La pasión en una pareja suele disminuir pasados los doce o quince meses de relación. Así lo asegura la ciencia a través de una publicación compartida a través del periódico brasileño O Globo.
Lo curioso es que, según la científica Sara Teller de la Universidad de Barcelona, la hormona que se activa en una persona enamorada tiene el mismo efecto que la que sufre de mucho estrés.
De hecho, la sensación es tan intensa que activa la liberación de neurotransmisores, como la noradrenalina, que modifica nuestro estado fisiológico y mental.
Una persona presa de la pasión experimenta los mismos efectos físicos que una persona estresada, como puede ser el aumento de la noradrenalina, la taquicardia, palpitaciones y un aumento de la presión arterial, según se explica en O Globo.
No es raro notar que una pasión muy grande puede no dejarte dormir. El insomnio en muchos casos es un síntoma recurrente de este tipo de sentimientos
Una persona presa de una gran pasión, de hecho, no solo pierde el sueño. En una entrevista llevada a cabo por el periódico español La Vanguardia, la neurocientífica Sara Teller ha explicado que “cuando sentimos pasión, la parte anterior de nuestro cerebro, dedicada al razonamiento, se apaga, y es por eso que se dice que cuando estamos enamorados, perdemos un poco la razón”.
Si, por un lado, la pasión nos ayuda a perseguir nuestros deseos y placeres, por otro, es capaz de provocar una gran dependencia.
Un cerebro apasionado contiene también grandes dosis de dopamina. Esta sustancia es también conocida como la hormona de la felicidad, ya que provoca una sensación de placer y satisfacción en nuestro cerebro. Es la misma sustancia que se libera cuando se utilizan algunos fármacos.
“A nivel evolutivo, la dopamina hace mucho bien, ya que nos ayuda a desarrollar funciones vitales, como comer, beber, mantener relaciones sexuales. La otra cara de la moneda es que crea dependencia, siempre queremos más y esto nos provoca que pensemos en la felicidad futura, impidiéndonos gozar del presente”, añadía Teller
Estas reacciones fisiológicas se explican porque las personas que sienten pasión tienden a sufrir ansiedad. De hecho, si el cerebro permaneciera mucho tiempo en estas condiciones, podría poner en peligro nuestra supervivencia.
Si una persona permanece constantemente en ese estado, sus facultades mentales cambiarían y dejarían de actuar con normalidad, dañando su vida personal y laboral.
Por lo tanto, como señala la antropóloga y bióloga Helen Fisher, alrededor de los 12-15 meses después de que comencemos a sentir esta pasión, está comprobado que comienzan a disminuir nuestros niveles hormonales. Esto se produce para que el cerebro recupere su actividad normal, construyendo una visión más clara de la persona que se tiene delante.
Esta transición hormonal no se traduce necesariamente en apatía o desapego, sino que puede desembocar en un amor más pacífico y duradero.
Según la neurociencia, tras una fase inicial de emociones intensas, está comprobado que se producen nuevos cambios en la bioquímica de nuestro cerebro. Con la bajada de los niveles de dopamina y noradrenalina, la corteza prefrontal recupera su actividad normal, interfiriendo en la producción de las hormonas que desatan la pasión.
De esta manera, se reduce la intensidad de las emociones. Si la pareja supera esta fase y continúan estando juntos, entra en juego otra hormona, la oxitocina, responsable del afecto y de la empatía.