie de igualdad suficiente a ese circuito. No es casual que para describir su situación el papa Francisco utilice para ellos el término de “descartables” en la encíclica Fratelli tutti. Y por eso los términos de relación entre la fe y la política han variado ante nuestros ojos, de manera tan intensa en el Perú, en cinco años.

El régimen político peruano ha sido pluralista, y gobernantes con imagen de centro-izquierda clara, como Alejandro Toledo y Ollanta Humala, ganaron en las elecciones del 2001 y el 2011. Ellos se encontraron sin embargo con los marcos estructurales, económicos y culturales que he recordado. Intentaron e hicieron algunos cambios, pero nada de la magnitud que requiere una gestión más equitativa de la riqueza nacional. En el 2016, el descontento social, ya más fuerte en las regiones andinas, logró que una candidatura de izquierda que quedó en tercer lugar alcanzara, sin embargo, a tener un buen número de curules del Congreso. Una derecha inteligente y otra sectaria y rencorosa, venida del segundo fujimorismo, se disputaron la victoria. Pero en un mes la bancada izquierdista se quebró, perdiendo capacidad de incidencia relevante. Las responsabilidades de los actores políticos son con frecuencia transversales, abarcan a derechas e izquierdas, porque el orden del cual todos son finalmente responsables es uno sólo.

El caso de Pedro Castillo, el maestro rural que ganó por sorpresa las elecciones del 2021, fue posible porque el huracán del covid sorprendió a los políticos en un estado de menor preparación que nunca.

Además del gran contexto ya mencionado: el de una política electoralmente plural aún, pero subordinada en su poder real a una sociedad más de mercado que política y democrática. El partido que llevó a Castillo es pequeño, improvisado, muy atrasado en su visión del Perú actual, pero surge de los territorios donde viven las mayorías populares hoy más amenazadas y por tanto más alertas. Por eso fue visto como preferible a Keiko Fujimori. El nivel de la política nacional, que no puede ser peor, ¿podría tener alguna ventaja? Quizás hacer ver que sin política con poder, sin que ella represente realmente a
la sociedad, no hay orden público ni justicia. Hasta la gran economía puede sufrir la inestabilidad.

Mutation of Extreme Inequality”, en Journal of the European Economic Association, Volume 19, Issue 6, diciembre 2021, pp. 3025–3062, https://doi.org/10.1093/jeea/jvab047 17

Cuando la espontaneidad económica del negocio privado en las derechas y la improvisación de políticos ansiosos de poder inmediato también a como dé lugar en estas izquierdas coinciden, el desastre de la sociedad en general parece ser un aluvión imparable. Hoy día pelean políticamente, pero se entienden bajo la mesa para algunos de sus intereses particulares; pero este juego, tan forzado y finalmente ridículo, no puede ser eterno.

Desde la perspectiva de nuestro tema, me parece por eso muy bueno que Páginas nos invite a repensar la relación entre fe y política justo ahora. Son varias las corrientes éticas que en medio de sus conflictos han mantenido la lucidez sobre la importancia de ser moralmente coherentes entre lo que se dice y lo que se hace. Mucho más cuando se actúa en el terreno público. La práctica en la política y en la vida pública de estas virtudes no se improvisa y la formación de las generaciones que la sustenten en el futuro no nacerá por generación espontánea, como lo estamos constatando mirando las tres décadas
pasadas.

Reflexiones finales
Estamos pues en un tiempo histórico muy difícil y sobre todo muy original en su caos. Lograr que la fraternidad que surge en las comunidades cristianas más dedicadas a seguir bebiendo también de la joven tradición del concilio Vaticano II, y que queremos ver reconocida a la escala que hace falta, exige darla a conocer mejor. Y no es fácil irradiarla desde los núcleos comunitarios convencidos, desde una sociedad cargada de crisis, dividida y polarizada. Hay que lograr incidir con fuerza en los modos colectivos de pensar, en las opiniones públicas y en las formas de comunicación hoy vigentes.

Estas reflexiones finales apuntan a pistas para el trabajo asociado de formación y difusión. A mi juicio, son las más cruciales que tenemos por delante.

