A menudo se dice que si hay unas figuras capaces de leer la mente son los psicólogos. Por lo general, se les atribuye una forma de poder inusitado que, según muchos, les hace comprender realidades ocultas del ser humano. Sin embargo, tal y como nos dicen los científicos, todos tenemos la maravillosa cualidad de ser lectores de emociones y pensamientos ajenos.
En realidad, no podemos “adivinar” lo que piensa quien tenemos en frente. Nuestra evolución no ha llegado, de momento, hasta ese punto. Sin embargo, lo que sí podemos hacer es crear modelos mentales para intuir de manera efectiva sentimientos, pensamientos y comportamientos en los demás. Es un aprendizaje que iniciamos desde bien pequeños.
A dicha competencia la denominamos “precisión empática” y es la llave que nos facilita el poder conectar los unos con los otros de forma enriquecedora y hábil. De este modo, podemos decir, sin equivocarnos, que la mayoría somos lectores de mentes, a excepción de quienes están en el espectro del autismo. Profundizamos un poco más en esta información.
Leer la mente: ¿qué procesos facilitan esta habilidad?
Hablábamos al inicio de la clásica atribución a la figura del psicólogo como “lector de mentes”. Si de algún modo, el profesional de las ciencias del comportamiento es hábil en esta materia, se debe a un hecho muy concreto. Su trabajo se basa, en gran parte, en la observación y la escucha activa de las personas.
Esa actividad le permite trascender más allá de los gestos y las palabras para intuir emociones, necesidades, traumas y pensamientos. Los psicólogos están capacitados para leer aspectos relativos a la comunicación no verbal, algo que, en realidad, puede hacer también la gran mayoría con mayor o menor acierto.
Las personas damos pistas de lo que hay en nuestra mente a través de nuestros gestos, movimientos, miradas, tono de voz… Porque leer la mente, al fin y al cabo, no es un superpoder, es una habilidad que parte de la empatía y el lenguaje corporal.
Sin embargo, y aquí llega un dato interesante, nadie puede convertirse en un lector de emociones y pensamientos ajenos si no ha profundizado en su propia mente primero. Comprendamos ahora todos esos procesos que nos facilitan el poder adquirir esta habilidad.
Teoría de la mente: la habilidad para “pensar que yo pienso que tú piensas…”
La teoría de la mente, acuñada por el antropólogo y psicólogo Gregory Bateson, define la capacidad que tenemos las personas de comprender y reflexionar sobre el propio estado mental y también del prójimo. Un estudio de la Universidad de Wisconsin-Madison indica además algo relevante.
Una parte esencial que favorece nuestro bienestar es la capacidad para razonar sobre los pensamientos, las creencias y los sentimientos de los demás y poder, así, predecir sus respuestas y acciones. Ejemplo de ello es ver que nuestra pareja llega estresada y enfadada a casa, y deducir que posiblemente ha tenido un mal día en el trabajo.
Por otro lado, algo que nos señalan autores como Veddum, Pedersen, Landert y Bliksted es que tanto las personas con trastorno del espectro autista como pacientes con esquizofrenia evidencian un déficit en el desarrollo de la teoría de la mente.
Las neuronas espejo, nuestras llaves cotidianas para leer la mente
Vittorio Gallese, neurocientífico de la Universidad de Parma en Italia y uno de los descubridores originales de las neuronas espejo, explicó una vez que todos somos lectores de mente naturales. Todos menos, según él, Spock, uno de los protagonistas de Star Trek. En su caso, su dificultad para comprender el comportamiento humano radicaba precisamente en el aspecto emocional.
Los habitantes de Vulcano habían elegido reprimir sus emociones para poder actuar con mayor lógica. Esto les restó poder adquirir esa facultad tan excepcional en el ser humano: la empatía. Nuestras habilidades empáticas, regidas por las neuronas espejo, nos facilitan poder introducirnos en las mentes de los demás y conectar con sus estados emocionales.
De este modo, cuando interactuamos con alguien, hacemos algo más que mirar. Conectamos con esa persona emocional y mentalmente, nos metemos en sus zapatos, en el refugio de sus universos mentales.
Las personas con autismo sí tienen empatía. Sin embargo, suelen tener más dificultades para captar y entender las pistas emocionales que evidencian los demás. Esto puede hacer que respondan de manera impulsiva y desajustada.
El lenguaje no verbal puede aportar más información que las palabras
Para leer la mente no hay que ser un jedi. Ni siquiera es necesario concentrarnos y dirigir la mirada, en exclusiva, a ese rostro que tenemos frente a nosotros. Hay que ir más allá y ampliar el foco para fijarnos en el cuerpo, en la voz, en los movimientos de la persona…
David Matsumoto, profesor de la Universidad Estatal de San Francisco, es uno de los mayores expertos en este tema. En su libro Comunicación no verbal. Ciencia y Aplicaciones, nos ofrece información sobre cómo profundizar en los comportamientos no verbales para comprender tanto los pensamientos, las motivaciones, las personalidades y las intenciones de las personas.
Como asesor del FBI, afirma que leer la mente del ser humano es posible siempre que tengamos unos conocimientos adecuados sobre el tema. De hecho, su trabajo se basa también en capacitar a agentes federales y empresarios en la habilidad de leer personas para intuir conductas y reacciones.
Llegados a este punto queda claro que la mayoría de nosotros tenemos competencias en esta fascinante habilidad. Lo más interesante, sin duda, es saber que podemos aprender mucho más, que hay recursos y expertos que pueden guiarnos en este tipo de lectura interpersonal. Porque más allá de lo llamativo que nos resulte, no deja de ser una herramienta que facilita y optimiza nuestras relaciones.