El fujimorismo, un fenómeno político que ha marcado la historia contemporánea del Perú, tiene más caras de las que se pueden ver a simple vista. Su influencia no solo está presente en quienes abiertamente se identifican como “fujimoristas”, sino también en muchos empresarios, políticos y figuras de diversas esferas sociales que, aunque no se nombran como tales, han adoptado sus principios y formas de pensar.
El pensamiento fujimorista ha sido una corriente política que, durante décadas, ha permeado las instituciones del país. No se trata únicamente de un grupo de seguidores fieles a la figura de Alberto Fujimori, sino de una ideología que ha moldeado la economía, la política y la cultura, con efectos profundos y complejos.
Un Pensamiento Económico que Sigue Vivo
El modelo económico impulsado por el fujimorismo en los años 90, caracterizado por la privatización, la apertura de mercados y la desregulación, la corrupción, el copamiento mafioso del estado, sigue siendo defendido y promovido por muchos empresarios y economistas, incluso cuando el contexto social y político ha cambiado. Aunque se quiera disimular, la lógica neoliberal que el fujimorismo adoptó en su momento sigue presente en muchas de las políticas públicas que se impulsan hoy en día.
Incluso aquellos que no se identifican directamente con el fujimorismo, cuando se trata de decisiones clave, suelen adherir a sus principios. Políticos, líderes empresariales y personajes influyentes en la sociedad peruana han perpetuado la estructura que el fujimorismo cimentó: un enfoque económico que beneficia a los sectores más poderosos, minimiza el papel del Estado y promueve la competencia sin considerar las desigualdades sociales.
El Fijar Posturas sin Querer Reconocer la Herencia
El fujimorismo ha logrado algo singular: ha cultivado un pensamiento que se disfraza y se adapta a los tiempos, pero nunca se desvincula de su esencia. Muchos sectores, al presentar sus propuestas, intentan distanciarse de la figura de Fujimori, buscando apelar a una “renovación” o a un “nuevo enfoque”, pero cuando se trata de adoptar políticas que definen el futuro del país, las similitudes son innegables.
Esta contradicción, esta postura de querer seguir “sin ser Fujimorista”, ha generado un desconcierto en la sociedad peruana. Hay quienes insisten en que el fujimorismo, sin Fujimori, representa una nueva propuesta política, pero es imposible ignorar que sus principios siguen siendo los mismos. La corriente que se pretende dejar atrás aún persiste en muchos espacios de poder y decisión.
Un Pensamiento que Persiste, a Pesar de Todo
El fujimorismo no ha muerto, y su influencia sigue latente. Aunque algunos intenten eludirlo, lo cierto es que el modelo que impulsó Alberto Fujimori ha dejado una huella imborrable en el país. Las políticas que alguna vez definieron la década de los 90 no solo siguen vivas en los discursos, sino que también se reflejan en las estructuras de poder actuales. La desigualdad, la privatización de recursos clave, la falta de inversión en educación y salud pública, y la concentración de poder en pocas manos, siguen siendo características que marcan la agenda nacional.
Es cierto que la historia ha mostrado los efectos negativos de este modelo. La corrupción, la falta de transparencia, las violaciones a los derechos humanos y la falta de un desarrollo equitativo son solo algunos de los lastres que dejó el fujimorismo. Sin embargo, aún hoy, hay una resistencia a renunciar completamente a esa herencia. La tentación de seguir los pasos de un modelo que ha prometido prosperidad a una élite y control sobre las masas sigue siendo poderosa.
El Reto para el Futuro: Una Oportunidad de Cambio Real
El reto para el Perú, y para quienes realmente buscan un cambio, es liberarse de las sombras del fujimorismo y de sus estructuras heredadas. Para lograrlo, es necesario reconocer que el país no necesita un fujimorismo sin Fujimori, sino un verdadero compromiso con políticas inclusivas, democráticas y justas.
El futuro del Perú no debe depender de la perpetuación de un modelo que ha demostrado ser tóxico para la sociedad en su conjunto. Si se quiere un cambio real, se deben buscar alternativas que respeten la pluralidad, promuevan la justicia social y fomenten el bienestar colectivo.
El desafío está en la capacidad de los nuevos líderes de reconocer que el cambio no se logra manteniendo intactas las estructuras que han fracasado, sino apostando por la creación de un modelo más humano, sostenible y justo para todos los peruanos.