La vigente manera de vivir se centra en la individualidad y en la pequeña tribu; y transcurre tras la excitación del consumo incesante. La calidad de la educación se ha derrumbado; los niños y jóvenes de los sectores populares, y parte de las clases medias, no tienen ni espacios ni apoyos para pensar con rigor. Nunca la vida de las personas ha dependido tanto de aparatos sociales, y sin embargo se la vive en grupos pequeños que se saben frágiles y sin apoyos públicos de calidad a donde recurrir. Por eso la experiencia de vivir maltratados es tan amplia. Para responder al descontento social de hoy, hay que partir de educarse en el afecto por los demás. Lo reitero aquí. El reto mayor es que estos temas culturales no cambian en el corto plazo; obligan a 18 trabajar sobre la larga duración, tan olvidada por países como el Perú, que son los que más la necesitan.

Esta reiteración revela que la relación entre fe cristiana y política nos llevó ya a entrar a estos temas. El cristianismo, por la variedad de opresiones con las que Jesús lidió, puede ayudar a articular reivindicaciones colectivas clásicas sobre trabajo y salario, con las más actuales e interpersonales: las del viejo racismo, pero también las del feminismo sanamente potente del siglo XXI, las del respeto a la diversidad sexual y el tema global de la ecología integral que defiende la naturaleza y las poblaciones más ligadas a ella. Cuando la tecnología mal usada ha mercantilizado así a las sociedades, ha dejado con
poco juego a varios esquemas de cambio sociopolítico del siglo XX.

De allí la importancia de reconsiderar el aporte cristiano y el de otras creencias religiosas, otras comunidades de fe, vistas todas hace décadas como especies en extinción.

Hay nuevos focos de transformación, sin duda, pero el cambio político de conjunto que a mi juicio más hace falta requiere nuevos guiones políticos. En ellos el aspecto del cambio ético personal, y por tanto el reconocimiento y el respeto a la libertad personal, tiene que tener el lugar central que no tuvo cuando se pensó que la ubicación de clase o raza bastaban de por sí para asegurar el triunfo de los trabajadores socialistas. Hoy día vemos, por ejemplo, cómo lo más interesante
de los nuevos proyectos de Chile y Colombia tienen que ver con su apuesta firme por el diálogo democrático. Y con la conciencia de que estamos en una sociedad globalizada que literalmente ha perdido el rumbo.

Esta calificación no es una imagen retórica. Era ya probable que ocurriera desde que en tantos países la política quedó limitada por una libertad económica supuestamente intocable. El equívoco concepto  de informalidad distrajo de la falta de instituciones que ordenaran democráticamente a todos. Hoy la economía delictiva crece a gran escala vía el narcotráfico, la trata de personas, etcétera, como por la violencia sobre los pequeños negocios en los barrios populares amenazados por bandas violentas. La rehabilitación de la política de la que habla con razón y vigor el papa Francisco apunta así a cambios
estructurales urgentes. Coincide con frecuencia con los que los organismos internacionales de expertos consideran también de necesidad extrema.

Hablar de las relaciones entre fe y política lleva así a aludir a problemas de fondo de nuestra especie. Es inevitable: la pérdida de sensibilidad ante el valor de toda vida personal, la falta de conciencia de la obligación de asegurar mínimos de calidad para todos los ciudadanos 19 y ciudadanas de cada país son aspectos de un solo gran problema. La sociedad actual no quiere reconocer que la existencia humana depende no sólo de conductas individuales sino de las formas de organización social establecidas.

Somos individuos, personas, pero lo somos en tanto miembros de una sociedad, sin la cual no podríamos existir y hoy menos que nunca.

Como hemos priorizado tanto el crecimiento económico, podríamos estar satisfechos de lo logrado. Pero lo que ocurre es que se ha hecho visible que dejamos de atender otros aspectos centrales de la vida humana de casi la mitad de los seres humanos del planeta. Y además hemos satanizado la política de veras representativa y democrática, la única vía para corregir sin imposición violenta cómo nos reorganizamos, como país y como parte de una región del mundo.

Posdata:
Por su gravedad, algo sobre el actual momento del Perú. El diálogo político y social, dentro y fuera de los cauces institucionales que se mantienen, es más urgente que nunca. Y él deberá enfrentar pronto  el desplazamiento de la política representativa del lugar social central que le corresponde, cuestión central del texto.

La existencia dentro del empresariado de voces que toman distancia del automatismo económico del mercado desregulado y aceptan reformar el capitalismo me parece un hecho relevante para enfrentar la crisis sistémica a través de la política democrática. Esa conciencia de las razones objetivas para varios de nuestros conflictos más importantes y el reconocer las responsabilidades propias en ellos, se nos exige a todos. Y lleva a participar en un debate racional, es decir a redescubrir el valor de la buena política. Esa es la mejor salida.

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