La historiadora peruana habla sobre su más reciente libro Funerales Republicanos en las Américas y también aborda temas como la crisis política y económica a puertas de la llegada del Fenómeno El Niño.
El ritmo de publicación de la historiadora Carmen Mc Evoy es intenso: un libro cada dos años. La reedición de Funerales republicanos: tradición, ritual y nación (Crítica, 2023) la encuentra como autora y editora de 11 ensayos de cómo fueron los entierros y las pompas funerarias de los padres de las repúblicas americanas. En esta entrevista, Mc Evoy también aborda el momento actual del país. La conversación ha sido editada en dos partes: la coyuntura actual y la significancia de estas honras fúnebres para naciones en construcción.
—En sus libros desarrolla la tesis del Estado prebendario: quienes lo copan, llegan para saquear. ¿Percibe la misma dinámica en este Gobierno de Boluarte o es más moderado que el de Pedro Castillo?
—Nuestra tragedia de varias décadas y siglos —incluso— es que la estructura del Estado supone la existencia de un botín para repartir, para crear alianzas, para preservar un poder, que, a pesar de que es efímero, sobrevive como puede. El tema fundamental es la crisis de legitimidad, los peruanos ya no creen en las instituciones. Los administradores del Estado, para defenderse, cuentan con un modelo atávico en el que la repartija permite conseguir el respaldo (en este caso los votos de los congresistas) para mantener el poder. Viviendo incluso de espaldas a la ciudadanía. Ella tiene sus demandas, pero el Estado cuenta con su modelo de negociación bajo la mesa, que le permite actuar de manera absolutamente autónoma respecto a quienes los han puesto en el poder
—Las investigaciones fiscales confirman ese esquema en Pedro Castillo. En campaña se presentó como un personaje transparente, pero llegó a Palacio y comenzó a repartir.
—Exacto y de los Gobiernos de la llamada ‘primavera democrática’, después de la caída del expresidente Fujimori. Probablemente, el expresidente Toledo fue quien mejor entendió la cuota de dinero que debía recibir de Odebrecht y procedió a hacerlo. Se suponía que él representaba el cambio, pero entró al laberinto de la corrupción que aún pervive. La tarea pendiente es ‘adecentar’ la política. Existe una crisis de representación, ahora los representantes se representan a ellos mismos, a sus intereses, a intereses de grupos —incluso— ilegales: narcotráfico, la minería ilegal, la tala de bosques o universidades bambas. Ejercen el poder que se les otorgó para su propio beneficio. Dentro de esta manera de hacer política, el caso del expresidente Castillo, probablemente es el más dramático. Un campesino que no era campesino, un profesor que más bien era sindicalista y entró en la trama estatal corrupta. Y acá cabe mencionar una ficcionalización previa, respecto a lo que muchos quisieron ver y no era real.
“Ya no hay marchas o si se anuncian no tienen fuerza. Eso significa que este modelo, que marca la vida republicana, entró en crisis”. Foto: Denis Mayhuire
—¿Lo que usted confirma es que creemos más en narrativas?
—La campaña del expresidente Castillo, hoy preso por golpista y corrupto, fue una narrativa construida a partir de una serie de carencias. Se supone que venía a cambiar 500 años de historia e iba a convertir Palacio de Gobierno en un museo. Como bien sabemos, terminó despachando en Sarratea con sus amigos y compadres. Si no cambiamos la dinámica política y las estructuras de este Estado débil y prebendario, seguiremos repitiendo la misma historia.
—¿Usted cree que este Gobierno también tiene ese tamiz de prebendario?
—Las pruebas se vienen acumulando. Porque si tienes una reunión en una oficina estatal y consigues un cargo o un contrato, puede ser una coincidencia, pero lo que da que pensar es la sucesión de coincidencias que se van haciendo públicas. Lo cierto es que el Estado peruano se administra como si fuera una chacra privada donde no hay competencia ni concursos y mucho menos transparencia en los procedimientos. Es el toma y daca de siempre.
—Y con este Gobierno, usted ha sido bastante crítica en sus artículos, ¿cómo lo define a estas alturas?
