Entrevista al abogado y politólogo Juan de la Puente, quien responde en la siguiente entrevista sobre la reciente recomendación de la Organización de Estados Americanos (OEA), en el sentido de que se desarrolle un diálogo como salida a la crisis peruana.
El abogado y politólogo Juan De la Puente responde en la siguiente entrevista sobre la reciente recomendación de la Organización de Estados Americanos (OEA), en el sentido de que se desarrolle un diálogo como salida a la crisis peruana. Advierte, sin embargo, que no está claro cómo se podrá llevar a cabo debido a que “los espacios de mediación y los puentes han sido volados”.
—¿Tiene alguna expectativa de lo que pueda ocurrir con la OEA a partir de sus recomendaciones?
—Bueno, las dos partes más relevantes de las recomendaciones son, primero, que se fortalezca la justicia constitucional, porque, evidentemente, el conflicto de poderes tiene que ser administrado por una institución como el Tribunal Constitucional, el último y final intérprete de la Constitución, llamado a cerrar controversias. Y lo segundo es el llamado al diálogo, pero creo que ambas tienen matices. Hemos tenido propuestas de diálogos que han sido coartadas en los últimos años y quizás lo que está haciendo la OEA es decirnos el qué, pero no el cómo, que es un problema de método y, al mismo tiempo, de fondo.
—Eso es importante. Que el diálogo avance dependerá, en buena medida, de la voluntad que tengan los involucrados.
—En el Perú, los espacios de mediación y los puentes han sido volados. Si hay alguna esperanza de instalar un mecanismo de diálogo, es con una presencia internacional que puede ser de la OEA o de cualquier otro organismo. Pero, como dices, tiene que partir de la voluntad de los actores.
—Y no se ve esa buena voluntad. Por ejemplo, se va a votar la tercera moción de vacancia presidencial. No se aprecia un contexto en el que pueda arribarse a un consenso mínimo, ¿o sí?
—Dialogar sobre las propuestas de los confrontados no lleva a nada. Hacerlo sobre soluciones que no pasan por las prioridades de esos confrontados, como el adelanto de elecciones y reformas previas, podría ser interesante. Lo que ocurre es que ese asunto va con pies de plomo porque lo que tenemos sobre la mesa es una profunda erosión democrática. Plantear un diálogo es bueno, pero el informe de la OEA tiene una limitación porque no dice cómo.
—¿Cree que la salida son nuevas elecciones generales?
—La discusión en la Comisión de Constitución fue muy clara. Varios congresistas de distintas bancadas dicen que la solución pasa por eso. La votación fue interesante: la izquierda, que cuando pasó lo de Kuczynski proponía adelanto electoral, ahora votó en contra; la derecha se fraccionó porque Fuerza Popular votó a favor, pero Renovación Popular y Avanza País se abstuvieron. Esto indica que recién ha entrado al debate en el Parlamento este asunto del adelanto electoral y, me parece, tendrá que madurar todavía. Y la única forma de que eso ocurra es con un agravamiento de la crisis. Lamentablemente, hay que decirlo: mientras la crisis sea más ingobernable y profunda, se fortalece la idea del adelanto electoral.
—¿Se puede agravar más?
—Estamos frente a un periodo de erosión democrática. Habíamos tenido en los últimos años una especie de inestabilidad gobernable, lo que tenemos ahora es una inestabilidad ingobernable. Incluso, podríamos estar cerca de un ciclo de violencia en el sentido del enfrentamiento de facciones. A nivel nacional, el señor Antauro Humala se pasea organizando a los reservistas, hay un lenguaje bélico —de matar o morir— de parte de los actores políticos. Nunca había visto noticias de que hay un grupo que quiere matar a tal o cual. No es una locura pensar que esta erosión nos podría llevar a un ciclo de violencia como en otras oportunidades del siglo XX y XIX en el Perú.
—¿Lo ve realmente posible?
—Si los espacios de disolución se diluyen, si las bancadas o grupos llamados de centro han pasado a una actitud militante en los extremos, si hay un lenguaje bélico y si progresan los discursos radicales, es de manual que marchamos a un ciclo, si no de violencia física, a uno de violencia verbal que erosiona profundamente los términos de intercambios entre los actores políticos. Y por ahora esto me parece indetenible por más que la OEA quiera diálogo, por más que el Gobierno lo ofrezca o por más que la oposición dijera estar de acuerdo. Todos los mecanismos de diálogo planteados en los años anteriores han sido coartadas planteadas desde el poder…
—¿Coartadas para ganar tiempo?
—Para ganar tiempo y, claro, el “diálogo” termina siendo un término desgastado.
—Lo cual es una pena, porque ahora más que nunca es cuando se necesita diálogo político.
—Quizás la explicación podría estar en que las tradiciones políticas están fuera del escenario electoral. El Perú ha tenido una tradición liberal, aprista, socialista, socialcristiana, conservadora, y lo que tenemos en el escenario son fuerzas políticas que no necesariamente responden a la tradición. Si es que el país estuviese articulado con estas tradiciones políticas, sería quizás distinto. Por eso es importante, en la perspectiva de resolver la crisis, recuperar esas tradiciones políticas. En ese sentido, me parece interesante la reinscripción del APRA, la inscripción de Libertad Popular de Pedro Cateriano, la posibilidad de que se reinscriba el Partido Popular Cristiano o que se forme una fuerza de izquierda más transversal, menos improvisada.
—¿Pero no son esos partidos y sus liderazgos los que han hecho buena parte para que estemos en la situación actual? Esta crisis no empieza el 2018 o 2019.
