Las sanciones estadounidense pegaron fuerte en la industria china de la alta tecnología.
Hay que agregar que el dato estratégico esencial del mercado de semiconductores es que 45% de la demanda global corresponde a la República Popular, donde está la hegemonía en términos de consumo e inversión.
El virtual derrumbe experimentado por la categoría “memory” es el resultado directo de la prohibición prácticamente absoluta que ha realizado EE.UU. de vender ninguno de sus productos integrantes de este segmento a las compañías de la República Popular, como parte de una estrategia considerada de “seguridad nacional” del gobierno del presidente Joe Biden y el Congreso norteamericano, lo que abarca a sus dos Cámaras, y a la totalidad de sus partidos, tanto demócratas como republicanos.
El objetivo de esta “estrategia de seguridad nacional” es frenar – y en el límite impedir – la formidable expansión que ha tenido la industria de alta tecnología china en los últimos 10 años, sobre todo en el sector decisivo de las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial (CRI), donde el consenso estadounidense (y también chino) tiene la absoluta certidumbre de que reside el núcleo del poder mundial en el siglo XXI.
La demanda china de alta tecnología, encabezada por el mercado de semiconductores o “chips”, crece sostenidamente 15% anual, o más; y este ritmo que es el que ha adquirido en la última década tiende notoriamente a acelerarse.
En esta actividad todos los avances científicos y tecnológicos se manifiestan a través de constantes innovaciones; y en la velocidad que ha adquirido este proceso China tiende a superar inequívocamente al resto del mundo, incluyendo a EE.UU..
WIPO (“Organización Mundial de la Propiedad Intelectual”) publica todos los años el Índice Global de Innovación (IGI); y muestra la característica celeridad del avance de la República Popular, que ocupaba el puesto número 34 en 2013 y trepó ahora al 11 en 2022. Este ritmo significa que China ocuparía uno de los tres primeros lugares en el mundo en materia de innovación científica y tecnológica al concluir 2024.
Como señala la propia WIPO, la innovación científica y tecnológica es una actividad esencialmente colaborativa y de alcance global.
La organización internacional señala que la mitad de la investigación científica y tecnológica del nivel más avanzado de los EE.UU. es realizada por investigadores de origen extranjero, o residentes fuera del territorio americano; y el porcentaje en China es todavía superior al estadounidense.
En los últimos 10 años, que es el periodo en que asumió el poder político en la República Popular el presidente Xi Jinping y la “Quinta Generación”, China se ha convertido en el segundo país del mundo en gastos de investigación y desarrollo científico y tecnológico (R&D), con una inversión de 2,8% del producto, lo que representa US$450.000 millones en 2022.
Ya ascienden a 6 millones los investigadores científicos y tecnológicos de nivel mundial, establecido por sus aportes científicamente comprobados, los que constituyen la inteligencia orgánica de avanzada de la segunda superpotencia global.
La premisa sobre la que parte el gobierno chino es que el capitalismo solo puede ser superado a partir de sí mismo; y ahora, en la CRI y en la sociedad global creada por la revolución de la técnica, esa superación ocurre cuando el capital es suplantado por una “Inteligencia Colectiva”, tal como el propio Carlos Marx lo había previsto en los “Grundrisse” de 1857.
El cálculo chino es que en este aspecto crucial – el paso del capital a la “Inteligencia Colectiva” – está 10 años por atrás de EE.UU.; pero para un país con una historia de 5.000 años, 10 años no es nada.
El sistema de innovación de la República Popular, precisamente porque es uno de los dos más avanzados del mundo, es un mecanismo profundamente abierto y ampliamente integrado al sistema global, cuyos estudios son necesariamente públicos y cooperativos; y en el que el impulso fundamental proviene de las compañías privadas, en especial las grandes plataformas digitales de alcance global (Alibaba/Baidú/Tencent, entre otras).
El régimen chino, en suma, dispone para su puja por el núcleo del poder mundial en el siglo XXI de un sistema de innovación ampliamente abierto e integrado al sistema global. No hay aquí paradoja alguna. Solo una comprensión acabada de que el capitalismo del siglo XXI no tiene un signo estatal sino privado y abierto al sistema internacional.
En todo caso lo paradójico del sistema chino, surgido del pensamiento estratégico de Mao Tse Tung y Xi Jinping, es la certidumbre de que la única forma de batir a EE.UU. (sin que esto signifique derrotarlo) es utilizar todavía con mayor eficacia y una superior creatividad las propias y más avanzadas armas tecnológicas y conceptuales del capitalismo norteamericano, el primero por definición del sistema global.