MEDIOS Y TECNOLOGÍA
LUIS ALBERTO HARA
Sam Altman, el CEO de Open AI y el posterchild de la Inteligencia Artificial, recientemente reveló un plan para recaudar cerca de 7 billones de dólares para revolucionar la industria de los semiconductores. Altman quiere incrementar la capacidad global de producción de chips para incrementar el poder de la IA. Según él, bajo la noción de la ley de escala, lo único que realmente nos separa de una superinteligencia artificial capaz de solucionar problemas como el calentamiento global o cómo colonizar Marte (el sueño escapista de los tecnólogos) es simplemente más y mejores servidores. Más poder computacional basado en material capaz de conducir la chispa eléctrica de la superinteligencia; el problema es siempre material, lo que nos detiene para conquistar una inteligencia cuasi divina es solo una cuestión de dinero y hardware. Por ello debemos revolucionar el mercado y apostar todo a la cadena de suministro de chips. El futuro de la humanidad depende de ello. Esto es lo que Altman, Microsoft y demás nos quieren hacer creer. Por supuesto, además tiene una dimensión geopolítica que enfrenta a Estados Unidos y China por el oro de los chips , y arrastra a todos los demás.
La visión de Altman se alinea con la investigación de OpenAI sobre las leyes de escalamiento para modelos de lenguaje de gran tamaño (LLMs), que plantea que el aumento de la potencia de cómputo y los datos pueden mejorar predeciblemente las capacidades de la IA. Pero muchos, incluso algunos metidos dentro de la máquina de hype de la industria, cuestionan la factibilidad del objetivo de Altman, no solo en términos de la asombrosa cantidad de capital requerido sino también considerando las limitaciones prácticas de escalar la fabricación de chips debido a restricciones laborales y de la cadena de suministro.
Pero más importante aun, es la duda que genera esta noción de que simplemente escalar los recursos informáticos conducirá a una IA superhumana. Podemos ver actualmente las limitaciones de los modelos de AI, que no son cuantitativas sino de un orden cualitativo. No resuelven problemas complejos, no tienen auténtica creatividad, sino solamente son capaces de organizar y recombinar una gran cantidad de información, sin significar un salto cualitativo de la inteligencia humana.
Los bebés sobresalen en la construcción de modelos imaginativos, exploración impulsada por la curiosidad y aprendizaje social—habilidades que carece la IA. Esto indica que lograr una IA con inteligencia similar a la humana requiere más que solo potencia de cómputo. Nadie sabe realmente si la llamada inteligencia artificial generativa es realmente posible, pero en todo caso requiere avances en investigación e innovación y quizá un cambio de radical de perspectiva (por ejemplo, se ha sugerido que la inteligencia es siempre algo encarnado).
La inteligencia humana no es simplemente un producto de la capacidad de procesamiento; implica procesos cognitivos complejos, incluyendo la resolución creativa de problemas, inteligencia emocional y la habilidad de aprender a partir de información limitada. Así como una relación sensorial con el espacio y con el propio cuerpo. Incluso grandes científicos, como Einstein, han hablado de la imaginación y de la intuición como formas intelectuales superiores al mero raciocinio.
La efectividad de la IA no solo está limitada por la cantidad de datos, sino también por su calidad. Los rendimientos decrecientes de entrenar IA con conjuntos de datos cada vez más grandes destacan la necesidad de datos más inteligentes, no solo más grandes.
La suposición de que la IA puede resolver todos los problemas, incluido el calentamiento global, ignora la comprensión matizada requerida para abordar tales desafíos. Estos problemas involucran consideraciones éticas, voluntad política y cambios sociales que la IA por sí sola no puede resolver. Este quizá sea uno de los temas más importantes, pues implica un abdicación en las propias capacidades humanas y una fe de tipo religioso en la tecnología, en la cual se deposita toda la confianza como en una especie de deidad salvadora única. El tecnosolucionismo -o la idea de que todas las soluciones son de orden tecnológico y que no requieren de un mismo nivel de desarrollo humano- que predomina en los gobiernos y en las instituciones académicas es un síntoma de la decadencia humanista y de un desarraigo fundamental que podría traer la más grande desgracia.