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Opinión

Teresa Orbegoso: Carta al pueblo chileno a raíz de un ataque racista

un diálogo con “Recado confidencial a los chilenos” del poeta mapuche Elicura Chihuailaf

“…Me digo, ¿cuánto conoce usted de nosotros? ¿Cuánto reconoce en usted de nosotros? ¿Cuánto sabe de los orígenes, las causas de los conflictos de nuestro Pueblo frente al Estado Nacional? ¿Qué ha escuchado del pensamiento de nuestra gente y de su gente que -en la búsqueda, antes que todo, de otras visiones del mundo, que siempre enriquecen la propia- se ha comprometido con el entendimiento de nuestra cultura y nuestra situación?…”

Recado confidencial a los chilenos

Elicura Chihuailaf

Les pregunto a los chilen@s: ¿cuánto creen saber ustedes acerca del pueblo peruano, de nuestra cultura? Se los pregunto porque existe una respuesta paradójica que entrecruza las ideas de que somos un pueblo salvaje, ignorante, sucio, malo, feo, primitivo: roto, pero que sabe cocinar y comer muy rico. Así abundan en Santiago de Chile y en otras ciudades los restaurantes de comida peruana. Esta imagen hegemónica enrarecida, folklórica, ficcionalizada, de lo que somos los peruan@s en Chile, cual cine de terror, sepulta la posibilidad de saber realmente quiénes somos los peruan@s. Nos invisibiliza como pueblo y como cultura ante los chilen@s. Es cierto, que en el caso de la poesía, la cosa es diferente, ya que hay un reconocimiento sobre la grandeza de nuestro país en este género literario. Sin embargo, no todos los peruan@s que habitan este territorio son escritores o artistas. En mi lugar como escritora no puedo dejar pasar esta triste realidad, que nos hermana directamente con la estigmatización que ha sufrido el pueblo mapuche. Y lo menciono porque creo que el racismo que habita en este país sudamericano, anclado en el odio, el desconocimiento y en el miedo, tiene el mismo principio colonial e imperialista.

Hace ya algunos años, conocí en Buenos Aires (ciudad donde vivía) al poeta mapuche Elicura Chihuailaf y conversando con él me recordó la importancia de defender la belleza de la morenidad de nuestros pueblos latinoamericanos. La belleza de nuestras mujeres. La colonia hizo que lo blanco se impusiera sobre nuestro color de piel. A mí, como a muchas mujeres peruanas, nos ha costado vernos al espejo y reconocer, en nuestro múltiple mestizaje, nuestra belleza de rostro y cuerpo, incluso nuestra inteligencia. Me considero una mujer del pueblo. Mis ojos y mi cabello son negros y mi piel no es blanca. Crecí en la periferia de Lima, en un distrito estigmatizado llamado “Comas”. Mi madre fue una obrera de la costura cuyo más alto cargo fue el de ser secretaria en una fábrica textil de un judio. Mi abuela paterna trabajó en una bodega, sólo tenía primaria completa y mi abuela materna era costurera.

Tampoco terminó el colegio. Mi bisabuela materna fue lavandera. Y yo, estudié periodismo, gracias a un préstamo que se hizo mi mamá para poder pagar el primer semestre y luego pude continuar con una beca durante cuatro años y medio por ser muy buena alumna. Soy primera generación en mi familia dedicada al arte. Soy poeta. Una suicida, en realidad. Cuento todo esto porque jamás podría ver a mis hermanos peruanos de manera racista. La vida y la educación en el Perú está privatizada. Si no tienes dinero no puedes vivir, no puedes estudiar. Soy, lo que se dice: un error de la estadística, viniendo de donde vengo. Pero llegada a este punto, ustedes se preguntarán por qué escribirle una carta al pueblo chilen@. Pues, miren lo que me pasó. Vine a su país, invitada, porque la editorial “Cormorán” sacó una antología de poesía escrita por mujeres peruanas.

Todo estuvo impecable, excelente, hasta que llegó la noche de celebración del lanzamiento en un bar llamado “Monterrosa”. Había estado conversando toda la noche y parte de la madrugada con dos poetas jóvenes chilenos, alumnos del poeta Héctor Hernández Montecinos (HH), sobre mi manera particular de concebir el arte, después de haber atravesado dos cánceres. Mi conciencia del cuerpo invisibilizado por la palabra y el no deseo de ir ni hacia la imagen ni hacia la historia sino más bien hacia la gestualidad de nuestra arquitectura corporal, que además, no tenía que ser necesariamente armónica y cuya belleza la hallaba en movimientos no convencionalmente humanos. Luego de esta prolongada conversación que era atravesada además por mi experiencia con la música electroacústica, decidimos cambiar a otro lugar. Un bar llamado “Costa Bright” con los amigos de uno de los miembros de la organización. Y hasta ahí llegó de pronto, llegó el poeta HH y se sentó detrás de nuestra mesa.

Como la conversación con sus alumnos había estado muy buena, decidí sentarme con ellos. Vi que H H tenía un libro de la editorial Tusquets Editores y tuve una cierta curiosidad saber qué estaba leyendo así que le pregunté sobre el libro. Cuando de pronto, sin mirarme a los ojos, en voz baja y en tono burlesco dijo: perkins peruana. Su alumno entonces me advirtió el crudo significado que tenía esa expresión chilena. Siendo que en Chile significa: “recluso, generalmente nuevo, que es tratado como si fuera un sirviente, y usado como mujer o esclavo sexual por los más veteranos(1)”.

Al percatarme lo que había intentado decirme unido al nombre de mi país me paré y le pedí una explicación del motivo del insulto. Su alumno le dijo a HH que yo no merecía tal calificativo y le exigió me pidiera disculpas. Ante lo cual afirmó que él no había dicho eso, que lo habían dicho sus alumnos, que era mi amigo y que todo esto era una broma. Que él respetaba mi poesía. Tratando de limpiarse. Nunca pidió disculpas. Ante lo cual me indigné y con lágrimas en los ojos me retiré del lugar, afirmándole que era grave lo que había dicho y que haría público el hecho.

Durante mis cuarenta y siete años he viajado por distintos países de América Latina, y fue en Paraguay que encontré un libro muy interesante llamado: “En busca del hueso perdido: Tratado de Paraguayología” de Helio Vera. En él se habla de dos países refiriérndose a la construcción de la identidad paraguaya: un Paraguay de vitrina y otro Paraguay real. El primero es el que te encuentras cuando vas como turista y el segundo cuando vives en ese territorio. Al parecer, en Chile, me tocó vivir el país real. Ése que aún rememora su vínculo a una república blanca con nostalgia inglesa que pagaba por el seno cortado de una mujer del pueblo Selkman, que quemaba a las machis en la plaza, que eliminó de su constitución al pueblo mapuche y todos sus derechos, que aún toma el te por las tardes.

Al parecer, la poesía chilena permanece ajena a este sentimiento que está entroncado en un alma nacional del desprecio de esa morenidad que el poeta mapuche Elicura me pedía defender. Habita aún en HH, el espíritu de este fantasma que ha atravesado nuestras cultura y la cultura chilena en pleno siglo XXI. Me queda claro, como señalaba el poeta peruano Jorge Eduardo Eielson, refiriéndose al futuro de la poesía peruana, que el futuro de la poesía chilena se encuentra en sus reinos subterráneos que como en nuestro caso “terminarán por prevalecer sobre las trivialidades y los inútiles devaneos de la superficie”. Los reinos subterráneos son verdaderos y nuestros. La poesía chilena, como la poesía peruana, será subterránea o no será.

Fuente: Noticias El SER.PE

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