La antigua dirigente de La Izquierda, convertida en la política del momento, presenta un nuevo partido en defensa de los trabajadores con algunos postulados que recuerdan a los ultras de AfD y que está disparado en las encuestas
El aire enigmático con el que Sahra Wagenknecht (Jena, 54 años) lleva décadas presentándose ante los alemanes nunca había estado tan justificado. Todo son preguntas estos días sobre la líder de izquierdas y su nuevo proyecto, la fundación de un partido que amenaza con hundir a los poscomunistas de Die Linke a la vez que roba votos a la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD). La paradoja es evidente: la que quizá sea la alemana del Este más conocida después de Angela Merkel, sin duda una de los políticos más carismáticos del país, es a la vez toda una incógnita. ¿Qué defiende realmente? ¿Cómo será esa nueva formación que ha causado un auténtico terremoto en el panorama político alemán?
De momento, las primeras encuestas que preguntan por su futuro partido le dan una intención de voto de hasta el 14%: un estupendo resultado que catapultaría a su partido recién fundado al cuarto puesto, tan solo por detrás de los democristianos de la CDU, los ultras de AfD y pisándole los talones a los socialdemócratas del SPD. Dos de cada diez alemanes dicen que se pueden imaginar dándole su apoyo.
Desde que anunciara públicamente su marcha de Die Linke (La Izquierda), partido por el que llegó a ser candidata a canciller, y la creación de una asociación que se llama como ella ―Alianza Sahra Wagenknecht―, se suceden las entrevistas que evidencian lo descolocado que ha dejado a todo el mundo. “¿Su nuevo partido será de izquierdas o de derechas?”, inquiría nada más empezar el periodista de Die Welt. “¿Va usted a crear una AfD de izquierdas?”, le preguntan también estos días. Lo que se sabe: es prorrusa, o como mínimo contemporiza con Moscú; anti-OTAN y antiinmigración. Un combo con el que quiere emprender la conquista del Este alemán.
Ella no quiere definirse. De hecho, la palabra “izquierda” no va a formar parte del nombre del partido, ha adelantado, porque se trata de abordar desde la denominación a un espectro de votantes potenciales lo más amplio posible. Wagenknecht quiere liderar una formación con valores tradicionalmente de izquierdas, centrados en la defensa de los trabajadores y la redistribución de la riqueza, pero que también bebe en los caladeros de los ultras de AfD al rechazar los valores woke, pedir el fin de las sanciones a Rusia y apostar por una política migratoria mucho más restrictiva.
Wagenknecht vive desde hace más de 10 años en un pueblo del Sarre, el pequeño Estado fronterizo con Francia del que su marido, Oskar Lafontaine, fue presidente durante 13 años. Los medios destacan que el veterano político y exministro, cofundador de Die Linke tras marcharse del Partido Socialdemócrata por desavenencias con la cúpula, ha ayudado a moldear la personalidad política de Wagenknecht, que en los últimos años se muestra más humana, menos robótica, ante la opinión pública. Sorprendió su participación en un famoso programa de cocina, por ejemplo, o que acudiera vestida de princesa Leia al carnaval de Aquisgrán.
Pese a ser la eterna rebelde de Die Linke, siempre a la contra de su partido, ha ejercido de su representante en innumerables mítines y, sobre todo, tertulias políticas en televisión, que la han convertido, por su popularidad, en el principal activo de la formación. “Su marcha va a ser muy difícil para Die Linke, porque si el nuevo partido tiene éxito estará pescando en su río, con cercanía programática y con ella como principal figura. No pinta nada bien para ellos”, asegura Uwe Jun, politólogo de la Universidad de Trier.
Wagenknecht empezó muy pronto en política, militando en formaciones de izquierda desde la caída del muro de Berlín. Criada en la República Democrática Alemana (RDA), durante un tiempo vivió con sus abuelos. Su padre, un estudiante iraní opuesto al sha, desapareció sin dejar rastro tras volver a su país, cuando ella tenía dos años. Su biógrafo, Christian Schneider, explica que pasó una niñez bastante solitaria, con pocos amigos, y que sufrió burlas por el color de su pelo y su piel más oscura que la media de sus compañeros de colegio. Estudió filosofía en Berlín este y es conocida por su sólida formación intelectual, con varios libros publicados. Su tesis versó sobre la interpretación de Hegel de un joven Karl Marx.
