Este año, los 10 partidos que llegaron al Congreso se repartieron S/. 15.2 millones de soles. De ese monto, a Perú Libre, el partido de Vladimir Cerrón, le correspondieron S/. 2.1 millones o S/.175 mil por mes, de los cuales según una investigación periodística, le corresponden 12 mil soles como “sueldo” a Cerrón. Fuerza Popular, el partido con la segunda bancada más numerosa, recibe S/. 1 millón 900 mil soles al año o S/. 159 mil por mes.
Si los 10 partidos reciben 15 millones de soles por año, en cinco años se llevan 75 millones. Si todos se fueran hoy, los dueños de los partidos dejarían de recibir unos 52 millones de soles.
Ese es el incentivo para buscar la manera de quedarse, aunque para lograrlo también se tenga que quedar Pedro Castillo; o que Dina Boluarte se convierta en la primera mujer presidenta del Perú.
La ironía es ácida: que los partidos políticos sean financiados por el Estado puede ser, en teoría, necesario y conveniente. Pero en el Perú, el efecto de esta medida, ha sido desaparecer las diferencias que quedaban entre lanzarse a inscribir un partido político o abrir un chifa, o un bazar, o poner una academia preuniversitaria.
Si los partidos políticos se han convertido en vehículos para acceder al poder y beneficiar a particulares mediante normas con nombre propio, favores, prebendas y fondos del Estado; lo más importante para el dueño de un partido es (después de salvar la inscripción, lógico) alcanzar la mayor cantidad de curules posible: a más curules, más influencia y mayor el financiamiento que recibirán del Estado. Poner al presidente se convierte para muchos de esos aventureros en asunto de baja prioridad, puesto que el camino rebosa de oportunidades más asequibles y fáciles de embolsillar.
Ticket propio
En ese escenario, Antauro Humala parece una excepción. Su partido político no tiene inscripción, pero cuenta con varias características casi extintas en los otros: bases, partidarios comprometidos, algún rudimento de debate interno y, como señaló Paulo Vilca en un diario local, hasta un ensayo de martirologio.
El etnocacerismo está recolectando firmas para poder participar en las próximas elecciones con su propia inscripción. Que lo logren o que utilicen la inscripción de algún otro partido cascarón (como el de Virgilio Acuña, por ejemplo) dependerá de cuándo se celebren elecciones.
Lo que ha puesto en el mapa político a Antauro Humala es la altisonancia de su discurso -su anuncio de que fusilará a su hermano, por ejemplo- que lo hace existir como opción incluso si se considera improbable que se convierta en presidente (porque los peruanos todavía reconocemos la línea entre masoquismo y suicidio, creo).
Para Antauro, sostener su actual nivel de estridencia hasta las elecciones del 2026 sin disolverse o -en el mejor de los casos- convertirse en una curiosidad circense es improbable. Antauro necesita una “Blitzkrieg”, no una larga campaña.
Si se lo mide por resultados, Ollanta Humala tuvo, comparativamente, una buena presidencia, pero su partido perdió la inscripción, ganó Castillo, y a nadie parece importarle si el expresidente se retira o no de la política. En cambio, a Antauro, con todo lo que sabemos de él, se le teme y desde ese temor se le toma en serio y se le imagina una capacidad que hasta hoy no tiene: la de convertirse en Presidente.
Antauro podría ser el “cuco” en favor de Castillo: si me sacan, viene él. Pero al mismo tiempo, Antauro podría ser providencial para la facción de derecha que respalda a ojos cerrados a López Aliaga. Porque, vamos, hay fascismos y fascismos.
«Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose a ellos», decía Borges.
Fuente: IDL Reporteros