La desconfianza en los políticos obliga a pensar que la solución está en la dura calle y en los grupos que la toman. Las últimas marchas lo demuestran.
Fernando Vivas
En muy pocos días –sábado 5 y jueves 10- tuvimos dos marchas igual de radicales, exigentes y bullangueras, pisando las mismas calles limeñas y chillando ante los mismos poderes nacionales. Bueno, había una diferencia: una era de derecha y la otra era de izquierda. La marcha de derecha pidió que Pedro Castillo se vaya de una buena vez y en eso era muy uniforme; la de izquierda lo era menos pues tenía grupos que respaldaban a Castillo ante ‘el golpismo de derecha’ y a la vez lo fustigaban por su ‘continuismo neoliberal’. Algunos de sus promotores la bautizaron como ‘la toma de Lima’, explotando la polarización Lima versus regiones, tan rentable al gobierno.
En El Comercio se publicaron fotos de ambas, desde el mismo ángulo, y se puede concluir que la de derecha fue más nutrida que la de izquierda. Eso no debiera sorprendernos. En Lima el rechazo a Castillo llega al 79% (a nivel nacional es de 66%). Pero la novedad es que la derecha marche con más gente y organicidad que la izquierda.
Le pregunté a Lucas Ghersi, líder del grupo Reacciona Perú que convocó la marcha del 5, si le sienta bien esta asunción de que la derecha, por fin, tomó la calle. “La política es muy abogadil, muchos políticos creen que basta con tener la razón y sustentarla. Pero eso es preocuparse por la legalidad y no por la legitimidad que se consigue en el trabajo en la calle”. ¿Tienes presente a los antecedentes? Yo recuerdo manifestaciones, muy espontáneas, inmediatamente reprimidas, contra Velasco y Morales Bermúdez, le digo, para no hablar del gran paro del 19 de julio de 1977. “Bueno, siempre me han hablado de la gran movilización ciudadana contra la estatización de la banca”. Ello sucedió en 1987 y convirtió a Mario Vargas Llosa en político. Entonces los partidos convocaban con éxito. Ahora no.
Lucas no milita en ningún partido y hace rato cayó en la cuenta de que no le serviría, a sus propósitos, hablar en nombre de alguno o rodearse de políticos partidistas. Es más, se difundió un afiche en el que se mostraba a Jorge del Castillo y Lourdes Flores como supuestos oradores y Reacciona Perú aclaró que era falso. “Ha habido muchas marchas que acababan en mitin con estrado. Nosotros evitamos eso, porque ahí viene la pelea de quién habla y los ciudadanos sienten que no participan”, me dice Lucas. Le comento que veo eso como una tara electorera de políticos que solo se movilizan en campañas que cierran en un mitin.
Ghersi hace un guiño a la diestra. “La izquierda comprendió mejor que la derecha que hay que canalizar la participación y la movilización ciudadana”. Le pregunto por el financiamiento de la marcha, que dudo que alcance de sus bolsillos ni de los de sus compañeros, la periodista Claudio Toro, el policía en retiro José Luis Gil, el sacerdote Omar Sánchez y el viceamirante (r ) Francisco Calisto. “Nuestras marchas son ‘low cost’, no tenemos estrado, se autofinancian por los que participan”, cierra Lucas el tema sin exponer a los ‘sponsors’.
Método para contar
No se necesita tener ojo de buen cubero para calcular la cantidad de marchantes. Hay métodos científicos para medir el tamaño de la protesta sin exactitud pero con aproximación. Omar Coronel, sociólogo experto en movimientos sociales, usa uno que consiste en ver fotos o videos con vistas aéreas, dividirlos en grillas que representen una cantidad determinada de personas (50, 100, 200) y sumarlas. Omar ha analizado a las dos últimas marchas y, contando sus grillas, ha concluido lo siguiente: “La del 5 de noviembre, conté entre 4 y 5 mil marchantes; analizando más fotos de otros momentos, calculo un techo de entre 5 y 7 mil. La del 10 de noviembre, ‘la del gobierno’, calculo entre 1500 y 2500, con un techo de entre 2500 y 3000. Aclaro que lo ideal es medir la marcha en su mejor momento, por eso hay que verla en diferentes horas”.
Es poco para ambas marchas, pues el propio Omar calculó que una marcha ‘antifraude’ de junio del año pasado llegó a los 15 mil. Vaya que estuvimos crispados en ese momento. La del 5 de abril, cuando el gobierno decretó la inamovilidad de los limeños basado en informes alarmistas de inteligencia, tuvo el sello de la reacción espontánea. No fue convocada con antelación y organización, sino ‘autoconvocada’; pero tampoco fue tan numerosa.
Le pregunté al experto en protestas, qué se puede esperar de las próximas marchas a favor y en contra de Castillo, según esta ciencia inexacta: “No podemos saber cuándo y por qué razones la gente va a reaccionar explosivamente, pero podría decir que si llega el momento, llámese un video con Castillo recibiendo plata o una torpeza como la del 5 de abril, la gente estará más preparada para hacerse sentir”. Y organizadores como Reacciona Perú también estarán más preparados para aprovechar y canalizar esa explosión, podemos agregar.
Muévanse
Empezando el siglo XXI hubo un cambio semántico trascendente: el discurso político mentó cada vez menos al ‘pueblo’ y cada vez más a la ‘calle’. Bueno, Castillo es una negación a esto; pero ese es un síntoma más de su desfase. Tenemos un presidente del siglo XX. Pero, ¿por qué el desplazamiento de la masa humana al asfalto?
