Rolando Pérez-Vela, Pontificia Universidad Católica del Perú | Juan Fonseca Ariza, Universidad del Pacífico
“Dios camina con el pueblo, y camina con nosotros también. Dios es un Dios que está metido entre la gente. No es un dios de altar, no es un dios de templo; es un Dios de la vida, es un Dios de la calle”, decía el pastor metodista Rafael Goto en una entrevista mientras marchaba con el colectivo Evangélicos Presentes el pasado 4 de marzo. Este colectivo agrupa a pastores y líderes de varias iglesias evangélicas quienes desde su fe han decidido involucrarse en las protestas democráticas contra el régimen cívico-militar de Dina Boluarte desde sus inicios. En esos encuentros y caminares, los Evangélicos Presentes han construido rituales que resignifican los símbolos de su fe desde la experiencia del dolor y las demandas de justicia de los atropellados por el régimen.
En los últimos meses, aún en las temporadas en las que no hubo movilizaciones, cada sábado en la tarde se agrupaban en alguna calle del centro de Lima para pedir justicia por las víctimas de la represión. En cada manifestación no faltaban dos elementos clave: las fotos de los asesinados por el régimen (incluyendo la del policía Soncco) y ciertos símbolos de su fe (biblias, textos bíblicos, trajes pastorales). Varias de dichas manifestaciones fueron breves actos litúrgicos en memoria de los fallecidos.
En la última liturgia realizada en la Plaza 2 de Mayo, previa a la marcha del 27 de julio, el acto incluyó el testimonio de los familiares de las víctimas, quienes –entre cánticos evangélicos, invocaciones pastorales y oraciones solidarias– expresaban su indignación y dolor. El tipo de liturgia pública organizada por este grupo de agentes religiosos da cuenta de un giro significativo: El tradicional culto evangélico templocéntrico se ha trasladado a la plaza pública, instalando una nueva modalidad de la protesta religiosa, que se distancia de las movilizaciones religiosas integristas. Esta se construye desde el caminar al lado de los sufrientes, de los violentados por el poder. Su discurso se afirma en la defensa de los derechos y la demanda por justicia. De este modo, visibilizan una lógica contestataria de la expresión y la representación pública de lo religioso que se manifiesta desde la fe cívica, desde el reconocimiento y la colaboración ecuménica (Mallimaci, 2014).
La confluencia entre lo cívico y lo religioso materializada en la ritualización de la protesta se pudo apreciar en uno de los significativos actos religiosos, organizado por estos agentes de la fe: La liturgia celebrada en un templo luterano en Breña en memoria de Rosalino Flores Valverde, joven cusqueño que falleció luego de recibir más de 30 impactos de perdigón durante las protestas. En la ceremonia, dirigida por un grupo de pastores evangélicos, estuvieron presentes la madre y el hermano de Rosalino. Hacia el final, un grupo de ciudadanos movilizados llegó al templo y se unió al ritual religioso. En medio de los cánticos y oraciones, desde la multitud salían los vítores ¡Rosalino! ¡¡¡presente!
Así, el memorial religioso, que se origina en el gesto evangélico de acompañamiento pastoral a las víctimas, se constituye en una expresión de protesta contra el poder arbitrario y de solidaridad con las víctimas del atropello. Pero, además, propicia que el tradicional ritual religioso y uno de los populares rituales cívicos de protesta se encuentren en un templo dedicado tradicionalmente a la oración, la comunión y la prédica evangélica congregacional. Una inédita confluencia entre la fuerza de la fe religiosa y la conciencia movilizada de la ciudadanía, que es lo que precisamente genera esta ciudadanización del ritual religioso. Es interesante notar el modo como los agentes religiosos que animan estos rituales se han convertido luego en agentes claves para impulsar, junto con otros de la sociedad civil, una funcional articulación entre ampliación de la construcción de ciudadanía, reconstrucción de los lazos de solidaridad y reinvención de una cultura política que pone énfasis en los aspectos éticos de la acción ciudadana en el contexto de la protesta (Burity, 2006).
