El presidente del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), Roberto Burneo, acaba de anunciar una propuesta de ley que busca anular la inscripción de partidos políticos que hayan cometido irregularidades como el uso de firmas falsas o afiliaciones sin consentimiento. A primera vista, suena bien. ¿Quién podría oponerse a sancionar el fraude? Pero si miramos más a fondo, esta medida podría convertirse en una peligrosa arma política para eliminar rivales, mientras se deja intacto el verdadero cáncer del sistema: la simulación y podredumbre de la política partidaria en el Perú.
Un sistema construido para el engaño
Desde los años 90, y con mayor crudeza en las últimas dos décadas, la legislación electoral ha generado incentivos perversos. Se exige a los ciudadanos que reúnan miles de firmas o afiliaciones para fundar un partido, pero no se garantiza que esos partidos tengan existencia real, vida orgánica o presencia territorial.
El resultado: partidos que son cascarones vacíos, creados para negociar candidaturas, alquilar inscripciones o servir de vehículos a grupos de poder sin escrúpulos. No tienen cuadros formados, ni estructuras regionales operativas, ni democracia interna. Muchos no realizan congresos ni elecciones internas verdaderas. Son marcas, no partidos.
¿Firmas falsas? Claro que sí. Pero eso no es lo único que se falsifica
El escándalo de la falsificación de firmas no es nuevo. Recordemos que en 2000, el caso del «FIRMÓN» —la recolección masiva y fraudulenta de firmas para inscribir a Perú 2000— salpicó al fujimorismo y a operadores de Vladimiro Montesinos. En ese entonces se descubrieron firmas repetidas, de fallecidos, incluso de personas que nunca dieron su consentimiento. La historia se repite: hoy el JNE ha denunciado 159 casos similares ante el Ministerio Público. ¿Cuántos más se ocultan bajo la alfombra?
Pero el problema es más amplio. No solo se falsifican firmas. Se falsifican padrones, comités, asambleas, elecciones internas y balances financieros. Se construye la apariencia de legalidad con notarios complacientes, abogados especialistas en trampas y una RENIEC que solo mira el papel, no la realidad.
¿Y qué hace el Congreso? Se lava las manos o legisla para sí mismo
La propuesta del JNE podría convertirse, paradójicamente, en una ventana legal para que los partidos hoy hegemónicos en el Congreso —justamente aquellos con orígenes oscuros o procesos de inscripción cuestionables— eliminen a sus adversarios con la bandera de la moralización. El lobo cuidando las ovejas.
Recordemos: partidos como Fuerza Popular, APP o Podemos Perú han sido señalados por tener padrones inflados o procesos internos opacos. Ninguno ha sido sancionado con severidad. En cambio, agrupaciones emergentes o con propuestas diferentes enfrentan trabas, observaciones, impugnaciones. ¿Qué tan «técnico» y «neutral» es el sistema realmente?
La raíz del problema: partidos sin alma, sin militantes, sin democracia
La mayoría de partidos inscritos no tienen la cantidad de militantes que declaran. RENIEC y JNE lo saben, pero no lo fiscalizan. La democracia interna es una farsa: listas únicas, procesos exprés, sin fiscalización, sin participación real. No hay renovación de liderazgos ni formación de cuadros. Solo jefes vitalicios y operadores silenciosos.
En 2023, más del 80% de los partidos inscritos no presentó evidencia de actividad partidaria en regiones. ¿Quién los fiscaliza? Nadie. El sistema electoral premia la apariencia, no la sustancia.
¿Qué hacer entonces?
Si queremos evitar más fraudes y fortalecer la democracia, no basta con perseguir firmas falsas. Se necesita una reforma integral del sistema de partidos, que incluya:
-
Supervisión real y continua de la vida interna de los partidos.
-
Auditorías a sus padrones de militantes y autoridades.
-
Procesos internos supervisados por entes autónomos.
-
Sanciones proporcionales, pero con enfoque correctivo, no punitivo.
-
Fin al alquiler de partidos y penalización de estas prácticas.
-
Fomento a la formación política, participación juvenil y transparencia.
No más simulaciones
El sistema de partidos en el Perú es un mercado persa, donde se compra y se vende todo menos convicciones, ética y vocación de servicio. Si queremos recuperar la política, debemos dejar de premiar la mentira legal y empezar a exigir la verdad organizativa y democrática.
Que la reforma no sea solo otra cortina de humo. Que no se use para silenciar, sino para reconstruir. Que no mate lo poco que aún respira. Porque lo que está en juego no es solo quién entra o sale del padrón. Lo que está en juego es la posibilidad de que algún día tengamos partidos de verdad.