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IDL Reporteros: Memorias y amnesias del 5 de abril

Por Gustavo Gorriti.-
Esta semana, el martes 15, en una audiencia ante el Noveno Juzgado de la Corte Superior de Lima, Alberto Fujimori expuso una versión sobre su participación en el secuestro del que fui objeto en la noche del golpe del 5 de abril de 1992; y el que sufrió meses después el empresario Samuel Dyer.

Fujimori hizo uso de la palabra en la audiencia. Declaró haberse enterado del secuestro en la primera conferencia de prensa que dio a los periodistas extranjeros después del golpe. Y que se informó nada menos que a través mío, cuando yo tomé la palabra para increparle por lo sucedido.

“Yo me entero de la detención del señor Gorriti”, dijo Fujimori, “a raíz de una conferencia que ofrecí a la prensa extranjera, él representaba a un medio extranjero, y en uno de los momentos el señor Gorriti me informa que fue detenido, ante mi sorpresa…”.

Aquí están, en propia voz, sus declaraciones:

No es la primera vez que da esta versión. Lo hizo en forma muy parecida en una audiencia judicial el 15 de marzo de 2018:

En su declaración de esta semana, Fujimori dijo haberse enterado luego de que cuando me condujeron al Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) fui recibido por su entonces jefe, que fui tratado de la mejor manera posible y que, incluso, se me permitió hablar con el entonces jefe de la Dincote, la Dirección contra el Terrorismo, de la Policía, el general Ketín Vidal. Añadió que él no ordenó “la detención de persona alguna”.

La versión del ingeniero Fujimori es medularmente falsa.

No me alegra decirlo, pues opino que, después de los años de encierro que lleva a cuestas el exgobernante, las familias de las víctimas, la sociedad y el Estado peruano debieran considerar la magnanimidad como una expresión de fuerza y de nobleza y permitirle salir de la prisión para que pueda vivir el resto de sus días en libertad.

Pero la mentira no es el camino para conseguirlo.

¿Se olvidó de lo que sucedió en esos días? Eso tiene solución, porque ordenar, refrescar y precisar los recuerdos no es difícil, dado que la secuencia de hechos y acontecimientos está bien documentada.

Recordemos, pues.

El golpe del domingo 5 de abril de 1992 se perpetró desde las primeras horas de la noche. Los múltiples arrestos movilizaron a fuerzas militares y policiales, con y sin uniforme, desde el anuncio televisivo del golpe que hizo el propio Fujimori.

Yo fui capturado en la madrugada del lunes 6 de abril y conducido al SIE. Ni fui recibido por el entonces jefe de ese servicio, el coronel Pinto Cárdenas, ni lo vi en momento alguno durante mi detención. Permanecí incomunicado, sin otro contacto que con quienes llegaron a tratar de interrogarme.

En la madrugada del 7 de abril fui trasladado, como prisionero, a Seguridad del Estado, en la avenida España. Ahí encontré a varios otros detenidos y pude saber parte de lo que estaba sucediendo.

Temprano en la mañana del martes 7 de abril, el entonces jefe de la Dincote, general Antonio Ketín Vidal, me hizo llevar a su oficina para hacerme saber su inconformidad con mi detención e informarme que, pese a las presiones que había recibido, él se había negado a intentar acusarme de cualquier actividad sediciosa.

Desde la media mañana de ese martes 7 de abril, fue evidente que se había producido un giro en la situación y que los policías de Seguridad del Estado habían recibido la orden de liberar a los detenidos.

Salí libre poco antes del mediodía. Mientras estaba en camino a mi casa, dos de los principales funcionarios del gobierno golpista, el primer ministro Óscar de la Puente y el canciller Augusto Blacker Miller dieron las primeras declaraciones post golpe a los periodistas, sobre todo a los enviados de la prensa extranjera que no paraban de llegar a Lima.

En esa rueda de prensa, Blacker Miller –que asumió el liderazgo declarativo– habló con detalle y desparpajo sobre las detenciones– y se refirió específicamente a la mía, que justificó de la siguiente manera:

Los dos ministros venían de sostener largas reuniones bajo la dirección de Fujimori, el lunes 6 y el martes 7. Este había comisionado a De la Puente y Blacker como sus primeros portavoces. Como es evidente, no solo conocían al detalle mi secuestro sino que ya habían ensayado las primeras coartadas para explicarlo.

Años después, el 30 de abril de 2002, ante una comisión investigadora del Congreso, Blacker Miller justificó su participación en el golpe.

“Sostuvo que no le quedó otra alternativa que aceptar formar parte del régimen de facto alegando que, si se negaba, no saldría de Palacio de Gobierno”.  Por ser canciller, dijo, “se le comunicó los hechos antes que a otros ministros, pues se requería gestiones inmediatas en el frente externo […] al día siguiente (6 de abril) presentó a Fujimori un cronograma de acciones para retornar a la constitucionalidad, y en esas medidas estaba la liberación de periodistas, entre ellos Gustavo Gorriti”.

El miércoles 8 o el jueves 9 de abril por la mañana, Fujimori y Blacker Miller convocaron a una conferencia para la prensa extranjera en Palacio. Asistí e ingresé como lo que era entonces, corresponsal de El País de España. Ahí pregunté/increpé a Fujimori y escuché su respuesta, aquí grabada.

¿Le puede parecer a alguien la respuesta de quien acaba de enterarse del secuestro? Está claro que lo supo desde el primer momento y que, como han afirmado una y otra vez sus cómplices de entonces, él estuvo al tanto de todo. Es muy probable que Montesinos lo haya manipulado para que tome tal o cual decisión, pero sobre todo entonces, debe haber maniobrado como para que parezca decisión de Fujimori y no de su ave negra.

En enero de 2003, como parte de una investigación encargada por la CVR, sostuve una larga entrevista grabada con el general Nicolás Hermoza Ríos en el penal de San Jorge, donde estaba recluido. Aunque el tema no fue el golpe de Estado del 5 de abril, hablamos algo sobre eso.

Yo había visto las órdenes escritas que llevaron los grupos encargados de las capturas en la noche del 5 al 6 de abril. Estas  identificaban a cada uno de los blancos y permitían utilizar la fuerza necesaria para conseguir el objetivo. Estaban firmadas por Hermoza Ríos.

Le pregunté cómo había firmado órdenes que permitían cualquier exceso. Me contestó que nadie, ni Fujimori ni, por cierto, Montesinos, había querido firmar y que, como primer jefe militar, no le quedó otra alternativa que hacerlo. Pero que ello solo ocurrió después de que tanto Fujimori como Montesinos zafaran cuerpo delante de él.

¿Queda alguna duda de que Fujimori haya conocido cada una de las medidas que se iban a tomar durante el desarrollo del golpe de Estado?

Ninguna duda razonable.

Entonces, ¿por qué buscar la libertad a costa de otra mentira más?

Le diré al propio Fujimori lo que pienso.

La mentira, ingeniero, sobre todo en su caso, no abre puertas sino las cierra.

¿Qué podría abrirlas?

Pida disculpas, pida perdón.

No a mí, que no lo necesito, sino a los deudos, a las familias de los muertos en Barrios Altos, en La Cantuta, en el Santa y en tantas otras desapariciones que terminaron en muertes con tumbas sin nombre y sin lugar.

Pídales perdón, con sinceridad, entereza y dolor de corazón. Lo que ellos perdieron no tiene recuperación posible. Pero creo que, luego de estos largos años, varios sentirán que el recuerdo de sus seres queridos se enaltece con la magnanimidad y el perdón.

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