No fue la primera vez en que lo religioso y lo cívico se encuentran en los rituales de las protestas recientes. El 15 de enero, un grupo de manifestantes en Huancané realizó una oración colectiva antes de salir en caravana hacia Lima para protestar contra el régimen. El estilo era el de una oración evangélica. No sorprende. Puno es uno de los espacios más simbólicos de la historia evangélica, en particular de los adventistas. El sistema educativo adventista contribuyó enormemente en la escolarización de los indígenas. A los hacendados y a los jerarcas regionales de la Iglesia católica no les gustó. Hubo ataques y represión. Pero las escuelas indígenas adventistas sobrevivieron a la adversidad. Hubo un tiempo en que la fe evangélica, las comunidades indígenas y la protesta social se articularon en Puno. Algo que el evangelicalismo hegemónico actual parece haber olvidado.
Pero no solo hubo rituales evangélicos en las protestas. El 9 de febrero, a un mes de la masacre de Juliaca, un grupo de creyentes católicos se organizó para celebrar una misa en memoria de las víctimas de la represión. Miles se congregaron en el aeropuerto de Juliaca para unirse alrededor de la eucaristía. Ningún sacerdote apareció. La periodista Gabriela Wiener recogió las palabras de una dirigente. Denunciaba que la jerarquía de la diócesis había impedido la presencia de sacerdotes en el ritual. Católicos que se aferran de su fe en la construcción de rituales de memoria de sus luchas, y una jerarquía que no los acompaña. Una eclesialidad oficial divorciada de una fe vibrante que se revitaliza en la experiencia encarnada del pueblo creyente. Luego llegó un sacerdote para oficiar la misa, Alejandro Gómez Monroy, autodenominado “obispo del pueblo”, cuya legitimidad pastoral ha sido cuestionada por la jerarquía católica pero que goza de simpatía entre los juliaqueños que protestan. Pero no toda la Iglesia católica le ha dado las espaldas a la ciudadanía movilizada. Pareciera que cuanto más cerca está un sacerdote a la gente, su sensibilidad y solidaridad aumentan. Como la del padre Luis Zambrano, párroco en Juliaca, una de las pocas voces del clero que decidió ponerse de lado de las víctimas bajo la convicción de que “el rol de la iglesia en este contexto es el de denunciar todo lo malo que existe en la sociedad”. “Jesús no fue querido por los fariseos, y trabajaron hasta llegarlo a matar. Yo no estoy haciendo nada especial, simplemente, lo que Jesús pide que hagamos como profetas y profetizas”, afirmó. Precisamente, fue en la parroquia del padre Zambrano –“Pueblo de Dios” del distrito de San Miguel–, donde, en conmemoración al primer mes de la masacre de Juliaca, se celebró una misa, presidida por él, en memoria de los asesinados. Aquí, en plena eucaristía, los familiares pidieron justicia por los 18 asesinados.
Detrás de estas manifestaciones rituales explícitas de una fe solidaria, hay también muchos creyentes, evangélicos y católicos, que se han involucrado en las movilizaciones, no necesariamente desde coordenadas ideológicas progresistas o de izquierda, sino a partir de su convivencia con el pueblo atropellado por el régimen. Como E. Q., pastor de una congregación evangélica de Chucuito, E.V., líder juvenil pentecostal en Ayacucho, M. de la C., pastor pentecostal en Uripa (Apurímac), D. A., pastor de una iglesia en Puno o la pastora metodista Teresa Santillana(1). Lo primero que emergen en sus testimonios es el dolor compartido con las víctimas de la represión. No solo con los fallecidos, sino también con los heridos, agredidos por las fuerzas de seguridad y con los insultados o desdeñados por los grandes medios o los voceros políticos de la coalición que sostiene al régimen autoritario. En cada relato es recurrente la palabra injusticia y discriminación. “Nosotros sentimos que hay una discriminación muy fuerte, especialmente con los que vivimos en esta parte del Perú. Es muy notorio el odio hacia nosotros, porque vienen y nos matan”, señala D. A., pastor de una congregación evangélica en Puno.
