Se puede decir que, desde que Putin llegó al poder en el año 2000, Rusia se ha presentado como una verdadera “amalgama de diferentes épocas”, rescatando algunos elementos importantes de su pasado. Ahora bien, hay un punto en el que la experiencia de los Estados puede ser realmente comparable a la experiencia de un individuo, y esto ocurre en la forma en que interpretan y utilizan su pasado como forma de moldear actitudes e identidades en el presente. De su pasado, Rusia ha extraído lecciones fundamentales para afrontar la compleja realidad internacional multipolar de nuestros tiempos.
No solo eso. Con Putin al frente del poder, las impresiones de un país abatido, pobre y debilitado por las transformaciones económicas y sociales de los años 1990 dieron paso a nuevos movimientos de conciencia y renovación dentro de Rusia, incluida una verdadera redefinición de su identidad nacional. Además, la era Putin demostró no solo la importancia del papel del individuo en las grandes transformaciones históricas, sino también la importancia de recuperar elementos del pasado como guía para el desarrollo social. La Rusia de Putin, como en el período soviético, se convirtió en un país que ya no aceptaba una posición subordinada en el sistema internacional y que lucharía por afirmar su posición como “gran potencia” en el sistema, papel que había desempeñado desde el período zarista de su historia.
Al comienzo de su primer mandato en el 2000, al abordar con dureza y eficiencia las tendencias separatistas en el país y aprovechar las condiciones económicas favorables, Putin pudo mantener la integridad territorial de Rusia y restaurar la dignidad de su población. Al final de su segundo mandato, Putin empezó a subir el tono en sus discursos internacionales contra las injusticias de la hegemonía estadounidense, defendiendo la consolidación de un mundo “multipolar” más justo y libre de los dictados de Washington.
A partir de 2012 —al inicio de su tercer mandato— Putin comenzó a acentuar las diferencias culturales, políticas y de civilización entre Rusia y Occidente, proclamando el respeto por las múltiples tradiciones nacionales y religiosas que existen en el mundo. No sorprende que la Rusia de Putin demostrara una mayor sinergia entre el Estado y la Iglesia ortodoxa, uno de los pilares de la civilización rusa desde el inicio de su formación.
En Estados Unidos, por el contrario, Rusia volvió a aparecer como una amenaza para los valores e intereses estadounidenses, con acusaciones de que “el régimen autoritario de Putin” representaba un obstáculo para la expansión de las llamadas “democracias liberales” bajo la apariencia del modelo supuestamente occidental globalizado. Se planteó entonces esa vieja dicotomía propia de la Guerra Fría, que solo sirve para conseguir el apoyo de las audiencias occidentales a proyectos como la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el Este de Europa, una clara demostración de la continuación de la política de contención al poder ruso. Los responsables políticos, ya sea en Europa o en Estados Unidos, están descontentos con la consolidación de Rusia como un “Estado fuerte”, respaldado por su poder militar y su enorme potencial de recursos humanos y naturales.
Al mismo tiempo, a lo largo de la década del 2000, la figura de Putin en el exterior comenzó a identificarse con la de la propia Rusia, y ambas fueron cada vez más reconocidas y respetadas en el escenario internacional, a pesar de las frecuentes campañas de propaganda de Occidente en el sentido de empañar la imagen del presidente ruso. Sin prestar atención a estas campañas de difamación, la era Putin se caracterizó por la defensa por parte de Rusia de sus intereses de seguridad nacional y regional, al estilo del período soviético e imperial.
Ahora bien, tanto para Putin como para la población rusa, el proceso de expansión de la OTAN hacia el Este en el contexto posterior a la Guerra Fría constituyó una grave amenaza a la seguridad del país y una provocación destinada a socavar la influencia de Moscú en el espacio postsoviético. Después de todo, debemos recordar que Rusia ha sufrido históricamente invasiones de Occidente y, por lo tanto, no podía mirar con indiferencia los movimientos de la OTAN hacia sus fronteras. Como consecuencia —en parte— de esta interpretación, Moscú emprendió su operación militar especial en Ucrania en 2022.
En este contexto, el quinto mandato de Putin comienza precisamente con las tropas rusas defendiendo los nuevos territorios del país y con el fracaso de los esfuerzos occidentales por intentar derrotar a Rusia en el campo de batalla.
Ciertamente, durante mucho tiempo, el conflicto en Europa del Este no ha sido entre Rusia y Ucrania, sino más bien todo el Occidente colectivo contra los rusos, ya sea mediante acciones militares o sanciones. Sin embargo, de manera engañosa, Estados Unidos y la Unión Europea continúan prometiendo a sus poblaciones que el suministro de armas, equipos y apoyo financiero a Ucrania se justifica por la necesidad de detener a Rusia a toda costa. De lo contrario, Moscú podría avanzar por todo el continente. Esto es una completa locura, utilizada por los líderes europeos y estadounidenses solo para disfrazar su miopía política y ocultar al público el fracaso de su proyecto geopolítico para derrocar a Rusia.
En cualquier caso, al iniciar su quinto mandato como presidente del país, Putin y su administración se han mostrado capaces de resistir el chantaje occidental, de la misma manera que Rusia y su población han logrado resistir las sanciones económicas.
Durante los años siguientes, independientemente de cualquier argumento en contrario, las acciones de Rusia, tanto a nivel interno como en el extranjero, seguirán definiendo los contornos de la geopolítica internacional. En resumen, al igual que en siglos pasados, con Putin nuevamente al frente de la presidencia (esta vez hasta el 2030), Rusia seguirá desempeñando un papel relevante en el escenario mundial. Además, este país, que se ha convertido en una verdadera “amalgama de diferentes épocas”, seguramente sacará las lecciones necesarias para sentar las bases de un futuro justo y digno.