Vivir para siempre. Romper con la única certeza que tenemos al nacer: la muerte. Ese es el pilar sobre el que se construyen las religiones e incluso los cimientos de aquellos que viven apasionadamente, encontrar una razón o un sustento que nos aporte garantías. Nos aterroriza pensar que no somos más que materia circulando por la tierra, y precisamente ese planteamiento es el que nos diferencia de otras especies. El pensamiento. La respuesta a que habrá después de morir es objeto de pensamiento y estudio desde el principio de los tiempos humanos, la búsqueda paralela del elixir de la vida eterna, también. ¿Estamos cerca?
¿Significaría esto entonces ser inmortal? Depende de cómo se mire. Si la idea de vivir eternamente implica que el cuerpo humano debe mantenerse funcional durante siglos y siglos, no. Si, en cambio, nuestra idea de inmortalidad es mente y su supervivencia, quizá sí.
La muerte del cuerpo seguirá siendo una evidencia, aunque aumentemos su esperanza y podamos prolongarla gracias a los avances médicos y científicos. Las terapias médicas cada vez serán más eficientes e incluso puede llegar el día en el que manipulemos los genes para evitar que nuestros hijos nazcan con predisposición a sufrir determinadas enfermedades.
Pero no debemos olvidar nunca que si hay algo contra lo que nunca podremos luchar es la naturaleza. La propia evolución está diseñada para que la energía circule en ciclos de vida. Ningún ser vivo por muy inteligente que sea podrá nunca burlar esta evidencia.
Asimismo, hay diversas razones por las que el ser humano nunca podría vivir en cuerpo eternamente. Aquí algunas de ellas:
1. Las células del ADN se irían dañando progresivamente. Los errores de la propia genética y sus mutaciones tienen un tiempo definido.
2. El sistema inmune se debilita con el tiempo : los anticuerpos y los linfocitos cada vez son menos efectivos y no pueden proteger al cuerpo de las amenazas externas.
Envejecimiento y longevidad
Aquí exponemos un extracto del artículo publicado por el Catedrático de Paleontología, Universidad de Málaga, Paul Palmqvist Barrena:
Actualmente se barajan diversas herramientas para frenar, e incluso revertir, el envejecimiento. Entre ellas se encuentran las terapias de edición genética, como las basadas en la técnica CRISPR/Cas9, que podrían eliminar genes indeseables. Por ejemplo, los responsables de ciertos tipos de cáncer o enfermedades hereditarias causadas por pequeñas mutaciones, como la fibrosis quística.
Igualmente, la nanotecnología podría ayudarnos mediante el diseño de nanorobots a escala celular que circularían por el torrente sanguíneo eliminando ateromas o tumores incipientes (trombolizando los vasos sanguíneos próximos). Ahora bien, el problema es que, aun siendo capaces de acabar con el cáncer, las enfermedades cardiovasculares o las derivadas de la diabetes, las tres causas principales de muerte hoy día, nuestra vida se alargaría solo unos 15 años. Esto se debe a la inmunosenescencia, que determina que la mayoría de muertes en los ancianos sean por infecciones víricas y bacterianas que no suelen plantear riesgo para los jóvenes.
Algo similar ocurre con otros enfoques. Por ejemplo, reducir la exposición frente al estrés oxidativo limitando la ingesta calórica (esto es, restringiendo la cantidad y el valor energético de los alimentos para lograr una dieta óptima) tiene efectos sobre SIRT1. Esta enzima desacetilasa interviene en la regulación intracelular de la respuesta al estrés y otros factores homeostáticos (como la resistencia a la insulina), aumentando hasta un 50% la longevidad de los ratones (por el contrario, la obesidad la reduce a la mitad). Efectos parecidos se han conseguido con un compuesto natural, el resveratrol, que eleva la expresión de esta proteína.
En nuestro caso el aumento de longevidad es menor que en los ratones, en torno a solo un 5 %, pero las poblaciones que practican la restricción calórica, como en la isla japonesa de Okinawa, se conservan más tiempo en buen estado de salud y tienen más posibilidades de llegar a centenarios. Su dieta está integrada en un 90 % por carbohidratos y sus índices de afecciones cardíacas, cáncer, diabetes y demencia senil son más bajos que en otras poblaciones.
Igualmente, se ha comprobado que aumentar los niveles de la coenzima NAD+, implicada en las reacciones de oxidación-reducción, permite revertir en los ratones la degeneración muscular asociada al envejecimiento.
Todo esto resulta hoy crucial, pues al retrasar la senescencia se acortaría la duración del tramo final de la vida de mayor dependencia, la llamada “cuarta edad”, aliviando el enorme coste económico y sociosanitario que supone para la sociedad.