En enero del 2015, las manifestaciones contra la llamada ‘Ley Pulpín’ consiguieron la derogación de esa ley que relativizaba los derechos laborales de los jóvenes. Allí se popularizaron diversos fraseos: ‘¿Qué dirá la calle?, esto lo decidirá la calle, esperemos lo que diga la calle’, son figuras de lenguaje comunes desde entonces. Esa coyuntura sembró no solo palabras sino características de la revuelta que vivimos en noviembre del 2020, in crescendo de 4 días, con vanguardia y energía juvenil, con tal impacto que provocó la renuncia de Manuel Merino y de la mesa directiva del Congreso.
A la derecha no le gustaba la palabra ‘pueblo’ por que la izquierda se la apropió para restregársela en la cara. La calle, en cambio, se asume y comparte por ambos bandos, Es un término unánime para entendernos mientras peleamos. La palabra ‘pueblo’ se desgastó en la retórica izquierdista y acabó en cursilería populista. La calle en cambio, además de arena de protesta y de consenso, es ‘cool’ y achorada. La calle contiene y excede al pueblo; no al revés.
La politóloga Carmen Ilizarbe ha publicado recientemente “La democracia y la calle” (IEP, 2022), que se centra básicamente en los gobiernos de Fujimori y Toledo, pero en su introducción y conclusiones, proyecta un aserto válido para hoy: “[La calle] puso en evidencia la fuerza de un poder de veto desplegado anónima y masivamente como potente contrapeso político” (pág. 19). Quedémonos con una de sus conclusiones: “En lo que va del siglo XXI hemos asistido a la construcción de un poder de veto popular inversamente proporcional al deterioro de las instituciones políticas en el país” (pág. 245).
Ay, mi colectivo
La palabra ‘colectivo’, en su acepción de comunidad de intereses, nació en la izquierda, en ese lenguaje que barajaba pueblo, con compañeros, movimientos y ONG. Pero se ha institucionalizado y extendido a todos los bandos políticos. Y se ha abusado también. Los colectivos no tienen número ni rasgos ni motivos fijos, pero se presentan con la autoridad del montón.
Cuando se lee la retahíla de colectivos que se adhieren a comunicados, se tiene la sospecha que algunos –sobre todo los no gremiales, sin oficio o rubro que los una- están compuestos por muy poco gente agazapada en un logo rimbombante. Ciertamente, una sola persona puede armar un sitio web y lanzar una campaña que consista en pedir firmas para un comunicado subido a una plataforma tipo Change.org.
Pero también, y esto es una buena noticia que compensa la crisis de los partidos, tenemos muchos colectivos, gremios, asociaciones u organizaciones –llámenles como prefieran- unidas por su oficio pero capaces de ponerse de acuerdo para suscribir proclamas de contenido político, recolectar firmas y hasta protestar en las calles. Por ejemplo, la Coalición Ciudadana es una iniciativa de la asociación Transparencia liderada por el economista Álvaro Henzler, que invita a suscribirse a ciudadanos y organizaciones muy diversas. Han presentado una carta a la OEA, han conversado con bancadas y autoridades de gobierno y han lanzado una propuesta de reformas políticas.
¿Individuos o colectivos son categorías que se difuminan a la hora de reclamar?, le pregunto a Álvaro. “Quisimos hacer un colectivo diverso de la sociedad civil, pero vimos que hay personas que quieren suscribirse solas, así que, ¿por qué no?”. Le pregunto, también, por la tesis de Carmen Ilizarbe, proyectada de la calle a los colectivos. ¿Sientes que una iniciativa como esta compensa la crisis de los partidos políticos?. “Absolutamente. La ‘coalición’ no tendría que existir sino fuera porque hay quienes no hacen su tarea en el Congreso y en el gobierno. Por eso, pensamos que la ‘coalición’ es temporal y no pensamos en convertirnos en partido político”. Álvaro suma una reflexión personal: “Hay una obsesión por el caudillismo, con gente que entra a un partido para seguir a un caudillo sin importar las ideas”. Completo la idea que, por modestia, calla Álvaro: En cambio en una iniciativa como la coalición, las ideas importan y los caudillos no existen.
‘Las marchas de derecha son de individuos y las de izquierda son de colectivos’, es una sentencia, quizá flamante prejuicio, que he encontrado en varios comentarios en las redes, incluso de politólogos. Le comenté a Omar Coronel que dudo que esa dualidad recoja la riqueza del fenómeno y coincidió en que ese aserto peca de simplista aunque no deja de ser cierto que la izquierda está más acostumbrada a convocar grupos que personas solas. Sin embargo, así como Henzler me dijo que su coalición está abierta por igual a individuos o a grupos; Ghersi me dijo exactamente lo mismo sobre las marchas de Reacciona Perú. La marcha de la ‘toma de Lima’, aunque más diversa que la de derecha, sí se coordinó entre personalidades ligadas a grupos más que entre personalidades independientes. En el fondo, lanzada una convocatoria, uno se puede adherir como quiera, con filtro de colectivo o sin filtro.
Muchos científicos sociales hacen diagnósticos pesarosos, y hasta miden con indicadores, la ‘desafección’ hacia la política. Pero la calle y la proliferación de colectivos que coinciden en la protesta, se codean y vibran sobre el asfalto, esto es pura afección hacia lo que vivimos.