—Como una especie de reedición de Castillo, con un gran estallido social y una violenta represión, pero sin caer en los errores tan garrafales del castillismo. Existen múltiples ejemplos que corroboran la persistencia del Estado prebendario, en plena recesión económica, que van saliendo a la luz, pero tampoco se puede negar que hay ciertas esferas del Estado que probablemente se están manejando con un mayor profesionalismo. Con Castillo llegamos al copamiento de los ministerios con personajes que no tenían ninguna experiencia ni capacitación, solo ser allegados o aliados del presidente. Lo anterior no quiere soslayar el copamiento de las instituciones, como es el caso de la Defensoría del Pueblo.
—¿Sigue siendo una deuda de este Gobierno el tema de los derechos humanos? ¿Considera que es su punto más crítico?
—Derechos humanos y el derecho a la vida: buena vivienda, dotar de agua, electricidad y buena salud pública a la ciudadanía. No tenemos un proyecto a largo plazo para ir mejorando la vida cotidiana de millones de peruanos. Los derechos humanos deben aterrizarse en servicios básicos que resuelvan y dignifiquen el día a día. Esto último no se ha abordado de una manera planificada, eficiente y seria.
—¿Las matanzas ocurridas en Puno son un lastre para el Gobierno? Por ello, internacionalmente está aislado.
—(Enumera los problemas que afrontó la presidenta en sus giras) El Gobierno debe manejar su legitimidad a dos niveles. El primer nivel es el del bien común, que consiste en mejorar la vida de millones de peruanos que salieron del COVID-19. Existen, por ejemplo, serios problemas de salud mental que no han sido abordados. Por otro lado, la legitimidad de una República tiene que ver con la manera como es percibida afuera. Y ello consiste en ciertos protocolos y reglas de comportamiento civilizadas. Sin embargo, no hay que olvidar que tenemos en frente un par de conflictos donde se transgrede sistemáticamente la ley internacional (Israel-Gaza y Rusia-Ucrania). Las masivas violaciones de derechos humanos que aparecen en el escenario mundial, todos los días, hacen que lo ocurrido en Puno no tenga el interés y el foco que tuvo a inicios de año. No es que pase totalmente desapercibido, sino que el mundo está desbordado por una deshumanización incontenible. En ese contexto, lo que se requiere, desde dentro, es una ciudadanía comprometida en denunciar y recordar permanentemente lo que ocurrió no solamente en Puno, sino en diferentes lugares del Perú; pienso en los asesinatos en la Amazonía de parte de las mafias, porque nuestra memoria es sumamente frágil.
Tapa del libro que da cuenta de las exequias republicanas. Foto: composiciónLR
—Acaba de hablar de la ciudadanía, y la percepción es que está cansada.
—Golpeada por una serie de crisis. Primero el COVID-19; la corrupción infiltrada en la provisión de medicinas y máscaras. Ya nos olvidamos de los policías muertos porque las máscaras no los protegían, las pruebas rápidas que fueron una verdadera farsa, etc. Toda esa acumulación de dolor, incluido el no haber podido enterrar a tus muertos como debieras, ha ido creando una sensación de cansancio. Por ello, esa actitud que apunta a la sobrevivencia. Lo que hace que te concentres en tu pequeño círculo, tu familia, tus hijos y no estés tan comprometido con este cambio que el Perú demanda. Es un momento comprensible, a nivel individual, pero negativo para un activismo, más bien desactivado por el día a día. Ya no hay marchas o si se anuncian algunas, no tienen la fuerza que tuvieron a principio de año. Lo que muestra que probablemente el modelo de las marchas masivas, que marcan la vida republicana, ha entrado en una fase de crisis.
—¿Y este Gobierno llegará a 2026?
—Es difícil predecir, comete tantos errores.
—¿Tenemos una recesión en marcha?
—Y un Niño a puertas. El cambio climático sí tendrá efectos en la economía, que anda en cuidados intensivos. Es la tormenta perfecta, con una ciudadanía agotada, que ha sido confrontada sistemáticamente. Suben los precios, no hay trabajo y el panorama mundial es imprevisible. Ese es otro gran problema. La recesión mundial probablemente se va a agudizar porque Estados Unidos ha comprometido desembolsos impresionantes en ambos frentes de guerra (Europa del Este y Medio Oriente). Entonces, esta idea de que Estados Unidos puede ayudarnos a resolver nuestros problemas es una utopía.