La dirigente lleva más de 30 años en primera línea política. En 1991, con apenas 22 años, fue elegida miembro de la junta directiva del PDS, el Partido del Socialismo Democrático, heredero del SED, el partido único de la RDA. Cuando se fundó Die Linke, en 2007 —fruto de la fusión del PDS con el movimiento de Lafontaine, decepcionado con los recortes sociales del SPD del canciller Gerhard Schröder—, enseguida se colocó también en puestos destacados. En 2009 era líder adjunta del grupo parlamentario. Que tiene tirón electoral es indiscutible. En 2017, el partido la designó cocandidata a canciller junto con Dietmar Bartsch, y juntos lograron el mejor resultado histórico de la formación en las elecciones federales, con el 9,2% de los votos.
Contra las sanciones a Moscú y las puertas abiertas a los refugiados
Wagenknecht, a la que han llegado a llamar “marioneta de Putin”, lleva años desviándose en lo fundamental de la línea de Die Linke, incluso desde la crisis de los refugiados de 2015. Entonces ya criticaba la política de puertas abiertas de la canciller Merkel, con la que su partido estaba básicamente de acuerdo. Durante la pandemia cuestionó las vacunas y las restricciones. Las discusiones sobre género no le interesan; las considera cuestiones marginales que reciben demasiada atención pública. Desde que Rusia lanzó la invasión de Ucrania, ha pedido negociaciones de paz con Moscú y criticado al Gobierno de Olaf Scholz por enviar armamento y aprobar sanciones que, dice, perjudican a la economía alemana.
¿Cómo conjugará todos esos posicionamientos? La contradicción entre su apariencia burguesa y sus opiniones de izquierda radical pueden resultar chocantes, pero ahora tiene por delante la difícil tarea de amalgamar postulados marxistas con contenido antivacunas y conspiranoico y declaraciones sobre la inmigración prácticamente calcadas de los ultras. ¿Es realmente de izquierdas?, se preguntan no pocos analistas.
Hace cinco años, Wagenknecht intentó construir su propia organización paralela a Die Linke, a la que bautizó Aufstehen (Levantarse o En pie) y con la que intentó reunir a antiguos votantes de izquierdas desencantados que habían migrado a AfD. Se inspiraba en el movimiento populista de la izquierda La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, a quien considera un modelo a seguir. Pero no funcionó, y a los seis meses se desvinculó del proyecto. Para entonces, la relación con Die Linke ya era insostenible y varios militantes iniciaron un proceso para expulsarla. No lo consiguieron, y ella siguió criticando en público al partido que, dice, se ha alejado de aquellos a los que debe defender, “los trabajadores normales y los jubilados”.
Más recientemente, en febrero pasado, convocó una denominada “Marcha por la paz” que pidió dejar de armar a Ucrania y buscar salidas diplomáticas al conflicto desatado por Moscú. Consiguió reunir, junto con la activista Alice Schwarzer, un icono del feminismo alemán, a unas 10.000 personas en un día gélido junto a la puerta de Brandeburgo. De poco sirvieron las advertencias de todo el espectro parlamentario alemán sobre la posible infiltración de radicales de derecha y de izquierda y de que sería instrumentalizada por el Kremlin. Dos semanas antes, las dos organizadoras habían hecho público un manifiesto que acusaba al canciller Scholz de propiciar una escalada belicista con la ayuda militar a Kiev.
¿Conseguirá Wagenknecht esta vez beneficiarse de la creciente polarización de la sociedad alemana? ¿Sacará rédito de la falta de popularidad de la coalición de Olaf Scholz? El primer examen llega en poco más de medio año, con las elecciones europeas. Pero el test definitivo son los comicios en Sajonia, Brandeburgo y Turingia, lugares donde están calando los discursos populistas.