El pastor M. de la C. cuenta que él mismo no ha participado en las marchas, y que incluso preferiría que los fieles de su congregación no participen, pero junto a ellos mismos, decidieron compartir más de 4 mil almuerzos a sus paisanos que se disponían a salir a Lima, “porque tenían hambre”. La teología del pastor Misael es conservadora y apolítica, la predominante en los círculos pentecostales peruanos, pero, como él mismo dice, “No somos ciegos sobre la injusticia del Gobierno. Hay lugares muy pobres en su región, mientras que en el Congreso se gastan miles en comida. En la Biblia queda claro que Dios nos dará justicia”. En ese mismo sentido, desde Puno recogemos la voz de D. A., otro pastor a quien la protesta le llevó a revisar su propia teología. “Algunos me decían que los pastores no podemos meternos en esto. Pero yo no puedo ser neutral mientras veo a hermanos de la congregación que se acerca a mi llorando porque ven como injusto todo esto. Es muy notorio el odio hacia nosotros. Nos sentimos muy discriminados, porque vienen y nos matan. Cuando un impío gobierna el pueblo llora, y yo estoy aquí al lado de los que están llorando por la injusticia”.
Otros, como el pastor E. Q., elaboran un discurso más orgánicamente progresista. Para él este régimen “contraviene los principios bíblicos. Los poderosos se sirven a sí mismos. Todos los poderes se están sirviendo y no están sirviendo”. Y agrega que “en cualquier sociedad el cristiano debe poner el pare cuando se afectan los principios divinos en la sociedad”. Una lectura teológica que se aparta de los parámetros tradicionales del apoliticismo pentecostal y también de la teología integrista que reina en la ultraderecha evangélica de las altas jerarquías denominacionales y los movimientos afines ligados al conservadurismo de este tiempo.
Entre el grupo de activistas evangélicos que se sumó a la protesta acompañando a las víctimas y sus familiares, estuvo Teresa Santillana, pastora de una congregación metodista en un distrito limeño. Su iglesia se involucró apoyando a mujeres que llegaron desde el sur para expresar su voz en las calles de Lima. “Yo creo que Dios nos respalda en este compromiso de ponernos al lado de los familiares que reclaman justicia y quieren ser escuchados”, señala la pastora Santillana. Muchos de los marchantes se sorprendieron al ver a pastoras y pastores en medio de la movilización. Allí ocurrió una inusual experiencia ecuménica. “Desde que nos sumamos a su marcha, ambos nos transformamos. En cada abrazo pudimos sentir su dolor, su indignación. Allí empezamos a quebrar las barreras que nos han separado de nuestro pueblo. Volvimos juntarnos como antes. Ahora juntos estamos en la búsqueda de la verdad. No queremos que haya más muertos, no queremos que haya más violencia”.
Los evangélicos que participan en las protestas reconocen que no son mayoría en sus comunidades de fe, pero cuestionan que los liderazgos denominacionales conservadores se arroguen una representatividad que tampoco tienen, tal como se pudo observar en el modo como se publicita la imagen de representación de las instituciones(2) que convocan el denominado Culto de Acción de Gracias, que este año contó con la presencia de Dina Boluarte y su equipo de gobierno. A propósito, es importante indicar que el sermón pronunciado por el pastor Humberto Lay en el referido acto evidenció la ideología que ahora hegemoniza en estos altos círculos del poder confesional evangélico –una mezcla de nacionalismo cristiano y teología autoritaria–, pero que no necesariamente es compartido por muchos evangélicos de a pie. En dicha liturgia, no hubo ni la más mínima interpelación al Gobierno por sus crímenes y su desprecio por la ciudadanía, ni a la coalición que lo sostiene por su autoritarismo. Incluso en su oración, el pastor Eduardo Concha –presidente del CONEP y pastor de la Comunidad Cristiana Agua Viva– pidió protección de los “que quieren someter y destruir nuestra nación” en un contexto discursivo claramente dirigido a quienes protestan contra el régimen.