“Nuestros padres fundadores dejaron repúblicas fragmentadas”
El libro Funerales republicanos aborda cómo y bajo qué contexto fueron enterrados los padres republicanos: Simón Bolívar, Bernardo O’Higgins, Andrés Bello, etc.
—En esos funerales republicanos también se puede advertir algunos problemas de construcción de las naciones que forjaron estos personajes.
—Los funerales no ocurren después del proceso de independencia, pasan 30 o 40 años, cuando los llamados padres fundadores van muriendo. Lo que ocurre es que después de haber logrado, medianamente, sus objetivos, tanto Simón Bolívar, como José de la Mar o el mismo Bernardo O’Higgins dejan unas repúblicas fragmentadas; con indígenas y mujeres al margen, donde la Amazonía, por supuesto, no existe. Es en ese momento complejo donde la ‘cuestión social’ aparece en el horizonte, que es necesario crear una nueva legitimidad republicana proveniente de los veteranos de la independencia. Entonces, se dota a estos héroes patrios, muchos deportados o muertos en el exilio, de un aura especial. Al recuperar un cuerpo, que muchas veces es peregrino, porque no encuentra su entierro en suelo nativo, nacional, lo que se plantea son dos asuntos. Primero, la construcción de una legitimidad con un héroe que otorgó la independencia. Segundo, que el entierro estatal permitirá el tema de la reconciliación nacional, que no solo es política, sino social e incluso cultural. Porque hay facciones que están enfrentándose unas a otras. Y el caso de Benito Juárez cuyo funeral se asemeja al de Abraham Lincoln. Las facciones liberales de su partido están en pugna. Entonces, el funeral de Juárez servirá para curar, para reconciliar y para unificar.
—Las muertes de varios de estos caudillos sirven para reconciliar.
—En Chile, tenemos tres ejemplos: Bernardo O’Higgins, José Miguel Infante (1844) y Andrés Bello. En el caso de O’Higgins, es acusado de todo. Antes de deportarlo, lo acusan del crimen de los Carrera, de autoritarismo y está en Perú muchísimos años y muere en el Perú. En ese periodo de 20 a 30 años, se decide un poco perdonar estos pecados de juventud para tratar de purificar la imagen y con ella la de la joven República de Chile.
—En el caso de Bolívar, que también es un personaje bastante polémico, deja un testamento con algunas indicaciones, ¿eso se llega a aplicar?
—Es bien interesante porque se podría comparar el caso de Bolívar con el caso de Víctor Hugo, que, a pesar de que uno es un militar y el otro es un escritor, no quieren que el Estado los usen para sus propósitos. Es un legado que ellos están tratando de cuidar. Entonces, yo me presento ante el mundo de esta manera, no es como me va a presentar el Estado colombiano que, para Bolívar, le falló. A diferencia del ejemplo anterior, las indicaciones de Víctor Hugo son respetadas. El autor de Los miserables pidió ser conducido por el pueblo. Como buen escritor, él inventó ‘la carroza del pueblo’, que, rodeada de sus admiradores, lo llevará a su morada final.
—¿Qué tiene que ver Víctor Hugo en los Funerales republicanas?
—Víctor Hugo fue visto como un modelo de escritor público y tuvo una gran influencia en muchos escritores latinoamericanos, entre ellos Rubén Darío. El francés incorpora nuevos actores que en esta serie de funerales no aparecen como protagonistas. Acá me refiero a la irrupción de los sectores populares, de las masas, en la historia mundial. En la mayoría de sus obras el foco no son los grandes hombres, sino los revolucionarios, hombres y mujeres que están luchando por un cambio social. Por esa razón, muchos escritores latinoamericanos lo admiran y también que su funeral, con el que terminamos nuestra colección, tiene que ver con políticos disidentes, que van a ser asesinados y ya no funeralizados por el Estado en el siglo XX.
—La Revolución Francesa, la obra de Víctor Hugo, ¿es fundamental para lo que ocurre en las Américas, con la independencia?
—Claro, porque a pesar de que Víctor Hugo no está presente en la Revolución Francesa, sí memorializa otras revoluciones que le suceden. Pienso en la Comuna de París (insurrección de 1871), que ya habla de un espíritu comunitario y contestatario. Tapa del libro que da cuenta de las exequias republicanas.