El Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) es la forma más grave de la infección provocada por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) y consiste en la aparición de una o diversas enfermedades que pueden desarrollarse como consecuencia del ataque lento y sistemático del virus al sistema inmunitario humano. Desde que se declararon los primeros casos de VIH hace más de 35 años, se calcula que aproximadamente 84 millones de personas han contraído el VIH y 40 millones han muerto de sida desde el inicio de la epidemia. El virus destruye una parte del sistema inmunitario que es el que defiende al organismo de ataques externos, como las infecciones. Cada 1 de diciembre se celebra en todo el mundo el Día Mundial contra el SIDA, con el propósito de concienciar a la población y a los gobiernos de la necesidad de dedicar recursos para luchar contra esta enfermedad.
El VIH se engloba en la familia de los retrovirus, denominados de esta manera porque son capaces de convertir su material genético, el ARN (ácido ribonucléico), en ADN (ácido desoxirribonucléico). Se trata de un virus muy agresivo cuyo objetivo es atacar al linfocito CD4 que es el encargado de coordinar las defensas del cuerpo. En los primeros años de aparición, el SIDA era mortal lo que desencadenó temor en la población de poder ser infectado. Con la evolución de la medicina, ahora se ha convertido en una enfermedad crónica controlada con fármacos. Actualmente, unos 40 millones de personas viven con el VIH en todo el mundo, según datos de ONUSIDA, y cada año se contagian entre uno y dos millones de personas. La cifra de muertes causadas por el SIDA anualmente es de aproximadamente 650.000 y alrededor de 29 millones de hombres y mujeres tienen acceso a la terapia antirretroviral. Este dato muestra una evolución positiva en la lucha contra esta enfermedad, ya que en 2010 únicamente 8 millones de pacientes tenían acceso a la terapia.
El virus no puede vivir mucho tiempo fuera del cuerpo humano y para que haya transmisión es necesario tener contacto físico con la persona infectada. Estas son las formas más habituales de infección:
Transmisión sanguínea. La sangre de una persona infectada es la portadora del virus, por tanto, entrar en contacto con la sangre de esta persona puede producir contagio.
Transmisión sexual. El virus también se halla en el semen, el fluido vaginal y en la mucosidad del ano y la vagina. En las relaciones sexuales, estos fluidos infectados pueden entrar en el cuerpo de la persona sana a través de heridas o de las mucosidades que hay en los genitales. Es recomendable el uso de preservativos cuando se mantienen relaciones esporádicas.
Transmisión vertical. Las embarazadas que están infectadas pueden transmitir el virus a su hijo en distintos momentos: mientras el feto está en el útero, en el momento del parto o durante el periodo de lactancia.La infección por VIH no provoca síntomas específicos en la mayoría de los casos. En algunas ocasiones causa varios síntomas parecidos a los de la gripe, con malestar general, fiebre, e inflamación de los ganglios del cuello. Es en la etapa final cuando se aprecia un deterioro progresivo del estado general con pérdida de peso, fiebre y trastornos neurológicos.