El más reciente discurso de la derecha es que la razón por la que nuestro país se encuentra en la situación actual es por la incapacidad del Estado de administrar los recursos y ejecutar los presupuestos. Y claro, parcialmente, tiene razón, ya que nuestro aparato público está muy lejos de ser eficiente. Lo muestran los niveles de ejecución de los presupuestos a lo largo de la república, en especial en provincias. No obstante, lo que corresponde preguntarse es: ¿por qué? Y la respuesta es bastante obvia: la corrupción es el principal problema, si bien hay otros como el bajo nivel de preparación de buena parte de la burocracia que coadyuva al problema.
Empero, la corrupción tiene dos caras: el corrompido y el corruptor y este último está muy vinculado al empresariado. Si bien es cierto que no todas las empresas son corruptas la mayor parte de los empresarios sabía de la corrupción, aunque no participara activamente en esta o si lo hacía tenía mucho cuidado y usaba intermediarios que le permitieran evitar involucrarse. En el ambiente empresarial era público y conocido que los negocios con el Estado, salvo contadas excepciones, implicaban coimas y sobornos y nunca se denunció, ni siquiera se criticó. Era un mal con el que se convivía desde tiempos inmemoriales y que explotó, porque Odebrecht lo llevó a niveles de sofisticación antes no imaginados, se podría incluso decir que lo institucionalizó. Hacer el papel de Pilatos y lavarse las manos puede ser la manera de echarle la culpa a otros, pero la verdad es que hubo complicidad y empieza a ser hora de que el sector empresarial que quiere un país sin corrupción no sólo jamás la practique, sino que incluso la denuncie. Habría que crear un sistema de delación que proteja al denunciante, parecido al del colaborador eficaz. Si queremos un país poco tolerante a la corrupción necesitamos ciudadanos, empresas e instituciones que estén dispuestos a denunciar los casos que conozcan o de los que sospechen para que sean investigados.
Por otro lado, pretender que el problema de la corrupción sea responsabilidad de la descentralización del país es de un cinismo y un descaro sin límites. Basta leer el libro[1] de Alfonso Quirós para comprender que la corrupción surca toda la historia republicana e incluso más atrás. Y que la única ‘ventaja’ que tiene Lima sobre las provincias es que ahora la corrupción es más sofisticada y menos evidente.
Disociar al Estado de los poderes fácticos es un despropósito. Creer que el problema fue la clase política que ha sido incapaz de administrar bien los recursos pasa por la necesidad de cerrar a los ojos a la fuente de la corrupción en el sector público: parte del sector privado que se dedicó a hacer ‘negocios’ sobornando a los mal pagados funcionarios. No quiero justificar a estos últimos, pero por muchos años el gran interesado en que las cosas siguieran así ha sido el poder económico. No pretendo decir que todo el sector empresarial sea corrupto, pero sí muchos empresarios, con frecuencia los más exitosos.
En un artículo[2] de hace varios años, cuando se iniciaba el gobierno de Humala, afirmé que en el Perú la derecha ‘pierde, pero gobierna’, lo que ha tenido pocas excepciones en nuestra historia (en los últimos tiempos sólo con Velasco y Castillo). Uno de los métodos empleados ha sido el tener en los puestos claves del aparato público a personas que les dieran acceso cuando lo solicitaran y así ejercer presión mediante los lobbies. Las llamadas ‘puertas de vaivén’ han colaborado, porque los técnicos entraban y salían de los gobiernos y del sector privado donde tenían trabajo asegurado. También ha sido importante que la mayor parte de profesionales con estudios en el extranjero y altamente calificados estuvieran vinculados con el sector empresarial o desearan estarlo. Las cosas han funcionado como dentro de un grupo de amigos que piensan igual y en todo caso no quieren enemistarse unos con otros. Cuando alguien pretendía actuar con cierta independencia ignorando las presiones del poder económico, éste se las ingeniaba (incluso usando a los medios) para que se prescindiera de sus servicios y algunas veces al salir era condenado al ostracismo o se las tenía que ingeniar por su cuenta cuando no tenía que emigrar al extranjero. Resulta evidente que en las últimas tres décadas la balanza de poder se ha inclinado del lado del sector empresarial en desmedro de los gobierno y de los sindicatos, tremendamente debilitados.
Por lo expuesto es que en otro artículo anterior[3] sostuve que la corrupción es parte del modelo y no se puede decir que el inconveniente sea sólo peruano. En unos países más y en otros menos, los problemas de corrupción tienden a repetirse lo que ha llevado a que algunos se hayan atrevido a sostener que es parte de la naturaleza humana y que tenemos que convivir con ésta. Se trata de una afirmación que confunde lo cultural con lo natural. No creo que nadie pueda mantener con seriedad que el ser humano es corrupto por naturaleza.
Siempre debemos preguntarnos por la solución y mi primera respuesta es que no existe, entendida como un gobierno o un sistema que erradique nuestros problemas de raíz y nos permita vivir en el edén bíblico. Las soluciones son parciales y muchas veces los remedios que se aplican son peores que la enfermedad, por lo que no hay otro camino que el ensayo-error del que hablaba Popper para ir mejorando nuestro sistema. No hemos llegado al fin de la historia –como en algún momento afirmó Fukuyama– ni el sistema actual es el mejor. Considero más válido decir que por ahora es el que mejor funciona, pero habrá que ver qué nos depara el futuro.
Fuente: Revista Ideele N°309