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Política

La unidad y otros mitos de izquierda

Por: Irma Del Águila

“De la debacle del gobierno puede decantarse un progresismo que rompa con el mito de la unidad por la unidad”.

La invocación a la unidad en la izquierda es un viejo mito que nos viene al menos del s. XIX, con la I Internacional. El fuego movilizador del mito unitario no evitó las disputas ideológicas que enfrentaron a marxistas y anarquistas y, en el s. XX, a bolcheviques y socialdemócratas, troskistas y stalinistas, etc., que se saldaba con anatemas, expulsiones y algunas ejecuciones.

El mito persistió como invocación y a veces como coartada. En abril de 2021, la inesperada victoria de Pedro Castillo en primera vuelta obligó a una reconfiguración del campo político en segunda vuelta que enfrentaría a fujimoristas y antifujimoristas. Pero esto que era un reacomodo electoral para evitar el peor escenario posible devino para algunos en una representación idealizada de transformación radical. A pesar de los antecedentes de Perú Libre en el Gobierno Regional de Junín, que asumía un discurso antiderechos sexuales y reproductivos y recurría, según la fiscalía, a un uso patrimonialista de recursos públicos.

Hoy, luego de siete azarosos meses de gobierno, queda claro que Perú Libre tiene un proyecto político que es bien distinto si no opuesto al de la izquierda democrática. La forja de “poder popular” en Perú Libre pasa por copar el aparato estatal. Entiéndase bien, el problema no estriba en que un partido que gana elecciones “coloque” sus cuadros políticos, sino que “meta” a su gente a como dé lugar, sin competencias profesionales ni éticas mínimas.

Puede parecer extraño que un partido sin cuadros políticos y técnicos no salga a reclutarlos fuera. Pues no: aquí es necesario entender la estrategia de “captura del poder” de PL que es también su lógica de reproducción. En estas últimas décadas, élites regionales han capturado gobiernos regionales y locales. Afianzan su poder político en densas redes clientelistas, el caso paradigmático es el de los Acuña en el norte.

Así, colocar al frente del Minsa a un médico que vende “agua hexagonal” no es solo entregar un puesto codiciado a un militante de PL, sino también, como sugiere Hildebrandt en sus trece, hacer lo que el exministro Cevallos no haría: abrir la puerta a la gente de PL en viceministerios, jefaturas regionales, hospitales, puestos y redes de salud, amén de apalancar intereses de proveedores en litigio. Más aún, afianzaría un objetivo político mayor: una red de patrocinio, lealtades y prebenda de alcance nacional. Esa es la forja de un bien concreto “poder popular” revestido de radicalidad.

De la debacle del gobierno puede decantarse un progresismo que rompa con el mito de la unidad por la unidad. Que tome distancia del gobierno dentro del cauce constitucional y enfrente con decisión las desembozadas intentonas vacadoras del Congreso. Y ocupe el espacio abierto, de defensa de nuestra (precaria) institucionalidad con un llamado ciudadanista convocante, como sucedió contra Merino, en noviembre de 2020. Que no se acabe en este punto, pero que se asiente desde este punto.

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