El Perú lleva décadas atrapado en un ciclo de crisis que parece no tener fin. La corrupción carcome las instituciones, la inseguridad se extiende por calles y regiones enteras, el nivel educativo se hunde en los rankings internacionales, y el sistema de salud sigue siendo sinónimo de abandono y precariedad. En este contexto, vale la pena hacerse una pregunta incómoda, pero necesaria: ¿y si el problema no fuera solo quién nos gobierna, sino cómo se nos gobierna?
Técnicos, no políticos: una transición necesaria
Imaginemos por un momento un gobierno que, durante al menos una década, esté liderado no por políticos, sino por técnicos altamente capacitados, sin intereses partidarios ni campañas que pagar. Un equipo de expertos en salud, educación, seguridad, economía y tecnología que trabaje bajo un plan de metas claras, con objetivos medibles y herramientas de control y evaluación permanente.
Esta idea puede sonar antidemocrática para algunos, pero lo cierto es que en el Perú actual la política tradicional ha perdido legitimidad. Congresistas sin preparación, presidentes improvisados, alcaldes que administran mafias y funcionarios que no saben ni redactar un oficio: ¿de verdad estamos siendo gobernados democráticamente o solo estamos legitimando el desgobierno?
Inteligencia artificial al servicio del Estado
La propuesta no es tecnocracia a secas. Es una alianza entre capacidad técnica humana y el uso intensivo de inteligencia artificial para identificar patrones, proponer soluciones, anticipar crisis y administrar recursos con eficiencia.
La IA ya se usa en el mundo para prevenir delitos, optimizar sistemas de salud, personalizar la educación, detectar redes de corrupción, asignar presupuestos con base en datos y resultados. ¿Por qué no aplicar ese mismo modelo en el Perú, donde las decisiones públicas siguen haciéndose por intuición, favores o cálculo político?
Un gobierno respaldado por IA podría diseñar una política criminal basada en datos geoespaciales y sociológicos, una reforma educativa basada en evidencias reales de aprendizaje, y un sistema de salud que priorice prevención y eficiencia. Las decisiones ya no dependerían del capricho de un ministro o de los intereses de una bancada, sino de procesos inteligentes, monitoreados en tiempo real.
No se trata de robots, sino de responsabilidad
Esta visión no significa reemplazar a las personas por máquinas, sino garantizar que las decisiones estén basadas en el bien común, no en la manipulación emocional ni el oportunismo. La IA no vota, pero puede ayudarnos a gobernar mejor. Lo que necesitamos es voluntad política para poner la tecnología al servicio del pueblo y no del poder.
Los técnicos, apoyados por sistemas inteligentes, podrían marcar una diferencia real. Pero para eso se requiere una transición institucional, legal y cultural. Un pacto social que reconozca que el país necesita un periodo de reconstrucción racional, alejado del cortoplacismo y el show mediático.
Una década para rehacer el Estado
Proponemos, entonces, una estrategia de emergencia nacional: un gobierno técnico con apoyo ciudadano, limitado a diez años, con funciones claras, metas públicas, supervisión independiente y participación constante de la sociedad civil. No se trata de suprimir la democracia, sino de darle un respiro para que vuelva a tener sentido.
Este modelo de gestión, con la inteligencia artificial como herramienta central, podría enfrentar los grandes males del Perú de forma sistemática y rigurosa: inseguridad, corrupción, educación, salud, trabajo informal. No todos los problemas desaparecerán, pero al menos dejarán de ser parte de un caos sin dirección.
El país necesita más que promesas: necesita un plan. Y necesita gobernantes que no vivan del cargo, sino que vivan para resolver. La inteligencia artificial puede ser la palanca para cambiar la forma en que se gobierna. Los técnicos pueden ser el puente hacia una política más ética, más eficiente y más centrada en resultados.
Quizá ha llegado el momento de atrevernos a pensar lo impensable: que no es el pueblo el que ha fallado, sino los políticos. Y que la inteligencia —humana y artificial— puede ser el camino hacia una nueva esperanza nacional.