En las últimas décadas, hemos sido testigos de un fenómeno que, para algunos, marca el fin de una era: la retirada del liberalismo como paradigma económico dominante y el renacimiento del proteccionismo en el escenario global. Pero, ¿es este un retroceso hacia viejos modelos o un ajuste necesario frente a los desafíos del siglo XXI? Más allá de los titulares y los discursos políticos, esta transición está redefiniendo cómo entendemos la economía, la política y el poder.
La globalización en el banquillo
Durante los últimos 40 años, el liberalismo económico fue el motor de la globalización. Prometió prosperidad al eliminar barreras comerciales y fomentar la integración de mercados. En muchas formas, cumplió: el comercio mundial se multiplicó, la pobreza extrema disminuyó y millones accedieron a bienes y servicios antes impensables. Sin embargo, el costo social y ambiental de este modelo comenzó a hacerse evidente. Desigualdades rampantes, la precarización del empleo y el debilitamiento de las industrias locales alimentaron un creciente descontento.
En paralelo, eventos como la crisis financiera de 2008, la pandemia de COVID-19 y la guerra en Ucrania dejaron al descubierto las vulnerabilidades de las cadenas de suministro globales y el costo de depender de economías extranjeras para bienes críticos. Hoy, países que alguna vez defendieron la apertura comercial, como Estados Unidos, adoptan medidas proteccionistas para garantizar su seguridad económica y estratégica.
El regreso del proteccionismo: ¿nostalgia o necesidad?
El proteccionismo no es nuevo. Durante siglos, países lo usaron para proteger sus economías nacientes y consolidar su poder. Lo que sorprende hoy es su reaparición en un mundo hiperconectado. Desde la guerra comercial entre China y Estados Unidos hasta los subsidios masivos a la tecnología verde en Europa y América del Norte, el mensaje es claro: los gobiernos quieren recuperar el control.
Este nuevo proteccionismo no busca solo proteger empleos. También responde a la necesidad de liderar la transición hacia una economía sostenible y garantizar la seguridad nacional. La carrera por los semiconductores, los minerales críticos y las energías renovables es un ejemplo. El reciente “Inflation Reduction Act” en Estados Unidos, que otorga enormes beneficios a las empresas que produzcan localmente, ilustra esta tendencia. Pero estas medidas también generan tensiones internacionales, con aliados que acusan a Washington de proteccionismo disfrazado de progresismo.
Liberalismo vs. proteccionismo: ¿es posible un equilibrio?
El dilema no es menor. Por un lado, el proteccionismo ofrece una respuesta inmediata a problemas locales, como la desindustrialización o la dependencia tecnológica. Por otro, cerrar mercados puede sofocar la innovación, encarecer productos y debilitar la cooperación internacional en temas críticos como el cambio climático.
Algunos expertos sugieren un modelo híbrido. Una globalización “con reglas” que permita proteger sectores estratégicos sin renunciar al comercio internacional. El reto está en equilibrar estas fuerzas: ¿pueden las naciones garantizar empleos y seguridad sin desatar una nueva era de conflictos comerciales?
El futuro en construcción
La transición actual no es solo económica; también es filosófica. Nos obliga a cuestionar los principios que han regido nuestra economía por generaciones. ¿Debe el mercado ser libre a cualquier costo? ¿Es posible combinar competitividad con justicia social?
Lo que está en juego no es solo el rumbo de las economías nacionales, sino también la forma en que las sociedades entienden el progreso. Si el proteccionismo puede garantizar estabilidad y equidad sin caer en el aislamiento, podría ser el cimiento de una nueva era. Si no, podría desatar una fragmentación que amenace con llevarnos de vuelta a los errores del pasado.
Hoy más que nunca, la pregunta no es qué sistema debe prevalecer, sino cómo podemos construir uno que funcione para todos.