—Se han tenido éxitos y errores. Pero desde el año 2000 hasta el 2019, antes de la pandemia, habíamos bajado 36 puntos de pobreza, con todo lo malo que pasó en ese periodo. Con sus claroscuros, me parece, las tradiciones políticas ayudan a administrar las crisis en democracia. Cuando las tradiciones vuelan o se diluyen y aparecen estas estructuras políticas improvisadas, pasa lo de ahora.
—Sin embargo, las tradiciones políticas no vuelan, no se incendian por combustión espontánea. Vuelan porque la gente se cansa de ellas, porque no ofrecen resultados para las demandas de la gente.
—Sí, cierto, es una crisis de representación, pero también diría que es una crisis de los representados. Quizás deberíamos empezar a discutir si esta es solo una crisis de los políticos o es también de una sociedad profundamente fragmentada. Esta polarización que advertimos es una en las instituciones y en la élite, pero, abajo, hay una enorme fragmentación, una especie de divorcio entre esa élite polarizada y un país fragmentado.
—¿No tiene la sensación de que parte de la oposición más dura ha empezado a ver a Dina Boluarte como un mal menor?
—Bueno, ella ha dado señales muy evidentes de desmarcarse de este nuevo gabinete y de alegar que la confrontación hace daño. Se está poniendo, por lo tanto, en una posición más…
—¿Expectante?
—Expectante, moderada. Ahora, considerando que esta será una crisis larga —creo que tendemos para 8 o 10 años—, es evidente que los sectores que quieren quedarse en el Congreso hasta el 2026 pueden ganar tiempo cambiando a Castillo por Boluarte. Ella está ahí como posibilidad para quienes no quieren a Castillo, pero tampoco quieren elecciones adelantadas. Lo riesgoso es que tengamos una sucesión de cortas presidencias, de uno o dos años, porque eso desgastaría muchísimo al sistema político y haría más frágil a la institución más importante del Perú que es la Presidencia de la República.
—¿Le parece que la salida menos traumática sería la permanencia de Boluarte hasta el 2026, si se da la vacancia, claro está?
—Los sectores en el Congreso que opten por Boluarte podrían considerar que es una alternativa a Castillo, no necesariamente hasta el 2026. Recordemos que Vizcarra iba a terminar el periodo de Kuczynski y no ocurrió. En eso radica la fragilidad de la presidencia, en la incertidumbre de cuánto durará el mandato de quien la ejerce. En la perspectiva de salidas que no pasen por el acto electoral, la de Boluarte no es una opción descartable.
—¿Qué prefiere usted? ¿Nuevas elecciones o Boluarte?
—Un pacto en el país que parta del Parlamento hacia la sociedad para producir un conjunto de reformas que permitan elecciones adelantadas. De lo contrario, reproduciríamos el ciclo de inestabilidad.
—¿No está siendo muy optimista con lo que puede ofrecer el Congreso?
—Creo que eso ya no depende del Congreso, sino de la sociedad. Advierto una opinión pública muy distante de la polarización y que de modo inédito juega un papel de arbitraje, porque no se vincula a las opciones radicales. En las encuestas, los ciudadanos creen en las acusaciones contra Castillo, pero cuando les preguntan qué deberían hacer el Ejecutivo y el Legislativo, responden que hay que ponerse de acuerdo para llegar hasta el 2026. Eso es como decirles: “esta es una crisis de ustedes, no es nuestra”. Insisto, paradójica y lamentablemente, las salidas a la crisis dependen mucho de cuán profunda sea y creo que aún no hemos tocado fondo.
—¿Podemos seguir cavando más?
—Es que creo que esta crisis es larga. Y en esa perspectiva, tendrá varios estadios. El mensaje de que la resolveremos con un solo movimiento no es cierto. Quizás necesitaremos hacer varios movimientos.
“El presidencialismo es viejo y debe ser refundado”
—Me ha dicho que la figura institucional más importante del país es la presidencia. ¿Y el Congreso no nos está llevando a un parlamentarismo de facto?
—Vivimos, desde el gobierno del presidente Humala, una insurrección parlamentaria por los vacíos en la Constitución, pero también por la responsabilidad de los presidentes. Pedro Castillo ha depreciado a la presidencia de la República, la ha reducido, le ha quitado peso. En nuestro modelo, el presidente tiene un mandato muy importante, pero ese peso se ha caído. Yo creo que hoy en día la presidencia no vale dos centavos y en la perspectiva de un país que no puede tener un régimen parlamentario, obviamente…
—Ni de broma, si no tenemos partidos.
—Necesitamos reenfocar al presidencialismo, que es viejo y debe ser refundado. Y necesitamos también un Congreso nuevo, distinto, con dos cámaras, donde los parlamentarios se reelijan. Una de las razones por las cuales no hay tradiciones políticas, o están fuera del poder, es por el error de Martín Vizcarra de no avalar la bicameralidad y de forzar la no reelección legislativa. Fue muy grave.
—Fue grave. También es cierto que nuestra tasa de reelección parlamentaria siempre fue muy baja.
—Es cierto. Pero prohibir la reelección de alcaldes, de gobernadores regionales y parlamentarios es cerrar el sistema y producir una huida de las tradiciones políticas.
—¿Necesitamos una nueva Constitución?
—La necesitamos, creo que hemos entrado a un momento constitucional, pero es largo. Si convocáramos a una asamblea constituyente, las cosas se complicarían más. Apostaría a reformas profundas y pactadas. Lo que hoy tenemos en el Perú es un tobogán constitucional, un caos constitucional, que solo puede ordenarse de dos maneras: con reformas muy puntuales al sistema político y que el TC, cada vez que pueda, aclare controversias, cierre figuras, de manera que las figuras constitucionales no sean usadas como armas arrojadizas, tal como ha ocurrido en los últimos años.
Fuente: La República