Historiador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, exdirector del Archivo Histórico y profesor universitario; autor y coeditor del libro Estallido popular: protesta y masacre en Perú, 2022-2023, opina sobre la crisis política actual.
Por: Alejandro Céspedes García
—¿Por qué se llama ‘Toma de Lima’ y a qué se debe
Los organizadores niegan el concepto porque muchos no están de acuerdo ya que supone una actitud casi de expropiación, que parece estar por encima de la legalidad. La ciudadanía hace lo suyo para dejar claro que se refiere a las mentalidades entre los conflictos del centro y periferias, entre la capital y las regiones, y sus diferentes percepciones sobre la gobernabilidad. Es un fenómeno que no es nuevo.
—¿Cómo se desarrolla este proceso de movilización social desde las regiones?
Acá hay dos cuestiones. Una es sobre la violencia política en el Perú, que no es reciente. Si hacemos una mirada a la república del siglo XIX, nos encontramos que nuestro país vivió al menos cuatro revoluciones de dimensión nacional, con características de guerra civil, muy violentas. (…) Otra tiene que ver con la respuesta del Estado ante estos procesos. Hay una memoria estatal que se reproduce de régimen en régimen. El Perú no ha logrado construir un Estado nacional.
—¿Cómo es esta memoria estatal?
Si tú comparas la respuesta del Estado hacia diversas formas de reclamos, de reivindicaciones y requerimientos en el tiempo, vas a ver la misma actitud. Más que respuestas propositivas para atender las necesidades de todo el país, hemos visto una enorme postergación de atención a la ciudadanía. De otra manera no se explica cómo en cada época de friajes en el sur andino la gente sigue muriendo. Para algunos sectores del país, el Estado sigue ausente. Esta continuidad en la conducta ausente estatal, materializada en la falta de reconocimiento de ciudadanía social, es a lo que me refiero.
Puno, Cajamarca y Cusco participarán de la ‘Tercera Toma de Lima’. Foto: composición Jazmín Ceras/LR
—¿Esa memoria estatal origina estas movilizaciones?
El Perú necesita una tregua urgente. Y para eso necesita una catarsis. De otro modo, se están creando las condiciones perfectas para tocar fondo, con todo lo que esto significa.
—En el libro Estallidos populares afirma que lo particular de estas movilizaciones es que su origen se da a través de la autoconvocatoria por bases populares y rurales diversas, sin necesidad de intermediación ni padrinazgos de partidos políticos. ¿Cómo se puede evaluar esta característica de la protesta ciudadana ante la necesidad de catarsis y posterior tregua que necesita el país?
Si el actual Gobierno no crea las condiciones para establecer un diálogo alturado y respetuoso a través de la atención a las demandas de los ciudadanos movilizados, sería un acto altamente irresponsable. Si insisten en desautorizar estas voces hoy movilizadas pacíficamente, se perdería una gran oportunidad para lograrlo.
—Además, en el prólogo, usted y el profesor Homero Quiroz, sostienen que estos estallidos populares recientes son una ruptura que implica un nuevo punto de partida en relación con anteriores formas de movilización popular. ¿Hacia dónde van o deberían ir?
Las demandas son muy conocidas y no son de ahora. ¿Por qué el Estado es incapaz de reproducir lo que la Constitución y las leyes invocan? Son necesidades muy puntuales como la salud, educación, vivienda; es respetar a la ciudadanía. Entonces, si lo que tú tienes en un país es la reiteración de conductas que lindan con la mentira y el desprecio a través del racismo, nos vamos a encontrar que los extremos incrementen sus posiciones violentas. El Perú está llegando a un punto de agotamiento sumamente peligroso. Cuando se pierde la perspectiva y el horizonte, puede ocurrir lo que sea, de forma violenta.
—Algunos critican la falta de consenso mínimo ante la diversidad de consignas de los movilizados. Teniendo en cuenta las causas atomizadas que dan vida a la protesta nacional, ¿qué les diría sobre ese cuestionamiento, que puede complicar la búsqueda de consensos nacionales?
Esto tiene dos aspectos. El primero es que justamente este momento es una gran oportunidad para encontrarse y conocer este país en esta época por la cantidad, variedad, dispersión y fragmentación de las demandas. Hay un abanico enorme de reivindicaciones que nos hacen ver las carencias que tenemos como sociedad. También es una oportunidad que permite recoger esta diversidad casi estructural de los movilizados para hacer un diagnóstico alturado para establecer las bases de un nuevo gran acuerdo nacional que incorpore al mayor número de actores (…).
—Entendemos que este nuevo gran acuerdo nacional tiene que pasar por esta primera demanda que genera un consenso mínimo, que es la renuncia de la presidenta Boluarte y el adelanto de elecciones, ¿o aún puede existir otra alternativa?
Si esto está en la agenda de los movilizados, tendría que evaluarse y atenderse a sus demandas.
—El terruqueo sigue siendo usado contra ciudadanos movilizados, sobre todo contra movilizados en regiones. ¿Cuál es su opinión acerca de este comportamiento?
Es una tendencia. Es una falta de responsabilidad moral e institucional seguir echando gasolina al fuego. ¡Cómo es posible que incluso autoridades en funciones digan que regiones enteras son terroristas! No ayuda en nada. En un escenario de abierta confrontación, los interlocutores dejan de lado la razón y lo que prevalece son las emociones. Y las emociones en el Perú son profundamente autoritarias y violentas. Esto lo ves en lo público y en lo privado.
—¿Por qué la ciudadanía a nivel nacional no se materializa hasta el día de hoy?
En 1894 se establece que para ejercer la ciudadanía política a través del voto se debía saber leer y escribir, característica que solo representaba a aproximadamente 10% de la población nacional. Esta reforma electoral duró casi 100 años. Hemos vivido casi un siglo de formación de la república peruana sin incluir a las grandes mayorías del país y sin que tengan voz política ni representación.
Fuente: La República