A diferencia de las otras dos ceremonias religiosas oficiales celebradas previamente –la Oración Interreligiosa y principalmente la homilía de monseñor Carlos Castillo en el Te Deum– no hubo una palabra de solidaridad con las víctimas de la represión. Mucho menos una palabra de censura o al menos un llamado de atención al Gobierno para que no siga atropellando la democracia y a la ciudadanía.
Los mensajes de los laicos y pastores que se unieron a las protestas evidencian la desconexión entre las prácticas de un influyente sector de las jerarquías eclesiásticas y las voces de creyentes que expresan su descontento e indignación por los atropellos desde el poder político. Voces que, desde sus rituales disruptivos y sus gestos solidarios no convencionales, generan metáforas transgresoras del orden, el poder y los discursos tradicionalmente establecidos (De la Torre, 2013).
Foto: Rolando Pérez-Vela
Apuntes finales
Los rituales religiosos y la presencia de los agentes de fe en las recientes movilizaciones de protesta en contra el régimen de Dina Boluarte nos invita a reconocer el potencial del factor religioso en los procesos de movilización y propuesta social.
Por un lado, los rituales cívicos y religiosos que ha engendrado el reciente estallido social expresan la fuerza espiritual de los movilizados y dejan registro de una perspectiva de la memoria de un pueblo que históricamente se moviliza ante la injusticia. En un país tan religioso como el Perú, y en una región tan creyente como el sur andino, no sorprende que la fe sea uno de los ingredientes movilizadores de la gesta de los pueblos. No solo como generador de símbolos o levadura de convicciones, sino también como articulador de identidades y forjador de solidaridades. Este tipo de rituales crean los lenguajes simbólicos contestatarios que acompañan la construcción de movimientos sociales disruptivos. Precisamente, cuando estos se generan desde la experiencia insurgente de los pueblos, pueden convertirse en una potencia transformadora de la realidad.
Por otro lado, estos agentes religiosos que se involucran en la protesta generan disrupciones que ocasionan desacomodos no solo a nivel de las instancias del poder político, sino también a nivel de las propias esferas eclesiales institucionalizadas. Es interesante observar el modo en que estas nuevas formas de protesta religioso-política contrastan con la tradicional actuación las instituciones eclesiásticas que con frecuencia tienen un discurso complaciente con los atropellos desde el poder político. En esta línea, tanto las iniciativas generadas alrededor del colectivo Evangélicos Presentes como la actuación del padre Luis Zambrano y su parroquia en Juliaca construyen un discurso religioso en favor de los derechos, en contraste con las prácticas de movimientos neoconservadores e integristas que se sostienen en una propuesta religiosa anti-derechos, que se movilizan en reacción y oposición a sus propuestas teológicas moralistas.
Finalmente, la visibilidad pública de los rostros y prácticas de estos grupos y agentes de fe que se involucraron en los últimos movimientos de protesta da cuenta del intenso proceso de pluralización del campo religioso peruano. Estas actorías representan una expresión del rostro profético de lo evangélico en el Perú, que contrasta con el discurso teológico y la estrategia política de los colectivos y movimientos conservadores e integristas. Esta expresión de la diversidad y pluralidad del ámbito evangélico es importante advertirlo cuando desde ciertos círculos mediáticos, políticos e incluso eclesiásticos se intenta homogenizar a la comunidad evangélica en favor de determinados intereses políticos o religiosos, anulando especialmente la voz de las minorías contestatarias.
Notas
(1) Accedimos a sus testimonios a través de sendas entrevistas realizadas entre los meses de mayo y junio del presente año. Los referenciamos con las siglas de sus nombres por razones de seguridad.
(2) Concilio Nacional Evangélico del Perú (CONEP) y Unión de nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas del Perú (UNICEP)