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Opinión

Tribuno: Los “fachosaurios” no debaten: descalifican

En sus recientes columnas, tanto Hugo Guerra como Iván Slocovich vuelven a desplegar el mismo libreto de siempre: insultar a la izquierda, banalizar la crítica social, y reducir cualquier intento de transformación en el país a una conspiración anacrónica, extranjera o “subversiva”.

Lo hacen con una narrativa cada vez más agresiva, llena de prejuicios, sin matices ni análisis serio. En este imaginario, no hay izquierdas democráticas ni progresistas; todo es chavismo, velasquismo, castillismo, comunismo. No hay propuestas: solo amenazas. No hay ciudadanos con derecho a pensar diferente: hay “enemigos de la libertad” que deben ser eliminados simbólicamente del espacio público.

Así funcionan los “fachosaurios” del Perú: personajes atrapados en su intolerancia, nostálgicos del autoritarismo, que no entienden que la política en democracia implica diversidad de ideas, propuestas, enfoques, incluso contradicciones.

No hay una sola izquierda, como no hay una sola derecha

En el Perú hay varias izquierdas, como también hay varias derechas. Existe una izquierda democrática, moderna, institucional, que cree en la justicia social, el Estado de derecho, la equidad territorial, la defensa del medio ambiente, la inclusión cultural y el diálogo como base del progreso. Esa izquierda merece respeto y debe ser parte del debate nacional.

Pero los “fachosaurios” no aceptan esa convivencia. Para ellos, el pluralismo es una amenaza; su objetivo es la hegemonía total del pensamiento conservador, de las ideas únicas, de las “verdades absolutas” impuestas por columnas llenas de bilis y rencor.

A través de medios tradicionales y redes sociales, impulsan campañas de odio, con legiones de chat boys dispuestos a hostigar, insultar y difamar a todo aquel que no repita sus mantras. No les interesa debatir propuestas ni discutir ideas: quieren eliminar al otro del juego político.

El disfraz de la modernidad

Slocovich acusa a la izquierda de estar “anclada en los años 70”, pero él mismo escribe con el tono y los prejuicios del macartismo más rancio. Para él, todo aquel que critique al modelo económico o proponga una reforma estructural es un nostálgico de Stalin o un títere de Fidel Castro. Mientras tanto, calla ante la corrupción de los suyos, ante las privatizaciones fallidas, el copamiento del Estado por mafias empresariales, o el abandono del sur andino por parte del Estado centralista.

Hablan de “modernidad”, pero su modernidad es selectiva. Solo sirve si se acomoda a sus intereses. La “honestidad”, “la inversión” y “el crecimiento” que defienden no incluyen redistribución, justicia fiscal ni participación de las regiones. Solo quieren un país que funcione para pocos, con una prensa amaestrada y una ciudadanía silenciada.

La democracia exige algo más

El Perú del 2026 necesita algo más que columnas incendiarias. Necesita un debate serio, propuestas sólidas, pluralismo real, descentralización efectiva, nuevos pactos sociales y políticos. Necesita reconciliación, pero no desde el olvido ni la negación del conflicto, sino desde la verdad, la justicia y el respeto.

A los “fachosaurios” no se les debe responder con odio, sino con argumentos, datos, propuestas. Pero tampoco se les debe dejar avanzar sin crítica. Su estrategia es clara: generar miedo, fomentar el racismo, deslegitimar a toda izquierda, y presentar como única opción a una derecha excluyente, violenta y sin ideas.

La buena noticia es que no representan a todos. En el Perú, aún queda ciudadanía crítica, juventud comprometida, movimientos sociales, medios independientes y voces democráticas dispuestas a recuperar el país del marasmo y la confrontación inútil. Y eso es precisamente lo que más les molesta.

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